Excesiva pasividad de los católicos
En el Magazine del 24 de junio, que distribuye LA NUEVA ESPAÑA, escribe Lucía Etxebarria en la sección «Simpatía por el débil» un artículo que titula, «De recetas, teología y otras malinterpretaciones». Trata del caso Krahe (que cocinó una imagen de Jesucristo; sólo con esa aberración se puede imaginar uno al personaje en cuestión), y quería hacer unas consideraciones al respecto. De entrada no estoy en absoluto de acuerdo en que la Biblia mantenga la misma postura que el Corán, respecto a la adoración de imágenes (es un auténtico disparate), a pesar de los versículos del Antiguo Testamento que cita en ese sentido; está claro que las imágenes a las que se refiere la Biblia son iconos que nada tienen que ver con las de los altares. Y no intente justificar a Krahe en que ha cocinado a una figurita y no a Cristo (no sea ingenua). Usted misma se contradice al afirmar que Dios ni su Hijo se pueden representar, y después dice que la imagen de Cristo en las iglesias es una mera representación, ¿en qué quedamos?, y nos tacha de herejes y fundamentalistas a los que criticamos a Krahe, comparándonos con él, porque rezamos en la iglesia ante la imagen de Cristo. Usted, ¿se da cuenta de la barbaridad que está cometiendo con esas comparaciones aparte de la ofensa a católicos y creyentes? Por supuesto que los rezos y veneraciones a las imágenes de las iglesias van dirigidas a lo que realmente representan y con esa intención se hacen, lo mismo que la eucaristía representa el sacrificio de Jesús y su presencia, cuerpo y sangre, bajo las especies de pan y vino. En relación a la ausencia de referencia a la persecución del que cocine una «figurita», tanto en el Corán como en la Biblia, ya no sé qué pensar, si se da realmente cuenta de lo que dice o fue un lapsus; tampoco yo lo he leído en ningún libro de cocina, ¡por favor! Por supuesto que hay muchos católicos que no han leído la Biblia, sobre todo el Antiguo Testamento, y habrá católicos fundamentalistas, pero que yo sepa ningún católico ha matado a un protestante (desavenencias aparte en Irlanda del Norte) o a un musulmán, por ser de otra religión, ni profanado sus templos, ni hacer rechifla, ni representaciones, teatrales o cinematográficas (actualmente presentan a Jesucristo como homosexual), como por desgracia es relativamente habitual en la actualidad. En esta sociedad la ofensa a la religión católica se justifica por la libertad de expresión, democracia, etcétera, con demasiada permisividad, pero siempre su finalidad es hacer daño y no respetar a sus practicantes, como con otras religiones. El mensaje de Dios, como usted bien dice, es el amor, no el odio, y por ponerlo en práctica los católicos pecamos muchas veces de excesiva pasividad ante ese tipo de agresiones.
Ángel de Vega Gómez, Oviedo
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