Referentes

15 de Julio del 2012 - Javier Gómez (Oviedo)

Tiempos difíciles, de tribulación los que estamos viviendo y en el peor de muchos casos padeciendo. Nos hacen mirar hacia la parte económica de la situación, sin darnos cuenta de que ésta no es más que la consecuencia de la pérdida de aquellos referentes que en todos los casos han de ser modelo-patrón para una vida individual y en sociedad.

La honradez, la capacidad, el espíritu de sacrificio, la generosidad, el mérito y otros que el lector podrá añadir han sido desplazados por la corrupción, la incapacidad, el nepotismo, la prevaricación, la conveniencia de parte... para instalarse precisamente en quienes han tomado las decisiones que han llevado a estas consecuencias. Y podemos estar seguros de que sin la reinstalación de aquellos referentes de vida jamás se podrán reencauzar las nefastas consecuencias. El liderazgo no lidera cuando le faltan los referentes.

Pero no, no son a estos referentes a los que se va a dirigir este escrito.

Verán, hace unos dos meses acudí a Fray Ceferino para darle el último adiós a don Fernando, mi párroco, y después de un rato de silencio, yo que soy tan sólo un feligrés del último banco, no pude por menos que sentir un desgarro y se me escaparon dos lágrimas. Desde los 11 años, que mi padre me llevó a San Juan para que Pilarina me admitiera en la catequesis, he observado y vivido, siempre desde ese último banco, la grandiosa obra social, de caridad y, por qué no decirlo, de actividad económica que, siempre bajo el paraguas de la moral cristiana, llevó a cabo esta parroquia, que se convirtió en familia viva para todos los feligreses y ejemplo, posiblemente envidiado, para otras feligresías. Entonces comprendí que se me iba un referente del alma. Y a estas edades eso deja profunda huella.

Mas ya en la calle, me consolaba diciéndome a mí mismo lo bien que se habían hecho las cosas, porque la obra parroquial tenía el más adecuado continuador: don Álvaro.

Cuál no sería mi desagradable sorpresa cuando en estos pasados días me entero que la «superioridad» toma la decisión de trasladar a don Álvaro. Entonces sentí cómo me arrancaban otro referente del alma, pero en este caso la rabia no me permitió llorar.

Analizo la tal decisión de la superioridad y lo primero que me encuentro es, cuando menos, una imprudencia al hacer oídos sordos a aquella santa recomendación: «En tiempos de tribulación no hacer mudanza». El tema me sigue preocupando y me pone en las pistas del «por qué» Javier Morán, que en esto, como en tantas otras cosas, tanto sabe: «Existe, dice, un triángulo que no llega al misterio de la trinitaria», pero que, añado yo, encierra el quid de la cuestión.

Hoy leo una entrevista con el señor Sanz Montes, arzobispo de la diócesis. Entrevista de la que alguna frase me preocupa y me hiere. «No es cristiano presionar a un obispo por los destinos de los sacerdotes». Y me hiere porque yo estaba allí con los feligreses que rezaban el rosario y encendían velas. Pero me preocupa más porque dicha entrevista se me antoja en su 90 por ciento más de política pedestre llena de lugares comunes a políticos comunes que de reflexión espiritual. (Una curiosidad: ¿puede el señor Sanz reprochar al ministro de Industria no dialogar y no sentir que está desoyendo a la vez a Mateo, 7,5 o a Lucas, 6,41?). Sin embargo, para el tema que me ocupa extraigo algunas «perlas»:

Por toda justificación del hecho, comenta el señor Sanz: «En don Álvaro no hay degradación en cuanto a la baremación de los galones». Y digo yo ¡hasta ahí podríamos llegar! Y prefiero no decir nada del lenguaje cuartelero.

Referido a don Julián Herrojo, después de agradecerle su buen hacer como contratista rehabilitador, le encomienda una labor de índole cultural y universitaria, pues es la parroquia del campus». ¡Toma! ¿Pero ésa no es la labor que viene haciendo don Javier Suárez, con el sonado éxito que le promociona a párroco de la «catedral del ensanche»? Aunque el señor arzobispo, por toda explicación al mérito, dice que lleva muchos años allí.

Me recuerda esto aquella otra situación en la que había que designar para ocupar un alto cargo en la otra «catedral del ensanche». En este caso, la financiera. Alguien dijo «cagunmimanto, después de lo que esti hombre hizo p'ol sindicato, ahí lu pongo yo». Al menos ése era el comentario que corría de boca en boca.

Para cimentar el dichoso triángulo, apela el señor Arzobispo al sentido de la propiedad al decir que «ni el párroco es dueño de la parroquia, ni la comunidad es dueña de ese párroco». Deja claro que hay un dueño, pero no aclara más. En tal caso, uno tiene derecho a preguntarse quién es ese dueño, ¿lo es el señor Arzobispo? O tirando por elevación, ¿lo es el Espíritu Santo, y el señor Sanz tan sólo es su paloma?

Lo que ya me parece el colmo de la imprudencia es que un periodista, en este caso gráfico y que seguro es de los que «cuentan el novelón», pueda captar otro triángulo, «padre, hijo y espíritu santo» de la iniquidad celebrándolo a mesa y mantel. Y para completar el cuadro, el bueno de don Juan Bautista, en representación de la Iglesia silenciosa. Qué pena que no lo pueda pintar don José Uría Uría. Ya veo el título: «Los afrancesados otra vez campando por Asturias».

Ay, don Juan Bautista, desde aquellos tiempos de la «libertad de enseñanza para todos», cuánta agua ha pasado por debajo de los puentes de la Iglesia asturiana. Y qué turbias cuando van «crecidas».

En definitiva, la parroquia de San Juan ha creado en este tiempo, de tejas arriba, una extraordinaria comunidad espiritual de oración, caridad y amor. De tejas abajo, una importantísima actividad económica basada en fuentes públicas de sostenimiento. Porque en este caso lo público va desde la casilla del IRPF, pasando por las aportaciones de los feligreses y terminando en el cepillo de las ánimas, por ejemplo. Y de tejas abajo, lo público merece, cuando menos, rigor y respeto. Los responsables de mantener los niveles alcanzados tienen cara y ojos. Es tiempo de reflexión para todos, por lo que en este momento los trasnochados seguidismos merengosos están de más. En otro tiempo cursaba bien la «dictadura del feligresado»; hoy no tiene cabida.

Permítanme terminar con una frase de un financiero que poco tenía de espiritual, pero que era inteligente: «El mayor de todos los males es el creer que los males no tienen remedio». Porque, en este caso, al final nos queda... el cercanías.

Javier Gómez, feligrés

Oviedo

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