¡Viva está la Revolución!
Llevo muchos meses frenando mi mano para resistirme a la tentación de utilizar este medio de expresión como fuente de desahogo a la indignación que me producen las declaraciones de algunos profesionales de la política de sillón. Pero lo último de don Gaspar Llamazares ha podido conmigo. Mi enhorabuena, llena de admiración. Me ha vencido. No recuerdo haberle oído comentar en ningún foro nada acerca de su antiguo compañero de «ideología» el ahora patético ex consejero de Educación, protagonista y principal responsable de un clamoroso escándalo, derivado de uno de los pocos casos de corrupción ruinosa a los que los ciudadanos hemos tenido acceso (no hay duda de que son muchos más los que permanecen tapados). ¿Qué hicieron los interventores del Principado durante todo ese tiempo? ¿Por qué ha tenido que ser Hacienda, única institución administrativa con absoluta credibilidad de la España actual (mal que nos pese a quienes pagamos nuestros impuestos sí o sí) la que destapara este poliédrico caso? ¿Quién se ocupó de garantizar que este escándalo no traspasase las costosas fronteras del Principado? Mi enhorabuena para ese «lobby» también. La sombra del ciprés achaparrado es muy larga, vive Dios.
Lo que sí recuerdo perfectamente es una escena llamativa que presencié no hace mucho, mientras esperaba a que se pusiera verde el eterno semáforo de la calle Pepe Cosmen de Oviedo, a la altura del hotel Trip, de 4 estrellas. Se paró a mi lado un coche oscuro muy elegante del que se bajó un importante chófer para abrir la puerta a los viajeros sentados en el asiento posterior. Y hete aquí que se baja Llamazares, muy dignamente –acompañado de un joven mochilero para mí desconocido, naturalmente– y, tras despedir a su bien plantado conductor con un democrático apretón de manos, se introducen ambos viajeros en el mencionado hotel.
Y es ahora este mismo señor el que, en su afán por esquivar el olvido, utiliza declaraciones impactantes para aparecer (¡por fin!) en las primeras páginas de los periódicos. Para ello justifica los degradantes medios empleados por un pintoresco correligonario suyo con el buen fin de ayudar a los pobres con pan para hoy y hambre para mañana, asaltando centros comerciales y anunciando más asaltos a otras entidades. Y no sólo eso. En un alarde de inspiración trasnochada, y caduca, que llega sólo a quien llega, se atreve a acusar al ministro del Interior de optar «por la paz de la mordaza y el linchamiento y las cárceles como si fuéramos una república bananera, obviando la separación de poderes y poniendo en marcha una persecución con la que lo único que pretende es convertir una manifestación en un acto electivo» (LNE, 11/08/12). Así que este diputado español se beneficia del Estado de derecho para vivir de luchar por los desfavorecidos y a la vez justifica el vandalismo y la violación del Estado de derecho para, peligrosamente, justificar a esos «ciudadanos» («a la francesa» revolucionaria). Yo creo que este señor está desnortado y sueña que está en Cuba. No me dé las gracias por contribuir a su fama. El mérito es todo suyo.
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