Golpe de Estado catalán
Después de la histórica marcha independentista del pasado día once, la reacción del presidente del Gobierno ha sido la misma que emplea para solucionar cuantos problemas le surgen al paso: esperar a que amaine. La inacción. No hacer nada. Y así lo han reflejado los medios de comunicación.
El nacionalismo precisa del conflicto permanente para su supervivencia. Sin agravio no hay víctimas, sin víctimas no hay victimismo, y sin victimismo no hay nacionalismo. Es por eso que, como ocurre con la Historia, la cosa del dinero, o la lengua catalana, es necesario inventar perjuicios para irritar al personal y que le monten la manifa a Madrit y no a la Generalitat, libre de toda culpa. La estrategia es perversa en tanto busca generar frustración y prender la mecha del rencor en una población que padece la más salvaje crisis económica desde la Guerra Civil. Luego, todo ese sentimiento de maltrato colectivo es rentabilizado por el nacionalismo en forma de votos. Sin mancharse las manos. Moralmente repugnante aunque estratégicamente impecable.
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