Caos en Arnao

28 de Julio del 2012 - Luis García (Castropol)

Acabo de volver de bañarme de la playa de Arnao, en el municipio de Castropol, occidente asturiano. Bandera azul, publicitada a todo trapo. Socorristas pagados con dinero público. Al llegar, lo primero que veo es un gran yate –propiedad de los que no sienten la crisis–, «aparcado» en medio de la bahía ilegalmente, a pocos metros de la arena. Me comenta un conocido, tan indignado como yo, que los socorristas no se atreven a hacerle una llamada de atención para que desalojen porque el año pasado un compañero suyo, cumpliendo con las normas, obligó a irse a otro de los peces gordos con su mausoleo flotante. Resultado 1: a ese empleado eficiente no lo han vuelto a contratar este año para vigilar las playas. Resultado 2: se ha corrido la voz, y ninguno de los socorristas quiere correr idéntica suerte, de modo que miran para otro lado. Resultado 3: los bañistas de Arnao tenemos que soportar a todos los prepotentes ricachones del puerto de Ribadeo (Lugo) anclados en la playa, como si de Puerto Banús se tratara.

Sigo. Pongo mi toalla y bolsa en la arena, en un sitio despejado. Llegan unos jovencitos indocumentados y maleducados, conduciendo a medio centenar de niños de un campamento de verano en Castropol. Ciegos guiando a ciegos. Una monitora, sin respetar en ningún momento la convivencia con el resto de la gente que se hallaba en la playa, grita: «Este es nuestro campamento». Y todos los chavales se apresuran a invadir la cala, pasando por encima de los que ya estaban allí, extendiendo sus toallas por todas partes sin ninguna consideración al prójimo. Menuda educación, menudos modales. Y los monitores, los más maleducados de todos, ¿cómo pueden ponerlos a educar a estos chicos, si ellos parece que se criaron salvajes?

No acaba ahí la cosa. Una de las chavalas lideresas del grupo saca un megáfono y se pone a inundar de voces la hasta ahora pacífica playa, recomendando a los niños que «respeten a los bañistas». ¿Y ella? ¿A quién respeta ella?

En fin, de vergüenza. «Así le va a España, así nos va», me comentan otros conocidos cuando me hallo en plena huida del arenal, jurando no volver hasta septiembre. Qué razón tenéis, compañeros.

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