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María Palmira Villa, una archivera ejemplar

1 de Julio del 2012 - Agustín Hevia Ballina

Para todos nosotros que, en una forma o en otra, nos hemos entrecruzado en nuestro camino con ella, el nombre familiar y, en estos momentos, evocador de recuerdos y de añoranzas, fue siempre «Palmita», que no impedía, en aras de la familiaridad más exquisita, contemplarla como en un pedestal de respeto y del máximo aprecio, bien sabedores que el único nombre que más la definiría sería el doña María Palmira, porque el don bien le correspondía por su señorío, por su saber estar, por su bien hacer, por su don de gentes y por sus cualidades humanas, que en sumo grado acompañaron a su persona y a su alta cualificación como profesional.

Nacida nuestra muy querida doña Palmira Villa González-Río en la parroquia de San Miguel de Anleo, en el concejo y arciprestazgo de Navia, conservó ella un afecto entrañable a la tierra de su nacencia, porque allí recibió su bautismo y primera comunión y allí se inició en las primeras letras, en la escuela de la localidad.

En la ciudad de Santiago de Compostela realizó los estudios de Magisterio, licenciándose después en Filosofía y Letras, rama de Historia, por la Universidad Compostelana.

En sus escarceos archivísticos, con que documentar su «tesina», le entró el coquillo de una posible dedicación al dilatado mundo de los archivos, aspecto que pudo desarrollar cumplidamente en el curso de archivística, que complementó sus estudios universitarios. Y así fue como, hechas las oposiciones al Cuerpo Nacional de Archivos y Bibliotecas, obtuvo, el 20 de mayo de 1938, la plaza de archivera del Ayuntamiento de Oviedo, que contaba con insignes antecesores en la exploración de la documentación municipal, como es el caso de don Ciriaco Miguel Vigil, quien había publicado en 1889 la Colección Histórica del Ayuntamiento de Oviedo, que constituiría para doña Palmita como un paradigma a seguir. La pericia y constancia de la nueva archivera pronto se dejarían traslucir por sus frutos, cuyas flores iniciales pronto granarían en trabajos literarios e históricos, que llevaban a realzar su labor a los investigadores de la Historia de Asturias, mereciendo los mayores parabienes y valoraciones de don Juan Uría Ríu, uno de los pilares de la historiografía de Oviedo y de Asturias.

Entre el marasmo de papeles y la dispersión de la documentación municipal, afrontó la novel archivera una tarea ímproba, que casi podría vislumbrarse como sobrehumana, sin restarle tiempo para algunos escarceos de investigación, como «El Doctor Casal en Oviedo. Médicos, cirujanos y boticarios en Oviedo en el siglo XVIII» ( Oviedo, 1967), seguido de «Soldados ovetenses y asturianos que acompañaron a Felipe II en su viaje a Inglaterra en 1554», así como «El Ayuntamiento de Oviedo y los artífices plateros».

La labor del archivero discurre, con todo, callada y silenciosa, sin alharacas ni manifestaciones de relumbrón. Su archivística le encamina a una incesante exploración de los documentos que atesora su archivo. La ficha catalográfica es su meta y casi como su concomitante consubstancial, pasando por la ordenación, clasificación, inventariación y catalogación. En su mesa, ordenadas en cajas de zapatos, se iban acumulando las fichas, que, en la cercanías de 1978, pasaban ya de las 5.500, que fueron trasvasadas al primer volumen del Catálogo-Inventario del Archivo Municipal de la Ciudad de Oviedo, editado en ese año, al que en años sucesivos y, con paridad de volumen, fueron apareciendo otros cuatro, que constituyen un monumento a la investigación y pueden gloriarse de ser el catálogo más generoso de los ayuntamientos de toda España.

Antetítulo: Necrológica

Subtítulo: Gran profesional, con don de gentes y destacadas cualidades humanas

Destacado: Su visión cristiana de la vida y de la Historia, su actitud de firme creyente, se traslucía en sus actos y en la generosidad y caridad de su servicio, consciente siempre de los principios que, con la enseñanza del Catecismo del Padre Astete, le había transmitido el cura párroco de su iglesia de San Miguel de Anleo

Hoy los recursos de la tecnología permiten elaboraciones similares, con mucho más adelanto, pero nuestra Palmita nunca se arredró por lo ímprobo de su tarea. Su competencia profesional, su capacidad de trabajo, su sacrificado espíritu y vocación de archivera, hacen de ella un alto espécimen de lo que es la vida de una archivera entregada sin reservas a su archivo. Se jubilaba feliz, porque en su sucesión había conocido ella las cualidades que dejaba entrever la joven archivera que la sucedía, doña Ana Herrero Montero, en cuyas manos se hallan los tesoros del Archivo Municipal y bajo cuya égida y buen gobierno progresa su archivo dotado de los mejores medios informáticos y con idéntica vocación de servicio, que adornó a quien casi puede decirse su maestra, doña Palmita.

Su jubilación le dejaría tiempo para lo que para ella era como una pasión, la lectura de aquellos libros para los que, abrumada por sus «papeles», nunca había encontrado tiempo suficiente para saciar su curiosidad. Doña Palmira había conseguido hacer de la letra escrita una pasión ínsita medularmente como en la sangre de sus venas y en las mismidades de su alma.

Óptima archivera, hacía vida del lema de todo archivero, inspirado en la frase de Virgilio «Sic vos, non vobis» en dedicación exquisita, afirmando el sí de vuestra entrega, pero no para vosotros, considerando su labor como un eximio servicio a la sociedad y a la investigación, bien consciente del cuasi sacro y nobilísimo privilegio que acompaña la vida de todo archivero, de tener en encomienda guardar celosamente y custodiar las reliquias del pasado, la memoria histórica del mundo que le rodea, condensada en la documentación, que tiene confiada, para trasmitirla incólume a las generaciones venideras, hecha más asequible a la consulta del investigador.

Su visión cristiana de la vida y de la Historia, su actitud de firme creyente, se traslucía en sus actos y en la generosidad y caridad de su servicio, consciente siempre de los principios que, con la enseñanza del Catecismo del Padre Astete, le había trasmitido el cura párroco de su iglesia de San Miguel de Anleo, que le había rubricado con sus prácticas de cristiana devota su madre, predicándole con su ejemplo constante de buena cristiana. El libro de la Doctrina, que su madre le hacía estudiar y practicar, continuó inspirándole a lo largo de toda su vida, constituyendo para ella como el código deontológico que presidía su vida profesional y su servicio a los demás.

Es hermosa la anécdota que ella mismo refirió en el periódico: en momentos de prurito de modernidad que había retirado el Crucifijo del sitio que le correspondía en el Ayuntamiento, un Cristo en sí de mérito artístico, lo entronizó ella en su archivo, dándole allí cobijo provisional, esperando tiempos de mejor cordura, sabedora de que el archivo no era el sitio de más frecuentación de sus superiores, de los que pudiera recibir reconvención.

Nuestra Palmita Villa, la que fue archivera eximia del Ayuntamiento de Oviedo, ha superado ya la presente etapa de su existencia, para adentrarse en la otra, donde le aguarda la acogida y el abrazo de Dios Padre, quien bien puede ofrecerle lo que un archivero sabe hacer: colaborar con San Pedro, a llevar tantos «libros de la vida», que con sus actos van escribiendo los seres humanos, para rendir cuentas al final de esta vida. Los de Palmita, estad seguros, han sido los de una mujer buena, de un cristianismo sincero, de una profesional modélica, de quien, entre humildades, supo servir a los hermanos y a quien el Señor le dirá: «ven, sierva buena y fiel, porque has sido fiel en lo poco, entra ahora en el goce de tu Señor». Que así sea y descansa en paz, querida Palmita.

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