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La solución a la crisis

29 de Junio del 2012 - Fernando Morán Fernández (Oviedo)

No tengo titulación ni en materia económica, ni política, ni emitida por universidades extranjeras. No soy un político de larga y tortuosa trayectoria reconvertido en gurú. No soy ni fui empresario de éxito. No asalté ningún poder a lomos de la imaginación de creativos publicitarios. No ejerzo de tertuliano en ninguna emisora de radio o televisión. No tengo columna ni siquiera en la hoja parroquial. Creo que estoy en pleno uso de mis facultades mentales y no están perturbadas por la ingesta de ninguna sustancia que altere la percepción. Quizás solo por la falta de sueño que generan la preocupación y la incertidumbre.

A pesar de todo lo anterior (o quizás por ello) me atrevo a escribir que tengo la solución a la crisis. No se la voy a vender a nadie. Se la regalo a todos ustedes.

El fútbol

Se ha propugnado siempre como anestesiante de uso discrecional para momentos como el presente, por el que encauzar frustraciones e ilusiones. Sin embargo para mi es ejemplo patente de que es posible lograr grandes cosas trabajando en equipo, considerando como tal no son solo los que juegan y los más próximos a ellos, sino que es posible formar parte de él, con las tareas aparentemente más humildes y desapercibidas o incluso con el corazón.

En la vida real sin embargo los rectores políticos de las distintas instancias de este país no están acostumbrados a contar con la gente como equipo, excepto cuando periódicamente se convierten en votantes.

Una vez cumplido ese papel, pasamos al de opinión pública (cuando se realizan encuestas), ciudadanos (en el momento de pagar impuestos) o masas (cuando intentan manejarnos con los medios, mediante consignas y etiquetas)

Pero en ningún momento nos consideran parte de un equipo. Para ellos no formamos parte de la solución, sino que somos un problema más.

Lejos de fomentar la participación y el compromiso ciudadano con el respeto de unos principios básicos y con el ejemplo de sus actos, han abonado la polarización ideológica, el desencanto y la abstención.

En los gobiernos y altos cargos de la administración cada vez tienen menos entrada ciudadanos sin alineación ideológica. Son pirámides de control político, alejadas de la realidad no distorsionada por filtros ideológicos.

Venden sus ideas a quienes están seguros de que se las va a comprar, sin tratar de ir más allá. Y eso es peligroso cuando la abstención ronda el 50%: el caldo de cultivo para que se aprovechen milenaristas o salvapatrias está alcanzando una masa crítica.

Debemos dejar de ser objetos o sujetos pasivos. Somos y se nos debe tratar como personas, proactivas, participantes en un proyecto común, con derecho a recibir explicaciones detalladas y no a ser toreados con tópicos o torpedeados con etiquetas.

Contribuyentes, usuarios, clientes, consumidores

La crisis la vamos a pagar. Eso lo tengo claro. Como contribuyentes, clientes, consumidores y usuarios. Esa es la cruda realidad. En último término todo se traslada, sea cual sea el régimen político, a las familias y a las personas.

Puede que todos seamos culpables de lo que pasa en una cierta medida, pero si no estaba de acuerdo con el café para todos cuando las vacas gordas, tampoco lo estoy con repartir achicoria de forma generalizada cuando el horizonte tiene mal cariz. Parece que la sociedad funciona como una empresa de seguros: te pintan muy guapa una sociedad del bienestar e incluso de la opulencia para que pagues las cuotas, pero cuando quieres acceder a ella, resulta que tiene letra pequeña.

¿A quién le van a vender eso ahora? ¿Cómo piensan concienciar a la gente para que cotice a la seguridad social o pague impuestos si los derechos que se adquieren a cambio (prestaciones sanitarias, pensiones, etc.) cada vez se ven más difuminados e inalcanzables? Si la percepción que se tiene es que lo que uno recibe a cambio no depende tanto de lo que has cotizado como de estar bien asesorado o saberse los entresijos legales.

No es ya que los “mercados” no confíen en los estados, comunidades autónomas y ayuntamientos, sino que los ciudadanos tampoco lo hacemos.

Sí, es cierto que hay que concentrarse en salir del agujero, pero los partidos políticos, salvo pequeños cambios cosméticos, solo nos ofrecen más de lo mismo: los mismos líderes, los mismos tópicos, las mismas ambigüedades… Y lo mismo cabe decir de las organizaciones sindicales y empresariales. El mea culpa del rey no ha servido de inspiración a los profesionales de los movimientos de masas. No ha cundido el ejemplo. Quizás porque piensan que solo se aplica a la caza de elefantes…

Y la Comunidad Europea que ahora tanto nos sacude con recomendaciones a las que no se puede uno negar, a pesar de su emporio y burocracia, pompa y circunstancia, fue incapaz de controlar lo que se hacía con los fondos que nos enviaban. Así que algo de culpa tendrán que asumir también en su falta de diligencia fiscalizadora.

La solución a los problemas pasa en parte por el desatasco del consumo, pero para eso hace falta generar confianza. Y los políticos se empeñan en vender motos sin ruedas, quedando en evidencia no ya al cabo de días, sino en cuestión de horas. Parece que no saben manejar los tiempos de la era de Internet, aunque en las campañas electorales no les falte el blog, el twitter y el facebook…

Poner freno al desencanto institucional también está en nuestras manos: participemos más en los partidos, los sindicatos, las asociaciones, las votaciones… Tomemos decisiones lo más conscientes que sea posible. Las cosas serán lo que nosotros queramos, aunque al principio los profesionales de la poltrona se resistan a abandonar los centros de decisión.

Trabajo y economía

Son la mejor lotería. Y hoy nos faltan ambos ingredientes, aunque proliferen los sucedáneos.

La pérdida de empleos desangra a la sociedad y las sucesivas modificaciones de la legislación no han servido para nada. Las ayudas se reducen y sobre ellas nos lanzamos como gallinas hambrientas ante un puñado de maíz, olvidando la solidaridad y los principios evolucionados en favor de la ley del más fuerte o del que más ruido mete.

Empezamos poniendo en cuestión los privilegios de los controladores aéreos, de los políticos, de los sindicalistas y de los empleados públicos. Y deberíamos poder analizar todo lo demás: la situación de la agricultura, la pesca y la ganadería, del turismo, de la minería, de los subsidios y las subvenciones… El caso es que en una primera aproximación no veo el mal tanto en la legislación laboral recontrarrequeterreformada como en la gestión que de la misma se ha hecho. Es decir, la forma en la que se ha aplicado.

Las entidades bancarias que aparecían como lustrosos frutos de escaparate, resultaron ser el proceso de una insípida maduración en cámara frigorífica y tener el bicho dentro. Parece que hasta ahora habían podido tapar la podredumbre con indemnizaciones estratosféricas a los directivos y primas por cuasidelinquir. Pero alguien más debía estar en la pomada de ese arcano…

Está bien que entre aire nuevo y que se ventilen los trapos sucios. Hay que saber lo que resulta aprovechable y lo que no. Pero cualquier cambio o cualquier decisión no deben ser apretón de un real decreto, sino consecuencia de la meditación, el debate y el consenso.

Las espirales de reformas y contrarreformas alocadas no ofrecen la seguridad ni la estabilidad necesarias para fomentar ningún tipo de confianza. Vísteme despacio que tengo prisa.

Energía

El tema del abastecimiento energético y de materias primas está presente en casi todas las crisis y conflictos durante los últimos años. Tampoco parece sustraerse a la presente.

Nunca se ha abordado el problema de forma contundente, sino que siempre se han buscado soluciones puntuales, paliativas, tío-pásame-el-río.

Tenemos unos recursos petrolíferos que se agotan y de los que somos muy dependientes. Con todo, lo más preocupante es que sea el estado quien más acuse esa dependencia, no ya por las flotas de coches oficiales, sino por la significativa importancia que tienen los derivados del petróleo en la recaudación de impuestos. Quien tendría que gestionar y dirigir la reordenación energética está enganchado a los derivados del petróleo.

Y eso se ha puesto de manifiesto de muchas formas, pero para darse cuenta basta revisar las liberalizaciones y reordenaciones del sector eléctrico producidas durante los últimos tiempos (incluidos los culebrones de las adquisiciones y luchas por los controles de las empresas), la proliferación de planes de construcción de regasificadoras, la política de subvenciones en energías renovables, la falta de renovación de la red eléctrica, las incertidumbres sobre la generación nuclear, etc.

En Asturias aceptamos tener la gasolina más cara que otros por estar a más distancia de las refinerías, pero no nos preguntamos porqué tenemos la electricidad más cara, a pesar de tener cercana la producción y estar muchas veces las plantas generadoras trabajando con un rendimiento bastante bajo.

Sobre todo eso, lo más que se ha oído hablar es de unas subvenciones a los coches eléctricos (que no sé si alguna vez llegaron a materializarse) y una prueba de reducción de la velocidad máxima en carretera, de la que no conozco datos fiables que permitan valorar su impacto global.

El cambio de modelo energético, bien utilizado, puede ser el revulsivo que se necesita. Las adaptaciones necesarias implicarían actividad en todos los sectores y ámbitos.

Para que se produzca, es necesario que exista una competencia real entre suministradores de las distintas energías. Si, por ejemplo, las eléctricas están controladas por las gasistas, complicado veo que vayan a competir las energías sostenibles con las derivadas de los hidrocarburos…

Por otro lado, no parece de recibo que se esté pagando subvenciones a empresas que a pesar de la crisis cierran los ejercicios con beneficios…

Guerra

La vía histórica tradicional de salida de las crisis han sido las guerras. Junto al control demográfico, la industria de armamento y la destrucción que ocasionan funcionan como tétricos dinamizadores económicos. A veces parece que los tiros apuntan por ese camino: revueltas sociales, extremismos políticos, demagogia, xenofobia, falta de diálogo, espirales de tensión que se prolongan… No parece una posibilidad viable en la actualidad, salvo que se esté dispuesto a cegar para que otros no vean. Se ha llegado a un nivel tecnológico capaz de destruir la Tierra, pero no de reconstruirla.

Oportunidad

Tenemos la ocasión de repensarnos, de refundarnos, de recrearnos en lo personal, lo social y lo institucional. Podemos aprovechar el momento o mirar para otro lado. Podemos pararnos a pensar que hacer con el maíz que nos arrojan y decidir cultivar parte de él, o que impere la ley de la selva. A la hora de mostrarnos el camino, lamentablemente nuestros políticos y agentes sociales resultan ejemplares que no son precisamente modelos de lo que se debería hacer…

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