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Santa Cristina de Lena, capilla sixtina del mozárabe asturiano

29 de Julio del 2012 - Antonio Parra Galindo (Cudillero)

En el cuadernillo –primoroso por cierto– del dominical de hace dos domingos insertaba artículo sobre el iconostasio de esta maravillosa iglesia con aires de sobor (catedral rusa) que es Santa Cristina de Lena vertiendo opiniones que a mi juicio tengo por inciertas. Se decía que el ikonostasis o verja que separaba a la clerecía oficiante de la feligresía asistente se debía a la existencia allí de un monasterio femenino. Imposible. La puerta de los dones que conserva tres arcos como recuerdo de nuestra fe trinitaria y un velo detrás del cual el presbítero consagraba a la eucaristía o epiclesis –después venía la eulogía o comunión– es la esencia del grito griego y no tiene ninguna connotación feminista. En Oriente los monasterios siguen siendo mixtos. El velo de los iconostasios, remedo del templo de Jerusalén, sólo se abría para el canto de las letanías y responsorios o para permitir la entrada del diácono por la Puerta de los Dones. El rito mozárabe o hispano visigótico se celebraba en Asturias tras la caída de Córdoba y Toledo a causa de la invasión sarracena –Oviedo tuvo la primacía en las iglesias locales– conforme al canon de San Basilio y San Juan Crisóstomo. Se supeditaba a los patriarcados de Antioquia (me causa dolor ver incendiada a Siria, cuna del cristianismo), Jerusalén y Constantinopla. El papado es una institución merovingia que no se consolida en la península ibérica hasta el siglo XII. Lo importante entonces era el obispo.

Otro de los rasgos peculiares del culto asturleonés eran las reminiscencias arrianas de los godos. Esta visión novedosa de la fe o herejía se fijaba primordialmente en la humanidad de Jesucristo. Según el obispo Elipando de Toledo, el Padre adoptó al hijo y le insufló el Espíritu. Alcuino de York y Toribio de Liébana y los teólogos de Carlomagno dijeron que esto era anatema. Discusiones de fondo aparte, lo cierto es que el arrianismo arrastró a la fe cristiana a todos los pueblos bárbaros cuando se desploma el imperio romano fundiendo el mensaje paulino con el sincretismo de los dioses celtas y romanos y la religión que predicada por los apóstoles que nació en el cenáculo de Jerusalén y era por tanto urbanita se paganiza sin renunciar a sus esencias. Paganus viene de pago, gente de pueblo.

La rusticidad de la capilla sixtina del arte mozárabe se compadece con el culto a la belleza y a la armonía. Así que esta maravilla de recogimiento, maravillosamente reconstruida por Menéndez y Pidal, arquitecto, el hermano de Ramón el polígrafo, y de viejo fervor alzada sobre un mogote (seguramente se levanta sobre un templo a la diosa Ceres) acicate para los que alimentamos la esperanza de la resurrección y de la fe en Jesucristo, goza de una admirable ortofonía, pero nada de divisiones de géneros, pues la separación entre hombres y mujeres es costumbre que asimiló el Islam de la sinagoga judía. No hacen falta allí micrófonos como en la mayor parte de los templos bizantinos. Fe es creer en lo que no vimos. Algo mágico, vivencias. Gnosce te ipsum. Mira tu interior y encontrarás al Señor. Se exalta al Cristo hombre y la cruz está en todas las partes como amuleto.

Ese fetichismo prodigioso nos lleva a la Cruz de la Victoria y a la Cruz de los Ángeles y las que cuelgan del Tesoro de Guadalzar. La cruz es la que vio Constantino (in hoc signo vinces), símbolo apotrocaico de una nueva hora de perdón y de entendimiento entre los hombres.

Otro aspecto de esta peculiaridad mozárabe es su carácter órfico, algo que viene de los flamines y de los sacerdotes de Júpiter que entablaban cantos y conjuros. La trova tenía una gran importancia en los oficios eclesiales hispanovisigóticos y las misas eran muy largas. Duraban 120 minutos, a veces más, comenzando al clarear albores con el primer canto del gallo, como refleja el poema del Mío Cid, otro gran asturiano, al menos consorte.

Parte esencial eran las letanías que el pueblo entonaba a coro respondiendo al diácono. Los creyentes se persignaban muchas veces y se prosternaban cuando el presbítero saliendo del iconostasio cantaba la bendición final de carácter trinitario. Todo ese mundo mágico de la filocalía o culto a la belleza eclesial la traté de reflejar en mi libro «Seminario Vacío».

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