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Las tres diosas de Teverga

1 de Agosto del 2012 - Celso Peyroux (Teverga)

Pintura y poesía. Poesía y pintura. Pintor y poeta. Poeta y pintor. La poesía y la pintura son dos diosas de la naturaleza. La poesía es la verdad de la vida. La pintura, la que fija esa verdad con el pincel. Siempre van juntas a todas partes. Si una es la luz del alba, la otra es la sombra del crepúsculo, y así cambian como lo hace una adolescente de falda o de vestido en este estío caluroso. El pintor antes de ser pintor ha de ser poeta, mientras que el poeta algo lleva de pintor en su pluma. El pintor capta la imagen poética en sus ojos antes de deslizar el pincel sobre el lienzo o la madera. El poeta pinta el cosmos con un mundo de letras.

Ocurre como en la Trinidad y su arcano, empero. A la pintura y la poesía –nombres de fémina– les falta una compañera. «… Tú eres mujer un fanal, / transparente de hermosura, / ay de ti si por tu mal, / rompe el hombre en su locura, / tu misterioso cristal...» (José de Espronceda). La mujer, siempre presente. Compañera te doy, que no una esclava. Que si son más fuertes que los hombres; que si les ganan en inteligencia con el sexto sentido y la intuición; que si cuando ellos van ellas ya están de regreso… Tópicos que pueden ser ciertos, pero hay algo más profundo en el fondo de estas palabras: el misterio.

La vida del ser humano nace de ellas, y eso es el más bello misterio tan increíble y mágico como el de las tres personas distintas de la Trinidad. Misterio como el de la pintura y la poesía, que no tienen definición alguna. Que nadie intente definir la poesía, porque fracasaría. Que ningún sabio, erudito o teólogo se preste, con la alquimia del saber, las ciencias ocultas, los más profundos pensamientos y consideraciones, a poner una definición a la poesía o a sus otras diosas hermanas –pintura y mujer–, porque habrá perdido el tiempo. A las tres diosas no es necesario entenderlas, hay que amarlas. Es suficiente una mirada limpia para apreciar los colores y la magia, la música del verso, para comprender el mensaje de un poema y el beso de una mujer para quererla.

A la indisciplina y rebeldía innatas en el pintor y en el poeta, la frase que más se acerca a las tres divinidades sería aquella de Santo Tomás: «La belleza es aquello cuya contemplación produce un placer espiritual inmediato».

En estos días un buen pintor muestra el arcano de su pintura. A mí, los cuadros de Florentino Menes me llaman a un recogimiento interior. Brinca el alma de gozo cuando sobre ellos deposito la niña de mis ojos. Sencillos. Precisos. Preciosos. La beldad en la pura esencia, y, así, me uno a la consideración del santo de Aquino. Y voy más allá desnudando la obra de arte de todo tipo de apoyos y recursos. Sirva como paradigma el arado que aparece en la colección. El «tsabiego» romano: silencioso como el arpa del poeta en la esquina del salón oscuro. Recio. Herramienta trabajada por un artesano para darnos el pan de cada día. Sencillo. Sin adornos, porque no los necesita. Está presto a hincar el hierro en la tierra para hacer palpitar el surco, luego la semilla y, en fin, la cosecha.

Busque el contemplador la sobriedad de la imagen. La verdad del cuadro radica en el arado. Pero si el contemplador lo desea, adórnelo a su antojo: una pareja de bueyes, el color pardo de la gleba, el verde de las praderías, el azul del cielo, un frutal en flor (como diría Pablo Neruda: «… Quisiera hacer de ti / lo que hace la primavera con un cerezo…», y el elemento humano: el campesino de pantalón azul mahón, chaleco, boina y madreñas, o la mujer con dengue y pañuelo negro atado a la cabeza para presentarnos la estampa típica rural.

Pero el pintor no necesita de esos aditamentos. Y así todas las obras de arte que se exponen en la sala de la Casa de Cultura de Teverga con el nombre del artista. El pintor nos da la libertad de adornar sus cuadros. Que cada uno –si lo desea– lo haga con sus propios y exquisitos gustos.

Es muy difícil pintar. Pintar bien, como lo estila Menes: técnica, alquimia de colores, trazos, volúmenes, tersura, luces y sombras, detalles y la fantasía corriendo por el cuadro de un lado para otro como las golondrinas en el cielo.

Y de esta suerte hasta alcanzar la cuasi perfección.

Al alba de una mañana como la de hoy me fui en busca de un poeta profundo y sencillo y me encontré con los pinceles de Florentino Menes.

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