La imbécil conducta suicida del «Bang-Bang»
En este mundo prima el progreso como si de competencia de especies se tratase. No nos percatamos de que la diferencia humana para evolucionar está en la dignidad y el bienestar conseguido: por y para todos. Pero quien domina triunfa y perpetua todo su infantil egoísmo de acaparar y dominar a su próximo. Somos como bebés estreñidos para los que su caca es suya y no la dan. Eso, a pesar de que llegamos desnudos y nos vamos sin nada; y de que lo que dejamos pocas veces fue bueno para la mayoría.
Nuestra llegada al mundo desnudos e inmaduros, obliga a nuestras madres y padres a utilizar los brazos para cogernos, mimarnos, e intentar enseñarnos a superar nuestras necesidades de forma menos egoísta. Los brazos, con sus manos en los extremos, nos sirvieron para coger artefactos a modo de prolongación. Con la fortaleza así conseguida dominan y disuaden a otros. Sin embargo, redimidos de tal necesidad, seguimos sin colaborar y repartir lo disponible para que alcance para todos; y claro, acaba no alcanzando para nadie. El mensaje de hace dos mil años germen de nuestra cultura, no se tiene en cuenta; es más, los portavoces del mensaje se comportan asaz de las veces como burócratas escribas y dogmáticos fariseos. Difícil resulta mantenerse en un contexto creativo y de bienestar, fuera de de la dominación que nos empeñamos en conservar. Seguimos sin compartir igualdad, libertad y fraternidad, tres esencias distintas de una única posibilidad verdadera: la unidad.
Lakshmi Mittal reclama menos austeridad y «trabajar más horas» para reflotar Europa. Y España sube el horario laboral a todos sus funcionarios que no a todos sus empleados públicos. Pero en un país con un 25% de desempleados y un 50% de paro juvenil, eso no parece muy razonable ni coherente. Se considera que los que trabajan y alquilan su tiempo deben echar más horas mientras máquinas automatizadas los controlan: expendedoras automáticas dan el necesario café para un respiro; cajeros automáticos reintegran el dinero escaso; y extraños artilugios mediante huella digital controlan asuntos personales en nuestro trabajo. Todo está resuelto para la indignidad humana. Lo razonable sería que los productivos robots y las automatizadas máquinas liberasen a las personas, pero no, éstas esclavizan y someten toda dignidad humana como si tal cosa. No se pone límite al crecimiento egoísta de esta indignidad que no trae bienestar para todos (25% de desempleo), ni futuro para nuestros descendientes (50% de desempleo juvenil). Ni se quiere apreciar que la única satisfacción posible para una persona es la dignidad y el bienestar. ¡No! Se trata de la conducta suicida de la dominación; e insatisfechos veremos como el agua hervirá y el café no saldrá.
¿Cómo es posible que en este mundo, con el gran desarrollo tecnológico existente que ha posibilitado la creación de los medios automatizados y la existencia de robots que engendran a robots, la humanidad esté más indignada y se dediquen más horas y energías a dominar a otros que a la felicidad, sin que por ello los dominantes alcancen nada a cambio salvo el estúpido placer de dominar? ¿Es eso progreso? Los jóvenes están en paro y los que trabajan deben hacerlo más horas al día. En una familia deben trabajar los dos porque sino no alcanza, y ni con ésas. Encima no se les garantiza el trabajo adecuado ni la continuidad del mismo. Obviamente, se inhiben de tener descendencia y el suicidio humano, de clase o de raza, está garantizado.
Seguimos con la conducta suicida de la dominación. Hay quien parece disfrutar con ello, pero no se da ni un paso hacia la estabilidad: o abrimos la ventana a tope, o encendemos la calefacción a tope: estamos abocados al «Bang-Bang». ¡Basta! Paren.
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