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Sobre Afganistán

30 de Mayo del 2009 - César Balbino Arias Álvarez (Mieres)

Las peculiaridades geográficas y otros condicionantes políticos, históricos, sociológicos, etcétera... siempre hicieron de Afganistán un país «poco accesible» a Occidente. No obstante, el período del régimen socialista –sin estar exento de errores– fomentó un progreso social que despertó la oposición de los poderosos terratenientes, anclados en el feudalismo, y de los líderes religiosos locales. Unos y otros desencadenaron una lucha de guerrillas favorecida por la orografía del país, así como por la valentía y astucia de los pobladores de las zonas más rurales y atrasadas.

Entonces la URSS tomó la decisión de intervenir y encontró una resistencia inesperada ya que la Administración Reagan armó hasta los dientes e instruyó en el uso de armas tecnológicamente avanzadas a los talibanes, a quienes los dirigentes norteamericanos calificaban de «luchadores por la libertad». El guerrillero afgano es un temible adversario, pero ello por sí solo no explicaría que los helicópteros soviéticos fueran abatidos por pastores de cabras ni que los carros blindados fueran recibidos con fuego artillero en cada desfiladero. Eso sólo se explica desde la intervención de otra superpotencia en aquel conflicto.

La gran maquinaria bélica del Ejército rojo vivió lo que los corresponsales de guerra del momento dieron en llamar «el Vietnam soviético». Tras diez años de inútil contienda, Gorbachov decretó la retirada de las tropas.

Los islamistas habían avanzado desde el campo a las ciudades y, cuando los talibanes asaltaron Kabul, Occidente no movió un dedo al observar por televisión, pendiendo de una soga, al presidente comunista. A partir de ahí la brutal represión hacia las mujeres, a quienes se confina en sus hogares; el salto hacia atrás de dos mil años en toda una serie de derechos fundamentales y en la estructura socioeconómica del país, la persecución de la Cultura, la destrucción de monumentos Patrimonio de la Humanidad, así como su condición de «narco-régimen», constituyen un escándalo político internacional.

Tras la masacre del 11-S, se busca a Bin Laden y los servicios de información norteamericanos señalan las montañas inaccesibles de Afganistán, siendo esos y otros los motivos que llevan en ese momento al Ejército norteamericano a invadir el país y a instaurar un Gobierno diseñado desde el Departamento de Estado de los Estados Unidos.

Pues bien, si los EE UU han tenido tanta influencia en la génesis de ese conflicto, cabría esperar que tratasen de deshacer sus entuertos sin implicar en ello a otras naciones como es el caso de España. Pero no, en este caso sí que se invoca el papel de Naciones Unidas, organismo tan ninguneado en otras ocasiones. Por consiguiente, los países aliados que pretenden sostener al precario Gobierno pro-occidental llegan allí con mandato de la ONU. Esa diferencia sustancial con el caso iraquí sirve de argumento al Gobierno de Zapatero para no retirar los efectivos destacados en Afganistán, siendo ya –si mis datos son correctos– ochenta y seis militares de nuestro país caídos en acto de servicio en misiones en ese país, contando lógicamente a las víctimas del accidente aéreo del aparato «Yak-42» que trasladaba personal destacado en aquellas latitudes. Convendrán los lectores conmigo en que es un tributo excesivamente alto el que España ha entregado ya en Afganistán, pese a lo cual la señora ministra Chacón y el gabinete del presidente Zapatero pretenden continuar con la presencia de nuestro Ejército en aquellas latitudes. Sostenella y no enmendalla.

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