El nacionalista celoso
Se me ocurre emplear una retórica propia del mundillo del celuloide para expresar lo que he visto, que no leído, en la prensa diaria no con sorpresa pero sí con cierto estupor, propio de un sistema político enfermo, muy enfermo.
Los regímenes nacionalistas contraatacan ante el fervor deportivo-patriótico provocado por la victoria de nuestra selección. Unos dicen que van a organizar una selección nacional euskaldun, otros se manifiestan indiferentes ante el resultado a pesar de contar con un núcleo importante de jugadores de su propia autonomía o región y ponen los mayores impedimentos posibles para que sus conciudadanos no vean el partido en masa (todo se contagia ya saben).
Este panorama para un hispánico no deja de ser habitual y normal, pero si nos imaginamos por un momento verlo desde fuera como un guiri de cualquier origen, es probable que no diéramos crédito o como poco no llegaríamos a comprenderlo. Pero hay que reconocer que el nacionalismo alimenta muchas bocas, y no pueden defraudar a sus correligionarios y votantes, pues su jornal y exuberante ritmo de vida está en juego.
Pero esto es España, perdón España 2012. Esto es a lo que hemos llegado después de esa tan cacareada transición que empiezo a pensar que ha sido realmente nefasta y que seamos realistas nos ha llevado a un país con un sistema político-administrativo inviable, ingobernable, endeudado, acomplejado, insolidario y dirigido por una casta política hiperhinchada, costosísima, bastante corrupta y en algunos casos prácticamente analfabeta, pero que ha conseguido montar un monstruoso aparato de gobiernos en el cual caben casi todos, más familiares y allegados y que pretenden mantener el statu quo pese a la que está cayendo, en base a sangrar a impuestos al contribuyente.
Una esperanza es lo que se vio en la final de la Eurocopa, un tímido reflejo de lo que es capaz el hispánico cuando todos remamos del mismo lado, como se ha hecho en innumerables ocasiones a lo largo de la historia. El problema es que ambas caras de nuestra genética se mantienen a lo largo de los siglos.
Qué buenos vasallos seríamos si tuviéramos un buen Señor.
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