Yo soy minero

11 de Julio del 2012 - César González Antuña (Gijón)

Yo soy minero por todos los costados. Mi padre fue minero. Mi abuelo paterno, Costantino, de Blimea, fue minero. David, de Parayes, abuelo materno, fue minero.

Todos mis tíos paternos fueron mineros; los maternos también lo fueron. Mis primos por parte paterna fueron, yo creo que todos, los de La Bargana, siempre destacaron en la minería. Por parte materna lo mismo. En mi entorno familiar, mi hermano acabó su vida profesional con trabajos de minería. Por parte de mi esposa, Remedios Herrerias, fue mi suegro, natural de Villanueva del Río y Minas, Sevilla: minero. Su padre fue minero. Yo, gracias al trabajo de un minero, no he bajado a la mina. Pero ayer, hoy y mañana soy minero por todos los costados. ¡Soy minero!

Cuando un dia fui a Villanueva del Río y Minas en los años 60 y vi que habían cerrado las minas, sin presumir de futurista, me acordé de mi Sotrondio. Entonces era todo alegría, los paseos de jóvenes eran alegres, los chigres y bares rebosaban de felicidad, porque la minería estaba tirando del carro y la prosperidad manaba, poco a poco, en los hogares. Los padres mineros se sacrificaban para que sus hijos no fueran a la mina. Pero, ¿y los otros? Los que por destino estaban abocados a llenar el gremio de la minería, ¿cuál era su futuro?

Y un mal día empezaron a cerrar pozos, pero no los cerraban con cadena y candado. Su cierre se efectuaba anegando las bombas de achique de agua. El agua inundó las galerías y los pozos estaban condenados para siempre.

Aquellos días todos callaron la boca. Marcharon para casa con el sobrenombre de prejubilación y la minería se fue desgastando, como las hojas de los árboles de hoja caduca caen en época de otoño. Nadie pensó en el invierno, en ese invierno polar que ciega la luz durante largos meses. La plantilla de la minería se fue reduciendo y nadie en los años 70, 80, 90, 2000 puso el grito en el cielo y dijo ¡basta! Ahora en 2012 sólo quedan 1.800 jabatos que se han lanzado a la calle y han cogido como bandera esa palabra que había sido olvidada: ¡basta!

Yo, particularmente, vivo día a día el rosario cruel e inhumano de esos mineros que se han encerrado en las minas. Pero a la vez me pregunto: ¿se llegará a una solución este sacrificio incruento de los encerrados en las galerías de las minas?

Dedico este escrito a mi amigo entrañable Abel, Abelín el del Pontón, porque vivió en su carne, siendo un niño, cuando vio a su padre, minero en el Sotón, preso en el año 1956 (?) por defender los derechos de sus compañeros en la que yo me acuerde fue la primera huelga minera.

César González Antuña

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