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Mujeres en la niebla

3 de Julio del 2012 - Mercedes Rodríguez de Castro Peláez (Los Campos (Corvera de Asturias))

Quise dejar pasar unos días antes de escribir esta carta, no quería que mi tristeza se dejara notar demasiado y mis reflexiones no fueran lo suficientemente frías y ecuánimes.

Desde la noche de los tiempos, las mujeres tuvimos que luchar para hacernos un hueco en la primera división de la vida. Sólo hace pocos años pareció que se nos permitía jugar la liguilla de ascenso, pero cuando ya creímos que habíamos ganado y podíamos jugar, resulta que nos expulsan del partido, una tarjeta roja tras otra nos dice que este partido no lo podremos ganar, ni siquiera empatar.

Una semana tras otra, el asesino de alguna mujer nos despierta del sueño de igualdad. Algunos políticos, medios de comunicación y bienintencionados varios nos dicen día tras día que las cosas están cambiando, que ya hay una ley de igualdad que pondrá las cosas en su sitio, ayudas policiales que nos defienden de nuestros maltratadores y jueces que dictarán sentencias que nos separen de quien nos maltrata. Pero todo es falso, una broma macabra, cuando nos damos cuenta, ni la ley de igualdad nos iguala, porque no puede ser que la igualdad sea sólo para que los hombres tengan más días por baja de paternidad, que algunas mujeres lleguen al consejo de administración de un banco o de una gran empresa, me pregunto qué pasa con el resto, las que no pertenecemos a ninguna cuota, bien política o económica o de cualquier otra clase. Para cuándo, le pregunto al Estado, igual sueldo por igual trabajo o que las madres divorciadas por el hecho de serlo y de que tengan hijos no dependan de la pensión que su maltratador le pase a ella o a sus hijos y sean autosuficientes por sí mismas para mantenerlos y cuidarlos. Sería bueno que los sindicatos, además de mirarse el ombligo, hicieran algo a nivel empresarial para que poco a poco se fueran equiparando ambos sexos.

A los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, esta problemática les ha pillado con el pie cambiado y no saben muy bien cómo actuar sobre ella.

Los jueces, ¿qué se puede decir de la judicatura de este país? Están tan envueltos en su ideología, casi siempre conservadora, que para ellos y ellas las mujeres siempre están en el disparadero de la sospecha y sus sentencias son, en muchos casos, confusas, por decirlo suavemente.

Todo lo dicho hasta este momento es grave, pero ni de lejos tanto como el silencio clamoroso de la Iglesia católica. Su jerarquía está tan ocupada en taparse sus vergüenzas que todavía no tuvo tiempo para condenar la muerte impune de tantas y tantas mujeres, que en muchos casos, por no decir la mayoría de las veces, pertenecían a esa Iglesia que es incapaz de sentir piedad de ellas porque las considera, nos considera, material desechable y sin valor. A esa Iglesia misógina e hipócrita hasta las náuseas le quiero recordar sólo una cosa. La Iglesia somos nosotros.

La niebla que envuelve a las mujeres es tan espesa que no hay, por el momento, un viento fuerte que la disipe. Las madres y padres de hoy tenemos la obligación ineludible de fomentar la igualdad entre nuestros hijos y no pensar que un «cállate, estúpida» es una frase; no, eso es violencia de género, lo que sí no lo es, es la muerte, eso es a-se-si-na-to, no violencia de género.

Y, por último, una reflexión: ¿Por qué cuando una persona mata a otra ya sea hombre o mujer, pero desconocida, es asesinato y cuando eso mismo sucede entre dos personas con un vínculo sentimental se le llama violencia de género?

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