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Reflexiones de un feligrés de San Juan el Real

15 de Julio del 2012 - Julián Ruiz-Cantabrana Diez (Oviedo)

He de confesar que estos días ando un poco bajo de moral, y es por algo que ha ocurrido y creía que no era posible sucediese en la Iglesia católica, a la que me considero unido como parte integrante y activa de la misma.

El otro día me entero de sopetón de que al sacerdote y vicario de mi parroquia –San Juan el Real de Oviedo–, don Álvaro, lo cambian de destino sin haberlo solicitado.

Esta parroquia ha sufrido en pocos años la pérdida de dos sacerdotes muy conocidos y queridos: don Benedicto y, recientemente, el párroco don Fernando. Pues, bien, el vicario don Álvaro, que ha trabajado junto a los dos anteriores más de 40 años en esta parroquia, y con el cual la inmensa mayoría de los feligreses estamos identificados y él nos conoce, sin más ha sido destinado a otra localidad. Digo sin más, aunque supongo que el señor arzobispo tendrá sus motivos y quizá su más alta perspectiva global de la Iglesia diocesana lo haya obligado a ello, pero nosotros, los feligreses, también somos Iglesia, y tenemos también nuestro conocimiento y nuestra corta pero concreta y cercana perspectiva, que creemos valdría la pena tenerse en cuenta.

El señor arzobispo en declaraciones a LA NUEVA ESPAÑA del primero de julio dice, entre otras cosas: «Apelo al diálogo y he dialogado con las personas afectadas en el cambio. Ni el párroco es dueño de la parroquia ni la comunidad es dueña del párroco», y más adelante afirma: «... Tengo que decir que don Álvaro Iglesias pasa de vicario parroquial a rector de una importante basílica en Gijón, o sea, que no hay degradación en cuanto a la baremación de los galones».

Sinceramente, y con toda humildad, señor arzobispo, he de decirle que me han sorprendido esas declaraciones, si fueron hechas como expongo. En primer lugar y según se deduce, usted ha dialogado con los sacerdotes afectados por el cambio, pero no con los feligreses (que forman parte importante de la Iglesia) que se sienten «afectados» por tal decisión, y en segundo lugar, no creemos que don Álvaro, y suponemos que los otros sacerdotes, guíen su vida eclesial y su esfuerzo para conseguir más o menos «galones», sino para servir a la Iglesia lo mejor posible, conocer a sus feligreses y ayudar a todos a encontrar el camino de la esperanza hacia Dios.

Señor arzobispo, con el mayor respeto y consideración, me permito hacer estas preguntas: ¿qué beneficios pueden aportar los cambios que se han establecido?, ¿qué mal haría a la parroquia de San Juan el que don Álvaro se quedase en ella, aunque fuese de vicario?, ¿no sería beneficiosa su continuidad, para que ayudase con su experiencia y el conocimiento de sus fieles al nuevo párroco? Sinceramente, señor arzobispo, no encontramos motivos ni causas concretas que impidiesen dicha continuidad y que sea mejor para la parroquia el traslado de don Álvaro, y como tenemos la convicción de su buena fe como pastor de nuestra Iglesia diocesana, creemos sinceramente habrá habido motivos o circunstancias de amplias miras que le han aconsejado tomar tal decisión, pues en absoluto estimamos haya sido simple capricho, pero en ese caso, señor arzobispo, ¿no se nos podría haber informado como parte que somos de la Iglesia?, ¿no se nos podía haber pedido opinión al respecto?

Por último, quiero decirle a don Álvaro que somos muchos los que sentimos su marcha, que ha sido un buen sacerdote, que permanecerá siempre en nuestro pensamiento, que, por favor, nos siga considerando sus feligreses y que podamos acudir a él cuando algo nos aflija y estimemos oportuno su consejo.

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