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La imbécil conducta suicida del «Bang-Bang»

10 de Julio del 2012 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

En este mundo prima el progreso como si de competencia de especies se tratase. No nos percatamos de que la diferencia humana para evolucionar está en la dignidad y el bienestar conseguido: por y para todos. Pero quien domina triunfa y perpetua todo su infantil egoísmo de acaparar y dominar a su próximo. Somos como bebés estreñidos para los que su caca es suya y no la dan. Eso, a pesar de que llegamos desnudos y nos vamos sin nada; y de que lo que dejamos pocas veces fue bueno para la mayoría.

Nuestra llegada al mundo desnudos e inmaduros, obliga a nuestras madres y padres a utilizar los brazos para cogernos, mimarnos, e intentar enseñarnos a superar nuestras necesidades de forma menos egoísta. Los brazos, con sus manos en los extremos, nos sirvieron para coger artefactos a modo de prolongación. Con la fortaleza así conseguida dominan y disuaden a otros. Sin embargo, redimidos de tal necesidad, seguimos sin colaborar y repartir lo disponible para que alcance para todos; y claro, acaba no alcanzando para nadie. El mensaje de hace dos mil años germen de nuestra cultura, no se tiene en cuenta; es más, los portavoces del mensaje se comportan asaz de las veces como burócratas escribas y dogmáticos fariseos. Difícil resulta mantenerse en un contexto creativo y de bienestar, fuera de de la dominación que nos empeñamos en conservar. Seguimos sin compartir igualdad, libertad y fraternidad, tres esencias distintas de una única posibilidad verdadera: la unidad.

Lakshmi Mittal reclama menos austeridad y «trabajar más horas» para reflotar Europa. Y España sube el horario laboral a todos sus funcionarios que no a todos sus empleados públicos. Pero en un país con un 25% de desempleados y un 50% de paro juvenil, eso no parece muy razonable ni coherente. Se considera que los que trabajan y alquilan su tiempo deben echar más horas mientras máquinas automatizadas los controlan: expendedoras automáticas dan el necesario café para un respiro; cajeros automáticos reintegran el dinero escaso; y extraños artilugios mediante huella digital controlan asuntos personales en nuestro trabajo. Todo está resuelto para la indignidad humana. Lo razonable sería que los productivos robots y las automatizadas máquinas liberasen a las personas, pero no, éstas esclavizan y someten toda dignidad humana como si tal cosa. No se pone límite al crecimiento egoísta de esta indignidad que no trae bienestar para todos (25% de desempleo), ni futuro para nuestros descendientes (50% de desempleo juvenil). Ni se quiere apreciar que la única satisfacción posible para una persona es la dignidad y el bienestar. ¡No! Se trata de la conducta suicida de la dominación; e insatisfechos veremos como el agua hervirá y el café no saldrá.

¿Cómo es posible que en este mundo, con el gran desarrollo tecnológico existente que ha posibilitado la creación de los medios automatizados y la existencia de robots que engendran a robots, la humanidad esté más indignada y se dediquen más horas y energías a dominar a otros que a la felicidad, sin que por ello los dominantes alcancen nada a cambio salvo el estúpido placer de dominar? ¿Es eso progreso? Los jóvenes están en paro y los que trabajan deben hacerlo más horas al día. En una familia deben trabajar los dos porque sino no alcanza, y ni con ésas. Encima no se les garantiza el trabajo adecuado ni la continuidad del mismo. Obviamente, se inhiben de tener descendencia y el suicidio humano, de clase o de raza, está garantizado.

Seguimos con la conducta suicida de la dominación. Hay quien parece disfrutar con ello, pero no se da ni un paso hacia la estabilidad: o abrimos la ventana a tope, o encendemos la calefacción a tope: estamos abocados al «Bang-Bang». ¡Basta! Paren.

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