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La vida en paralelo

11 de Mayo del 2009 - María Teresa González Fernández (Oviedo)

Vengo de un país que ha sido refugio de muchos asturianos de la España con problemas, es más, soy hija de dos de ellos. Pertenezco a la generación que conoció a la Argentina que poseía una clase media culta y disfrutó de una economía que sólo podía ser acabada por los maquiavélicos y corruptos políticos que gobernaron casi siempre el país.

De este derrumbe social y económico me llegó el dolor de ver dividida a mi familia, ya que tres de mis cinco hijos hicieron el camino inverso al de sus abuelos, buscaron en Asturias la vida digna y honrada para la que habían sido educados y formados en el estudio.

Y aquí estoy amando a Asturias como a mi tierra y volviendo a la Argentina de mis amores cada poco. Cuando llego encuentro escuelas que no dan clases por las huelgas; hospitales que para ser atendidos hay que levantarse a las cuatro de la mañana y cuando se llega, tal vez no pueda ser resuelto su problema, porque los aparatos no funcionan, no hay gasas ni otros elementos; entonces, el médico realmente comprometido suple con vocación, responsabilidad y trabajo todas las carencias. ¡Olé por los médicos de mi país!

Pero como también vivo un poco aquí, voy al médico. Me atienden en el ambulatorio la Lila. Pido mi cita cómodamente por teléfono y me la dan para el mismo día; el ascensor me lleva a la sala de espera, donde los suelos brillan impecables, espero en cómodas sillas y los baños están muy limpios, un moderno altavoz dice mi nombre, entro y veo: un médico que ni me mira y apenas gruñe respondiendo a mi saludo, y en ese momento sí comienzo a percibir carencias y mediocridad. El médico que ejerce allí no debería haberle costado a España un euro por su título, pues sólo es un expendedor de recetas.

Soy hipertensa y nunca, nunca controló o mandó controlar mi tensión para corroborar que la medicación que pido es la correcta.

Se cree un Dios montado en su soberbia. Él utiliza la seguridad para cobrar un sueldo. Yo lo utilizo a él para que escriba mis recetas. Nunca confiaría en un diagnóstico dado por él.

Me pregunto si será así con todos, no sólo con los que él considera inmigrantes.

Aclaro que no le cuesto a España un euro, todos mis chequeos y estudios rutinarios los hago en mi país, donde los médicos cobran poco, pero están llenos de humanidad y vocación de servicio.

Creo que aquí habrá médicos que reúnan todas estas condiciones que admiro y considero indispensables, y, como amo a Asturias, espero que así sea.

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