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¡Consumid, consumid, malditos!

7 de Mayo del 2009 - Manuela Condado Alonso (Gijón)

Horarios de vértigo que no encajan, niños solos en casa pegados a la consola o a la televisión, ancianos de asilo en asilo, comida prefabricada llena de conservantes y colorantes, toneladas de basura contaminando, automóviles todoterreno para un único terreno: el asfalto. Energía para mover coches de 2.000 kilogramos para transportar seres de 80. Hipotecas sempiternas para pagar casas en las que no tenemos tiempo de estar y segundas viviendas en las que ser esclavos de la limpieza y el mantenimiento. Saturación de juguetes que no dejan a nuestros hijos valorar ninguno. Horas de colegio y más horas de deberes para niños, a los que no sabemos transmitir el amor a la cultura. Grandes recursos médicos y hospitalarios, horas de investigación sobre enfermedades infecciosas, cáncer..., mientras enfermamos de soledad, de estrés, de polución. Viajes maravillosos en los que disfrutar durante quince días de paisajes paradisiacos mientras el resto del año contribuimos a la deforestación derrochando papel, despilfarrando energía, consumiendo sin sentido. Pantanos llenos de agua, depuradoras y potabilizadoras a pleno rendimiento para poder llenar las cisternas de nuestros retretes mientras miles de niños se mueren por falta de agua potable. Teléfonos último modelo que al día siguiente están desfasados, para comunicarnos mejor con aquellos a los que no podemos ver porque trabajamos y trabajamos para poder comprar móviles último modelo. Ropa de marca para poner etiqueta a nuestro poder adquisitivo porque con nuestro poder adquisitivo no hemos sabido adquirir elegancia.

Y para colmo de males estamos en crisis. Todo este mundo de «racionalidad», de «solidaridad», de «calor humano» está en crisis. Pero tranquilos, ¡hay solución!: consumir.

No dejéis de consumir porque nuestro sistema de liberalismo salvaje se sustenta sobre los pilares del consumo. Si dejáis de gastar, los comercios dejarán de vender, las fábricas no darán salida a sus productos, los empresarios no podrán pagar las nóminas a sus empleados y éstos no podrán seguir consumiendo y así se generará más desempleo y se agudizará más y más la crisis. Las personas tendrán que estar más tiempo en sus casas, no necesitaran gente en ellas que limpie ni personas que lleven a sus hijos al colegio, ni residencias en las que meter a sus padres porque no podrán pagarlas. El mercado laboral se reducirá, no habrá trabajo para todos, tal vez tengamos que trabajar media jornada cada uno y quedarnos en nuestras casas el resto del día ayudando a nuestros hijos a hacer los deberes y enseñándoles el amor a la cultura. Tal vez tengamos que cuidar a nuestros mayores, que enfermarán menos de soledad. Tal vez tengamos que prescindir de la comida prefabricada, que es tan cara y produce tantos residuos porque sale más barato comprar fruta fresca, carne fresca y verduras frescas y cocinarlas. Tal vez tengamos que viajar menos e ir más a nuestros parques y a nuestros museos, mientras esos paisajes maravillosos del resto del mundo echarán en falta el armonioso colorido de nuestras camisetas y calcetines de turistas. Tal vez tengamos que aprovechar más el papel, sin tirar a la basura cualquier libreta que no sea de Hello Kitty, y resignarnos a que se pierdan puestos de trabajo en las pujantes empresas multinacionales que esquilman las selvas del Amazonas. Tal vez tengamos que comprar casas más pequeñas, menos aparentes, que serán más fáciles calentar porque al estar más en ellas serán menos frías y estarán más llenas de calor humano, del calor que desprende la comida guisada a fuego lento en esas cocinas de gas de antes que contaminan menos que las eléctricas. Tal vez tengamos que caminar más por nuestras ciudades aparcando el coche salvo para casos necesarios, utilizando más el transporte urbano porque nuestro sueldo no nos permitirá tantos lujos, pero, eso sí, a costa de perjudicar a la empresa farmacéutica, que sufrirá grandes pérdidas por la disminución de enfermedades cardiovasculares debido al aumento de un ejercicio diario tan sano y barato como es caminar, incluso a costa del desempleo que se generará en toda esa serie de negocios florecientes de dietética y adelgazamiento, que se hundirán con el fin de la obesidad, fruto de una sociedad de opulencia y sedentarismo.

En fin, con un futuro tan aterrador, si no consumimos, ¿cómo puede alguien pararse a pensar en el Tercer Mundo, en el cambio climático, en el reparto de la riqueza, en un desarrollo sostenible, en resumen, en un mundo más justo?

Así que no perdamos tiempo, tiremos este periódico al contenedor de la basura sin reciclarlo, cojamos nuestro supercoche todoterreno, vayamos a un lejano centro comercial a comprar comida precocinada, tiremos su envase en el mismo sitio que el periódico, corramos a nuestra segunda vivienda a limpiar y reparar, volvamos al centro comercial a comprar una nueva camisa de una nueva marca muy chic, llamemos a nuestros amigos desde nuestro móvil de última generación para decirles que no tenemos tiempo de verles tampoco hoy porque tenemos que ir a recoger a nuestros hijos a casa de sus abuelos, donde pasaron el día porque teníamos que terminar un trabajo fundamental para mantener ese puestazo que tenemos con un sueldazo que, a pesar de un horario de infarto, nos permite mantener una vida tan gratificante, y, eso sí, que no nos falte tiempo para visitar al otro abuelo en el asilo e ir eligiendo sitio para nosotros porque nuestro empeño seguirá siendo que nuestros hijos sean tan consumistas, materialistas y competitivos como nosotros, y con una vida tan «plena», «racional», «solidaria» y «humana» como la nuestra.

Sinceramente: ¡no sé a qué esperamos!

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