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Reflexiones sobre el Festival de la Sidra

15 de Julio del 2012 - Adela Estrada Montes (Nava)

Este escrito es, con algunos pequeños cambios para adaptarlo a nuestra fiesta, transcripción del artículo «El ruido: la rebelión de las víctimas», de Agustín Bocos (abogado y asesor jurídico de la Asociación Contra el Ruido de Valladolid), y que refleja el sentir de la que suscribe y de los que quieran adherirse a estas manifestaciones.

Parece que el Festival de la Sidra de este año también nos ha mostrado ante nuestras miradas que existen personas que sufren mientras otras se divierten, que tienen que abandonar sus viviendas –los que pueden, claro– o resignarse a no poder descansar ni tan siquiera usar con una mínima dignidad su propio hogar. El problema viene de lejos: nada menos que 35 ediciones. ¿Por qué no han protestado antes los vecinos que tanto se quejan ahora?, dirán algunos. ¿No será que quieren engancharse al tan de moda carro de la crispación?, dirán los malpensados.

Yo aconsejo a todas estas personas que se han alzado en contra de los vecinos, bueno, y a todo el mundo, que vean la deliciosa película «Jour de fête», de Jacques Tati. En ella se describe de forma magistral lo que hasta hace bien poco suponían las fiestas en una localidad europea de mediados del siglo pasado. Los vecinos anhelaban todo el año que llegaran esos días con la ilusión de un niño que vive la llegada de los Reyes Magos. Era el fin de un ciclo y el principio de algo nuevo, que se vivía con ilusión y esperanza, como si se renovara la vida. Y entonces el pueblo se transforma, llegan los feriantes, mercachifles y buhoneros, se alzan los mástiles, se enarbolan las banderas, hasta los animales se engalanan. Pero las ferias no suponían una ruptura de la vida ciudadana ni, mucho menos, un enfrentamiento entre la población. Se integraba armónicamente en el pueblo. Todos necesitan olvidar sus penas y nadie se siente incómodo o desplazado, porque todos llevamos dentro la alegría y la necesidad de expansión, como llevamos la melancolía y el decoro, todos en el fondo necesitamos un alto en el camino.

Pero la globalización ha llegado también a las fiestas, y hoy en día da prácticamente lo mismo estar en los Carnavales que en San Fermín, en las Fallas de Valencia o en el Festival de la Sidra. Es igual que se celebre la vendimia o la fiesta de la castaña. Cualquier motivo es bien recibido por las autoridades locales para que se autorice que unos pocos tomen la calle y atemoricen a la población, generalmente de los centros históricos –que, a fin de cuentas, son unos pocos viejos– con atronadores equipos musicales, alargando absurdamente las jornadas festivas y convirtiendo las calles en un permanente «botellón». Nada importa ya la historia o el significado de la fiesta que estamos celebrando.

La mayoría de nuestras demócratas autoridades locales consideran que la juventud tiene derecho a divertirse y que son muy pocos los vecinos afectados. Con limpiar un poco la zona y la mirada puesta en las próximas elecciones ya creen que han hecho bastante. Es un problema de educación, y ahí no podemos hacer nada, dicen para justificar su inoperancia.

Nadie en su sano juicio puede pensar que se pretenda que se deje de celebrar el Festival de la Sidra, pero si hacer constar que no siempre tienen razón los que más ruido hacen, que pueden y deben buscarse soluciones que permitan conciliar a los que quieren divertirse con los que necesitan descansar, que debemos recuperar el auténtico sentido de nuestras tradiciones y no dejarnos llevar por los intereses económicos de los que protegen estas fiestas porque es su negocio del año, que el ruido también produce víctimas que hasta ahora han estado calladas y tienen derecho a la rebeldía...

Sirva de reflexión a nuestras autoridades locales para la convocatoria de la 36.ª edición del Festival de la Sidra.

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