Ser uno mismo

19 de Septiembre del 2012 - José Antonio Coppen Fernández

Siempre hemos mantenido que debemos afanarnos no por tener o poseer, sino por conocernos y llegar a ser uno mismo; fin que, mediante el desarrollo de ciertas capacidades básicas, suele tener su culminación en la madurez. Para conocer a los demás, es imprescindible conocerse primero a uno mismo. Y para ser uno mismo no se debe caer en la imitación o asemejarse a otra persona, incluso de la propia familia, lo que suele suceder sin darse cuenta. Advertir, eso sí, que para alcanzar este estado independiente, pero no insolidario, que otorga ser uno mismo hay que estar dispuesto a pagar un peaje. En definitiva, es alcanzar la capacidad que nos permita tener criterio propio, no dejarnos embaucar ni manipular por nadie. Con frecuencia oímos a muchas personas decir no tener memoria; sin embargo, nadie confiesa, no tener criterio. Y es que, aunque nos cueste reconocerlo, malgastamos algo tan precioso como el tiempo. Nunca reparamos sobre el tiempo que se nos ha ido ya.

Subtítulo: El tener o el poseer no debe ser el principal objetivo

Destacado: Se debe escudriñar en aquello que resulta más secreto, releer sobre las costumbres de los antepasados, fuente inagotable para nuestra formación

Otra área muy importante en el devenir de nuestra existencia, que contribuirá a una formación más enriquecedora y útil, es la de los valores de la vocación, como vehículo para que, como personas, nos conduzca a la felicidad; que es, al fin y al cabo, a lo que aspiramos todos. Hay que decirlo abiertamente: sin madurez no hay felicidad, en la medida que ésta sea posible. Hasta llegar a ese estado, no te desprendes de preocupaciones sin fundamento. En este punto, para que no se confunda, conviene clarificar la diferencia entre bienestar y felicidad. Aquél está vinculado a la satisfacción que produce el disfrute de bienes materiales; mientras que la felicidad es más fácil hallarla en el compromiso con nosotros mismos en un proyecto de vida en el que fluyan las capacidades para su desarrollo. En el primer caso, señalan los estudiosos, se dan los ejemplos más graves de vacío existencial. La riqueza podrá facilitar el bienestar, pero nunca determinará la felicidad. La inquietud por la vocación no es algo nuevo, pues ya en la Antigüedad el propio Cicerón exaltaba los valores de la vocación: «Dejad que cada cual se entregue a la práctica de aquella profesión que conozca bien. Lo que llamamos vocación no es otra cosa sino esa aptitud interior que todos tenemos para una función determinada».

Si bien la vida es compleja por sus muchas vertientes, su conocimiento debe ser sencillo para poder interpretarla sin mayores complicaciones, pensando que la Naturaleza nos engendró para la acción y la contemplación del mundo. Deberíamos preguntarnos cada uno a nosotros mismos: ¿cuánto deseo tengo de conocer lo que ignoro? He ahí la búsqueda que deberíamos perseguir incesantemente. Navegar en largas singladuras sin fatiga en la exploración de lo desconocido, para nuestro enriquecimiento personal, por oculto o remoto que se encuentre. Se debe escudriñar en aquello que resulta más secreto, releer sobre las costumbres de los antepasados, fuente inagotable para nuestra formación.

Conviene destacar que cada persona es lo que ha vivido, con todos sus trabajos, inquietudes, ilusiones y sueños rotos, que en mayor o menor medida han servido enriquecer y vivificar su formación en el tránsito de la existencia humana. La vida es un constante proceso, una continua transformación, adaptación y aceptación de las adversidades con las que necesariamente hay que aprender a vivir y convivir. Acostarse cada jornada con la ilusión e inquietud de despertar al alba de un nuevo día, para poder disfrutar de los frutos que nos brinda la sombra del árbol de la vida, no la del nogal, bajo el cual nada crece, puede ser el mejor síntoma de disfrute y aprovechamiento de nuestra existencia, de beberla. Beber la vida es todo lo contrario al tedio, al vacío espiritual, al anquilosamiento, a languidecer, estado éste insustancial, estéril. Para ser fieles a nosotros mismos, volquemos nuestras inquietudes en enriquecer la personalidad y así le imprimiremos carácter. Ya se advirtió que, si tenemos que morir, debemos vivir de tal forma que esa muerte sea manifiestamente injusta.

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