Yo estaba allí

5 de Mayo del 2009 - Antonio Rodríguez Fernández (Burlada (Navarra))

Con fecha 23 de marzo, La Nueva España publicaba con el título «Franco nos visita» un amplio artículo sobre la acogida que tuvo el Generalísimo en las cuencas mineras. Es cierto que las facilidades anunciadas para la asistencia a los lugares en que Franco iba a hablar eran todas. Yo tenía 15 años y ya llevaba un año trabajando en el grupo minero que la empresa Duro Felguera tenía en Piñeres de Aller. El día que Franco iba hablar desde el Ayuntamiento de Mieres acudimos tres amigos a tan novedoso espectáculo. Eran tiempos de trabajo duro y de mucha hambre. Entre los tres amigos, sumaríamos poco más de 100 kilos de peso. Al encontrarnos en Mieres con tanta gente, nos cogimos de la mano para no perdernos y así hasta cerca del Ayuntamiento. Dice el cronista del artículo al que me he referido que, «en los adjetivos desmesurados para describir el fervor de los ciudadanos, he encontrado en seis ocasiones la expresión: entusiasmo delirante». Pues bien, la palabra «delirante» no es desmesurada. De los balcones próximos al Ayuntamiento, los gritos de «Franco, Franco, Franco» y los aplausos continuos eran ensordecedores. Es cierto, según anota el cronista de La Nueva España, que los sabotajes se producían con frecuencia y a mí me parecía que Franco no se atrevería a salir al balcón, pues enfrente, a escasa distancia, estaba el monte dotado de una densa vegetación, lugar idóneo para quien osara producir un atentado. Franco salió al balcón, pero tomaba algunas precauciones: pronunciaba algunas frases y se retiraba. Lo hizo varias veces. Al terminar el discurso y disponerse a dar paso a la comitiva, la enérgica actuación de la escolta provocó una avalancha que sin que nuestros pies tocaran el suelo, pero bien cogidos de la mano, íbamos en volandas, no para donde queríamos ir, sino para donde la avalancha nos llevaba. ¿Por qué Franco despertaba tanto entusiasmo? En mi modesta opinión, por dos motivos: el primero, entre los jóvenes, la curiosidad de ver en persona a quien había ganado la guerra, y el segundo y más importante, porque la gente, en general, que no militaba en ningún partido político, que sólo quería trabajar y vivir en paz (que era lo importante), estaba harta de que hasta terminar la guerra sólo se hablaba de Rusia y del paraíso soviético. Franco lo sabía y hablaba de España y de los españoles, y no se cansaba de repetirlo. Pero esta modesta opinión dejó de ser modesta y de ser opinión cuando años más tarde la he visto en letra impresa al leer el libro titulado «Yo, ministro de Stalin en España», del que fuera ministro de Instrucción Pública, el comunista Jesús Hernández. El título del libro ya lo dice todo.

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