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Señor arzobispo, no sea tan distante

30 de Junio del 2012 - Purificación Górriz Carrasco (Oviedo)

A raíz del traslado de la Iglesia de San Juan de nuestro querido don Álvaro, he reflexionado –y hoy quiero hacerlo en alto– sobre qué labor tenemos los cristianos «de a pie» en esta amada Iglesia nuestra, ya que de nada han servido al señor arzobispo los ruegos y súplicas de los feligreses de San Juan ni las manifestaciones ante la Iglesia para que nuestro entrañable don Álvaro permanezca en la parroquia en la que tanto ha trabajado, luchado, querido y llorado.

Me pregunto si los feligreses de San Juan no podemos decir algo al respecto o, mejor, si no merecemos ser escuchados, atendidos por el señor arzobispo que es el pastor de todos.

Comprendo que esté muy ocupado, y tiene una Iglesia muy amplia y compleja que pastorear, pero los cristianos «de a pie» también tenemos una vida complicada: trabajo, casa, hijos, nietos..., más en el difícil momento que estamos atravesando. Y parece, a la vista de cómo en ocasiones acontecen los hechos, que sólo nos quieren para hacer las lecturas en la misa, para las colectas, el voluntariado en Cáritas, dar catequesis y algún cantar de misa (y lo dejamos todo gustosamente para hacerlo). Sinceramente, creo que esta labor es fundamental, hace Iglesia, pero no es suficiente. Yo creo en una comunidad cristiana en la que se puede hablar, dialogar, donde el pastor está cercano, se preocupa por sus fieles, los conoce y comparte con ellos todo lo que tiene y todo lo que es.

Esta comunidad es la que yo he mamado en San Juan, porque tanto don Fernando como don Benedicto y don Álvaro es lo que me han enseñado tanto a mí como a mi familia; y en esta Iglesia he comenzado mi fe y he crecido en ella, en una Iglesia con unos pastores que escuchaban (qué importante es esto), que dialogaban (y muchas veces se salían con la suya), que tenían tiempo para estar con las personas (aunque sólo fuera diez minutos), pero te escuchaban y a veces te decían un «reina, tienes razón»; pero estoy empezando a creer que esto es una excepción, y les doy las gracias por ello.

No quiero pensar que el nepotismo siga funcionando en la Iglesia, pero el acontecer de los hechos me hace dudar.

Señor arzobispo, yo le considero una persona dialogante, cercana, y pensaba que los laicos contábamos para usted; pero empiezo a pensar que no. No nos ha escuchado y no ha tenido ni diez minutos para dialogar con los feligreses de San Juan, dándonos la oportunidad de exponerle nuestras razones para que don Álvaro permanezca en la parroquia. Yo creo que el Espíritu no sólo habla a obispos, curas y monjas, sino que habla a todos, a cada uno a su forma, como dictamina el teólogo vaticanista Piero Coda; y ésta es la gran riqueza del Espíritu.

Señor Arzobispo, todos aprendemos de todos y todos tenemos algo que decir, no sea tan distante, escuche, hable, dialogue, pues los feligreses de San Juan tienen muchas cosas que decirle y puedo decirle que en esta asamblea hay de todo: gente ilustre, importante en la vida política, judicial y económica, pero también hay gente sencilla, trabajadora, pobre, humilde, viudas, jóvenes que hoy quieren decirle y pedirle que los escuche, que queremos una Iglesia que dialogue. Si es lo que exigimos a los políticos, incluso la jerarquía eclesiástica ¿por qué no podemos pedírselo a nuestro pastor?

Don Jesús, con toda humildad, si no podemos hablar, si no podemos expresar nuestros sentimientos, si no tiene tiempo para escuchar lo que los feligreses tienen que decirle y pedirle, ¿qué pintamos los laicos en la Iglesia? Escuche y hable, y a lo mejor el espíritu –que está un poco despistado–, le dice que a don Álvaro lo necesitamos en San Juan. Don Álvaro ya lo dijo, él es hijo de obediencia pero ¿no le parece, señor arzobispo, que obediencia no está reñida con diálogo, escucha, comprensión…; que la obediencia también implica el mirar el bien para todos y más, mirar el bien para la persona que tienen que obedecer, porque si no es así, yo he recibido otra doctrina.

Por todo lo anterior, con toda la mayor humildad y sinceridad, le pido que reflexione, que nos escuche y nos ayude a resolver lo que para una gran mayoría de los feligreses de la parroquia de San Juan constituye un gran problema, la marcha de don Álvaro.

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