Gracias, don Álvaro
El pasado miércoles recibo una llamada de teléfono que me indica:
Javi, nos llevan al cura para Gijón. Habrá una concentración.
Cuando empiezo a recibir información de lo que está ocurriendo, me embargan las emociones: el asombro, la pena, la frustración y la rabia. Me lleno de esa desazón que se sufre ante la pérdida de una persona querida (por desgracia, sé de qué hablo).
Me hago eco de una conversación de una mujer mayor, que indicaba: nos están quitando la fe. Ilustrísima, creo de corazón, que la labor de un pastor de Dios es alimentar esa fe no apagarla y a mi pesar en esta ocasión ha apagado más de una.
No quiero entrar en los pormenores del motivo de su decisión, ilustrísima. A toda vista ilógica, injusta e injustificada. Y aunque rectificar sea de sabios, su decisión ya ha sido tomada.
Deseo agradecerle por medio de esta carta, a don Álvaro, todo lo que ha significado para mí y creo, de corazón, que para muchas generaciones de niños, jóvenes, adultos y ancianos que han tenido la suerte de cruzarse en su camino.
Gracias por hacerme ver la importancia de la fe y los valores cristianos en el devenir de la vida, por enseñarme a no avergonzarme de mis creencias religiosas, por la calidad humana que me ha demostrado, por la oportunidad de vivir experiencias únicas catecismo, Junior, escolanía, confirmación, campamento, (no hay día que no me venga a la cabeza alguna anécdota), por el grupo de personas maravillosas que he conocido a través de ellas.
Por último, decirle, ilustrísima, que mi mayor pesar radica en que me ha negado la oportunidad de que mis hijos entiendan, comprendan la fe y los valores cristianos de la mano de don Álvaro. Y eso es difícil de asumir, como comprenderá.
Gracias, Señor, por haber tenido la suerte de compartir con usted los que son para mí, los mejores años de mi vida.
Donde esté, cuente siempre conmigo.
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