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Bajo una misma bandera

21 de Agosto del 2012 - Vicente Pedro Colomar Cerrada

A partir del final del primer tercio del siglo XIX, en tiempos del reinado de Isabel II, eran frecuentes los ataques por parte de los grupos de rifeños (marroquíes) a las ciudades de Ceuta y Melilla. El ejército español respondía rápidamente y con contundencia esos actos de bandidaje, pero los rifeños retrocedían y se perdían al internarse por un terreno montañoso cubierto de resquebrajaduras y cortados de difícil acceso para las tropas.

En el verano de 1859 se iniciaron en Ceuta las obras para la construcción de tres nuevos puestos de guardia que ofreciesen mayor seguridad a la plaza y las reparaciones obligadas en otros como el de Santa Clara. En la noche del 10 al 11 de agosto los habitantes de la cabila de Anyera (donde está situada la plaza española) destrozaron en parte las obras que se estaban realizando y rompieron el escudo de España labrado en uno de los hitos que marcaban la frontera entre territorio español y terreno marroquí. Los anyerinos consideraron que la construcción de los nuevos puestos de guardia era una consolidación e incluso una invasión por parte de España en sus tierras, hasta el punto de que imanes y ulemas emprendieron una campaña sobre las intromisiones del infiel que ponían en peligro sus formas de vida tradicionales. Se reanudaron los trabajos y en la jornada del 24 de agosto de nuevo se produjo una acción hostil por parte de grupos de anyerinos produciéndose bajas entre los obreros que trabajaban en las obras. Al llegar las noticias de los sucesos acaecidos a España, la indignación y espíritu de venganza se extendió por todo el país con propalación de exclamaciones de carácter patriótico: «¡Al África debe dirigirse la voz de la civilización! ¡Al África el ruido de las armas y las batallas!»

Por mediación del cónsul en Tánger el 5 de septiembre el Gobierno español presentó un ultimátum a Marruecos exigiéndole que los daños producidos fuesen reparados, especialmente el escudo profanado, que, una vez repuesto en su mismo lugar, recibiría honores por parte de las tropas del sultán; que los autores de los actos de barbarie fuesen castigados en la propia plaza en presencia de la guarnición y que el Maghzen (Gobierno marroquí) tomase todas las medidas para que los ataques no se volvieran a producir. Los marroquíes no querían verse inmersos en un conflicto con España y accedieron a todas las peticiones de los españoles a excepción de que pudiesen fortificar Ceuta. En esas fechas, Marruecos pasaba por una difícil situación, pues el 29 de agosto falleció el sultán Mulay Abd el-Rahman y lo sucedió su hijo Sidi Muhammad (Muhammad IV), quien desde un primer momento contó con el apoyo de su hermano Mulay Abbás. El Gobierno español pudo constatar que el nuevo sultán no estaba en la idea de entregar a los culpables ni admitir la construcción de nuevos puestos de guardia. Dejando correr el tiempo en dos ocasiones y a través de su ministro de Negocios Extranjeros (Asuntos Exteriores) solicitó a España un plazo de veinte días y, cerca de cumplirse ese plazo, solicitó otro de diez días.

Ante la ambigüedad de la respuesta marroquí y apremiado por la presión popular, el general Leopoldo O’Donnell y Joris, como presidente del Gobierno español desde junio de 1858, y con el apoyo del Gobierno de Unión Liberal el 22 de octubre de 1859, propuso al Congreso de los Diputados la declaración de guerra a Marruecos con el beneplácito de las potencias europeas a pesar de las reticencias de los ingleses por la incidencia que pudiese tener la contienda en el control del estrecho de Gibraltar. El 11 de diciembre un Ejército compuesto por 36.000 expedicionarios con sesenta y cinco piezas de artillería esperaba en el puerto de Málaga para embarcar hacia Ceuta. Las tropas fueron trasladadas en sucesivas etapas en cuarenta y un navíos, empleándose buques de vapor nacionales que, al ser insuficientes, obligó a fletar buques ingleses e italianos.

El general jefe del Ejército de África, Leopoldo O’Donnell, tenía como objetivos de la campaña la toma de Tetuán y la ocupación del puerto de Tánger. El día 17 de diciembre la columna que mandaba el general Juan Zabala de la Puente ocupó Sierra Bullones y el día 19 la columna del general Ramón Echagüe ocupó el palacio del Serrallo. Sin embargo, a pesar de las victorias que las tropas españolas iban alcanzando contra los anyerinos a los que se fueron sumando rifeños de otras cabilas e incluso llegados del Rif central, las lluvias torrenciales que empapaban a los combatientes y embarraba los campos convirtiendo los campamentos en lodazales intransitables y los fuertes vientos del Atlántico cargados de humedad y de una extrema frialdad propiciaron la llegada de enfermedades como el cólera, el tifus, el paludismo y las disenterías, entre otras, que causaron mayor mortandad entre los soldados españoles que los propios combates.

En su avance incontenible el día 3 de febrero de 1960 las tropas españolas estaban organizándose para la toma de Tetuán. En la media tarde de ese mismo se integraron al cuerpo de Ejército en la reserva que mandaba el general Juan Prim y Prats (catalán nacido en Reus) cuatro compañías de «Voluntarios catalanes» que en número de 500, aproximadamente, llegaban bajo el mando de su joven comandante Victoriano Sugrañés. El día 4, el Ejército español emprendió la toma de Tetuán. Las tropas rifeñas estaban comandadas por Mulay Abbás y Mulay Ahmed, hermanos del sultán reinante, Sidi Muhammad, y eran muy superiores en número a las tropas españolas y grandes conocedores del terreno. A la llegada al pie de la muralla, los «Voluntarios catalanes», que iban en vanguardia de la columna del general Prim, de improviso se encontraron con una zanja pantanosa, como una especie de foso natural cubierto de matojos y altas hierbas que la disimulaban. En el avance empezaron a caer unos sobre otros en el lodazal mientras los moros, puestos de pie desde sus parapetos, los fusilaban sin piedad. Sin embargo, los que venían detrás continuaron avanzando apoyándose en los cuerpos de sus compañeros muertos o heridos, en una empresa imposible de alcanzar pues continuaban cayendo bajo un fuego incesante del enemigo. Al tener un momento de duda sobre si continuar en aquella desigual batalla obligó al general Prim a ponerse al frente y gritarles: «¡Soldados!... Podéis abandonar esas mochilas porque son vuestras, pero no podéis abandonar esa bandera porque es la de la patria. ¿Permitiréis que el estandarte de España caiga en poder de los moros?». Con la bandera en la mano, el general se lanzó hacia el enemigo arrastrando consigo a los voluntarios catalanes... Continuaron en el frente de batalla hasta alcanzar la victoria con la toma de Tetuán e interviniendo con reconocido heroísmo en otros hechos de guerra hasta el final de la contienda. Su joven comandante, Victoriano Sugrañés, fue uno de los primeros en caer...

El 27 de febrero llegaron los Tercios Vascos mandados por su general Carlos María Latorre. Cada tercio llevaba el nombre y estaba integrado por voluntarios de cada una de las provincias vascongadas. En un principio y por orden del general jefe quedaron guarneciendo el lugar conocido como La Aduana, aprovechando la ocasión para realizar ejercicios de adaptación al terreno en el valle del ouad Gelú (río Gelú). El 23 de marzo de 1860 se empezaron los preparativos para dominar el valle de Ouad-Ras («ouad» significa río y «ras» significa valle, extensión plana). En la columna del general Diego de los Ríos iban tres batallones de los Tercios Vascos mandados por su general Carlos María Latorre, más otras unidades, y en esa operación de conquistar los montes de Samsa recibieron su bautismo de fuego dejando la impronta de su valor y heroísmo en aquella cruenta guerra. Así continuaron hasta la victoria española en la batalla de Ouad Ras que obligó al Ejército muslim a solicitar el final de la contienda el 25 de marzo de 1860.

Asturianos, vascos, valencianos, catalanes, andaluces, entre otros, integraron las unidades que fueron a luchar «contra el moro» envueltos en el sublime honor y en el honrado deber de defender a su patria. Fueron cientos y cientos los que dejaron su vida en los enfrentamientos contra un enemigo aguerrido y valiente que conocía a la perfección el terreno, y fueron otros cientos los que murieron bajo las lonas de las tiendas abatidos por las enfermedades que los asolaron. Eran otros tiempos... otros patriotas... otras honras... otros honores... otras lealtades... bajo una misma bandera.

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