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«Granadas y mirra»

27 de Octubre del 2012 - José María Izquierdo Ruiz

"Granadas y mirra" es el título de una hermosísima película palestina del año 2008, emitida recientemente por TV2. Está dirigida por Najwa Najjar e interpretada por Yasmine, Ashraf, Ali, Samia y Yousef, y es una joya del cine de toda época.

Dos jóvenes palestinos de Ramalla se aman. Kamar es guapa, dulce y cultivada; Zaid, un noble mocetón de familia de agricultores. Van a casarse a Jerusalén, y Zaid ha de saltarse una larga fila de vehículos para pasar el «check point» israelí y llegar a tiempo a su boda. Todos le ceden el paso.

De vuelta en Ramalla lo celebran en familia, con alegría atemperada por una ocupación que ni se menciona. Pasan la noche de bodas en casa. A la novia le cuesta despertar por la mañana, se estira y sonríe complacida. Kamar forma parte de un grupo de danza que ha dejado por un Zaid muy ocupado en la recolección de los olivares de su padre y en la obtención de aceite. No son pobres.

En plena luna de miel se presenta en casa una patrulla de soldados que, con malos modos, les comunica que su casa y sus campos van a ser expropiados. Zaid se enfurece y los soldados se lo llevan en un furgón y lo encarcelan; más tarde pasa a la celda de castigo.

Fugaces imágenes de un muro cuya longitud conocemos y cuya altura conocemos y vemos; imágenes también del caluroso recibimiento en la prisión y de la celda de aislamiento. Pero junto a estas breves y rudas imágenes la película nos ofrece muchas más amables, como el ajetreo de las calles de Ramalla, la vida en los hogares y, sobre todo, el bellísimo panorama de los campos de Palestina, a veces sembrados de olivares, que parecen de España y que recuerdan a nuestros paisajistas del agro de Castilla y Extremadura.

Un personaje secundario pero notable es una señora de mediana edad, delgada y muy guapa que regenta un bar. Llega una patrulla a molestarlos y ella, que conoce sus armas, se peina y acicala para impresionarlos; sale a su encuentro y los increpa: «¡No me habléis en hebreo, sino en mi idioma!». Los soldados se baten en retirada.

Subtítulo: En homenaje a una joya del cine

Destacado: Dos jóvenes palestinos de Ramalla se aman: Kamar es guapa, dulce y cultivada; Zaid, un noble mocetón de familia de agricultores

Otra de las excelencias del filme es el doblaje, con lenguaje y voces en un castellano puro y natural, claro y sosegado, muy distinto del habla estereotipada y procaz de nuestro cine y de los doblajes del foráneo.

A estas alturas del filme se entiende que «Granadas y mirra» es lo mismo que dulzura y amargura entreveradas. Si bien el buen gusto del director y el sosegado y grato buen hacer de los actores logran que el espectador disfrute de la dulzura y no le amargue mucho la mirra.

Zaid es retenido meses en la prisión, se presume que como moneda de cambio para facilitar la expropiación; pero él no cede. Kamar lo visita con frecuencia. Poco pueden decir en cinco minutos, con los presos en un lado de la red metálica y todas las visitas al otro. Una vez, Kamar y Zaid juntan sus bocas por entre los huecos de la red. Besos especiales con sabor a labios y a metal. Ricos, pero saben a poco. El guardián los interrumpe.

Entre tanto, Ali, un palestino en el Líbano, vuelve a su tierra. Es maestro de baile y ha sido contratado como tal por la coreografía local. La chica vuelve a ilusionarse con la danza. Realizan ejercicios de coreografía en que los cuerpos y los rostros se arriman y la atracción mutua arraiga. Ali se declara y Kamar calla y otorga; sólo dice que no está en deuda con Zaid.

Al fin Zaid es liberado y se encuentra a las familias, a su esposa y a Ali celebrando su regreso, pero su rostro se entristece por la presencia del libanés. Al día siguiente se estrena la coreografía «Granadas y mirra» en que Kamar participará; ésta sale al jardín y da unos pasos de baile vigorosos e ilusionados con sus pies desnudos. Zaid le limpia y le cura los pies embarrados.

La última escena del filme nos muestra a Zaid en el jardín contemplando, con rostro pensativo, las huellas de los pies de Kamar y un colgante que recoge con amor. Debe pensar que la prisión le ha causado un daño «colateral» mucho mayor que la prisión misma. El espectador no ve nada ni oye nada, pero intuye que Kamar se quedará con Ali.

Tampoco se sabe nada, ni se dice nada, sobre la expropiación de las tierras. Sólo se muestra una imagen fugaz de un gran rollo de alambre de espino que se despliega sobre el suelo. Tras su colocación, vendrán las excavadoras, el cemento, los ladrillos, las tejas y, finalmente, los colonos.

La película es una obra preciosa, sin mácula, una joya de sensibilidad y buen gusto. Pasa, como de largo, de la gran cuestión, para alegrarnos con las bellas cuestiones del vivir.

¡Palestina! La «tierra de leche, de miel y de granadas» de la Torah. También de mirra.

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