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El Domund que no cesa

23 de Octubre del 2012 - Luis Legaspi

Estamos ya en la antojana del Domund, una palabra y una organización que desde hace casi un siglo, en octubre, llegan a nuestro ambiente y a muchas conciencias con una llamada a la solidaridad universal.

Es una celebración de la Iglesia católica y, por lo tanto, confesional, lo que no quiere decir sectaria ni proselitista. Es la organización oficial para toda la Iglesia, codificada (c.j.c. 791) en su ley universal.

Surgió este movimiento que condensamos en la palabra Domund (domingo mundial) por iniciativa de obreros de la Francia laica de la igualdad, fraternidad y libertad (Paulina Jaricot, Lyon 1799-1862) con una tensión internacional y con un exquisito respeto a las culturas y a las gentes, sobre todo a los más necesitados a los que desea servir.

Con una voluntad de coordinar la dispersión de grupos y buscando no sólo eficacia, sino comunión, en 1922 el papa Pío XI lo asumió como organización para toda la Iglesia.

En España las diócesis de Santander y Zamora fueron las primeras en celebrarlo, en 1926. Por dar un detalle local, subrayo que Oviedo fue la última en incorporarse. En 1931, «después de deliberar, debido a las tristes circunstancias de nuestra patria», hubo conferencias y sermones en la Catedral y algunas parroquias y la colecta económica superó las dos mil pesetas.

Esta acción humanitaria y social la ejercen 300.000 voluntarios, de ellos 18.000 españoles, y cerca de 200 asturianos, en la más amplia geografía de la pobreza de lo que decimos a todo correr «el Tercer Mundo». La mayor parte de estos voluntarios dedica toda su vida a la tarea. Muchos la pierden prematuramente en trabajos duros, climas hostiles y, con frecuencia, víctimas de violencia. René Dumont, eminente sociólogo, afirmaba de ellos: «son la mano de obra más eficaz y más barata que administran con austeridad e inteligencia los recursos que reciben».

Podemos ofrecer cifras de obras e instituciones más fácilmente controlables en estadísticas. Más de 20.000 centros hospitalarios, leproserías, hospitales, orfanatos, residencias de ancianos, un número incontable de dispensarios, botiquines, centros de nutrición y de higiene...

En el campo de la educación hablamos de bastantes millones, mas de veinte, de niños y jóvenes desde la escuela básica a la universitaria. Innumerables centros de formación profesional, y un muy largo etcétera de obras sociales son palmarés aceptable.

Hoy, gozosamente, hay multitud de organizaciones implicadas en este «Progreso de los pueblos que deben encontrarse entre sí como hermanos».

La mayor parte está inspirada en lo más hondo del sentimiento humano, del que es expresión clara el mensaje de Jesús de Nazaret. Muchas organizaciones, aunque se confiesen no confesionales, tienen mucho evangelio underground. Benedicto XVI emplea mucho la palabra «ekumene». Marcos, capítulo noveno, ya aclara eso de «los míos y los nuestros». Somos muy dados a los posesivos.

La solidaridad está de moda. Sin duda no es una palabra hueca, aunque falte mucho para que agote su significado. Va mucho más allá del eslogan para la manifestación y firma de pliegos. Convendría evitar la dispersión e, incluso, la selectividad social, política y, también, religiosa. El principio de que «la caridad empieza por uno mismo», o por los nuestros, es un burladero del egoísmo.

Toda esta actividad de la que el Domund es paradigma y provocación no agota su dimensión en estadística y escaparate. Hay una labor más eficaz, aunque menos noticiosa, que es el diario convivir, escuchar, aprender, no hacer «para», sino «con». No ser padrinos ni patrones, sino hermanos.

No son los misioneros «reyes magos» que van dejando bocadillos o vacunas para pandemias exterminadoras. No son activistas de verano. Su oficio no es repartir, sino compartir; les gusta más sentarse a la mesa de los pobres que sentar a los pobres a su mesa. Su denuncia y su protesta no necesitan tantas pancartas como reflexión y rezo. Para esto no alcanzan safaris de veranos sueltos.

Un objetivo prioritario es hacerse grito de los que no tienen voz, es ejercitar la obra de misericordia de despertar al dormido y, aun, «sacudir al agarrao». No se trata de sacar cuartos de los ricos para los pobres, sino de formar conciencias con doctrina e información serena. No se trata de enternecer a la feligresía con videos estremecedores, sino de revisar nuestra vida. No son adecuadas las merendolas para dar de comer al hambriento, ni avituallar mi armario para vestir al desnudo. Compartir no es dar las sobras tranquilizadoras.

La solidaridad no es una opción piadosa ni un derecho ni un deber. Es una riqueza y una necesidad personal. Ser o no ser, that is the question. «Yo nunca podré ser lo que debo hasta que tú seas lo que debes, y tú no lo serás si yo no lo soy. No somos islas, todos estamos cogidos en la misma red» decía Lutero King.

Cada hombre es la Humanidad. El dar y darme, a todos los demás, comunicar es mi crecer y mi ser. «El deber no es otra cosa que el reflejo del cosmos en el átomo» (Teilhard de Chardin). Somos síntesis, microcosmos.

No se puede tocar una flor sin que se estremezca una estrella. Casona lo escenificó bellamente en «La barca sin pescador». Hemingway lo resumió en el título, no interesarse en por quién doblan las campanas. Basta con pasar de largo, mirar para otro lado. No hace falta apretar el gatillo.

Esta flauta de Bartolo yo la he tocado durante medio siglo de andar metido en este hermoso berenjenal de animación misionera en Asturias, y con la que ahora entono el canto del cisne. Puedo afirmar y afirmo que centenares de millones pesetas que he visto pasar entre mis dedos no era dinero de Gescartera, sino blanqueado por la consciencia y caridad de gente humilde que en algún caso, «ganólo pidiendo» y, estoy seguro, ha sido multiplicado más del ciento por uno con el trabajo inteligente e imaginativo de los misioneros.

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