Dos fechas para la reflexión
Entre el 14 de abril de 1931 y el 1 de abril de 1939 se decidió en destino de España por lo que quedaba del siglo XX y cuyas consecuencias están, todavía hoy, presentes en el ser español. Entre ambas fechas transcurrieron ocho años; los años más intensos para hacer de este país, un país moderno, abierto y democrático o, por el contrario, continuar en el pasado, revitalizar sus viejos dogmas, ensimismarse en su falsa grandeza imperial, encerrarse en su orgullo aislacionista y retrógrado. Se impuso, ciertamente, esta segunda manera de entender el país y, así, un 1 de abril, el pueblo español inició uno de los caminos más oscuros de su historia. Habían transcurrido ocho años durante los cuales, la República abrió los brazos a la esperanza, el corazón al progreso, la mente a la ensoñación, pero se mostró incapaz de ejecutar, con decisión, sus planes progresistas, sintió en sus entrañas el pasado revivido (Bienio Negro), la rebelión de los siempre humillados (Revolución de Octubre), el resurgir de la esperanza (Frente Popular), la felonía de los viejos demonios (Sublevación franquista) y el desgarro fratricida (Guerra Civil), después, el festín de los vencedores, la muerte, el exilio o la represión inmisericorde para los vencidos y así en esa "larga noche de piedra" por cuarenta años. En estos días se cumplen setenta y ocho años de la primera y setenta de la segunda de dichas fechas. La conciencia vergonzante de la mayoría de los políticos y de los medios de comunicación, así como los llamados "poderes fácticos" poco harán por recordarlas y menos por analizarlas. Una sociedad que quiso dar carpetazo, poner punto final con la Transición a la época más trágica, crule, esperanzadora y traumática de la España moderna y contemporánea, prefiere cerrar los ojos, el corazón y la memoria a este pasado e ilusionarse con recetas globalizantes que le prometen salir de esta crisis estructural que la acogota. Sin embargo, de aquellos lodos vienen estos barros.
En estos más de 70 años se han sucedido varias generaciones. Unas, las protagonistas del amanecer republicano, las de la guerra, las del exilio, las de la represión y las de obscena victoria, desgraciadamente están casi ya desaparecidas, perdidas en el insoldable arcano de la Historia, llevándose su heroísmo, su hambre, su sangre, sus cátnicos y sus gestas, su impudicia victoriosa; otras, como la mía, nacida en los años de la esperanza o de la miserable posguerra, llevan a cuestas una vejez de insatisfacciones, frustraciones y silencios que gritaron su impotencia o impúdicamente se enristraron al carro del oportunismo, del ventajismo o de la arrogancia espesa de los vencedores; otras, en fin, nacerían o crecerían para ve rla inutilidad de tanta barbarie, saludando el amanecer de otro tiempo, sin memoria -mejor, sin querer tenerla- del pasado, atentas fundamentalmente a querer vivir con el ansia de una comodidad material y consumista. Un día cualquiera de finales de aquel 1939, mi madre, mi hermana y yo, llegábamos a la Estación del Norte de Oviedo, repatriados por los vencedores. Un periplo iniciado poco tiempo antes de la caída de Asturias, como a otros muchos, nos llevó como "refugiados", sucesivamente a Francia, a Cataluña, de nuevo a Francia y de vuetla a casa. MIentras mi padre, un maestro republicano, se escondía en los montes de su aldea natal. Regresábamos -¿o nos incorporábamos?- a un mundo gris, aterido y humillado para los vencidos. No llevábamos brazaletes infamantes, pero sí el estigma de "rojos". La conducta hipócrita y vergonzante o el silencio, el silencio espeso y duro para sobrevivir, marcarían los años posteriores para muchos de nosotros.
A mí, como a muchos de mi generación que estaban en iguales, parecidas o peores condiciones, los años del miedo, del silencio, de los anatemas y del triunfalismo franquista nos marcaría indeleblemente. No es, pues, cuestió nde memoria, es cuestión de permanencia, de presencia de la pérdida del futuro que media España sufrió por culpa de la otra media.
En algún momento los estudiosos de la sociología colectiva se preguntarán el porqué, después de tantos años, la República, la guerra civil, los años del franquismo,e n definitiva ese holocausto si nsentido, sufrido por gran parte del pueblo español, perdura, se mantiene, está vivo, en la conciencia popular. Sin embargo, a mí me parece que la razón es simple: los valores que trajeron la República, el heroísmo de quienes por más de tres años combatieron el fascismo, el estoicismo de quienes padecieron la represión, son categorías de los mejores valores de los pueblos de España. Tanta sangre, tanta mentira, tanta humillación, no fueron capaces de desterrar la esperanza, de abandonar la ilusión, pues subyace en lo mejor de la sociedad, el afán, nunca olvidado de justicia social, de libertad, de democracia. La larga noche del franquismo no los pudo desarraigar.
No se cuándo ni cómo llegará un nuevo 14 de abril, mas mi sueño republicano será realidad. Sí se, también, que un nuevo 1 de abril jamás se producirá.
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