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Arrivederci, mamma

7 de Mayo del 2009 - Luis Rendueles Bulté

Me gano la vida escribiendo y hablando, pero no pensé escribir esto. No tan pronto. Me equivoqué. Hoy tengo que escribir a mi madre. Donde yo he ido, en estos años, has ido conmigo. Primero, contigo de la mano; luego, contigo dentro. Recuerdo tantas cosas. Tantos playeros rotos, tantas noches en vela conmigo por Cimadevilla. Sé que rezaste por todos menos por ti. Hace siete años te escribí que habías dedicado tu vida a hacer que la mía fuera más libre, mejor. No he escrito otra verdad igual en 20 años de periodismo.

Discutimos mucho, cada vez menos; te quería mucho, cada vez más. Muchas veces hablamos de que tenías que descansar, dejar de trabajar. Pero pensabas, otra vez, en los demás, en que faltaba dinero en casa, en no ser una carga para mí, en esas dos niñas que te quieren como si fueran tus nietas.

Tus nietas. Parecía que no ibas a tener nietos nunca. Y en esos años de mis tratamientos y depresiones me decías: «A mí me basta contigo, hijo». Siempre supe que era verdad. Pero, al final, llegó Emma. Qué feliz se te veía paseando con ella, a trancas y barrancas, hacia la plaza de toros de El Bibio y en el parque Isabel la Católica, con una pelota con la cara de Mickey Mouse. Esos días de Gijón, con el atardecer cayendo sobre un sol rojo, todo tenía sentido.

Esos días yo volvía a casa y al meter la llave en la puerta lo hacía despacio, intencionadamente. Dentro se os oía jugar a ti, Carlota y Emma: el corro chi-rim-bo-lo qué bo-ni-to es… Eso era la felicidad. Y yo lo supe. Muchas veces, muchos años, no vi lo que tenía delante, pero entonces sí. Por eso hablaba contigo y te decía «tienes que durar muchos años, mamá. Muchos años». Recuerdo que esos días mi madre volvía agotada de jugar con su nieta. Y no podía disimular la sonrisa: alguien le había dicho por Gijón que la cría era igual que ella, los papos, la cara redonda, el pelo. ¿No será pa tanto, no, hijo? Me decía orgullosa. Yo le contestaba «sí, es igual que tú, a ver si mejora con los años».

Trabajaste hasta el penúltimo día. Y caíste al siguiente, agotada. Los médicos de Cabueñes me dicen el día 13 que buscan un tumor. Tienes que vivir muchos ¿meses? Mamá: el verano, la Navidad, tu nieta, que ya aprende a hablar y balbucea abu kikón está malita.

Desde ese día te he visto apagarte y se ha ido toda la paz conquistada tras años de lucha solitaria, contra todos. Pasaste años tristes, de miedo, de incertidumbre, sin trabajo, sin ingresos, sin ayuda. Pero te volví a ver reír. La mujer que creía en la gente y en Dios. La que escuchaba a todos y dio todo su tiempo y su energía a los demás. Mi madre dio mucho más de lo que recibió. Y ahora, cuando decía que en verano se jubilaba, el cáncer.

Primero lo llamaron neumonía, luego metástasis. Y estos días me siento como un futbolista de barrio que sale al campo a sustituir a Zidane o un cantante de bodas y bautizos que tiene que suplir a Frank Sinatra. Sé que no voy a estar a tu altura. Mi madre me dio estudios, ella que no los tuvo, me dio la oportunidad de viajar, de conocer gente, romper círculos que a ella la asfixiaban. No quiso eso para mí. Lo logró. Pero yo siempre volvía. Por ella. Ahora, los viajes, Asturias, pierden sentido.

Subtítulo: En recuerdo de Carmen Bulté Laso, que murió en el Hospital de Cabueñes aquejada de cáncer.

Destacado: Su nieta se va a perder un privilegio, un lujo de persona, generosa hasta el agotamiento; en tiempos cínicos y egoístas, alguien que daba todo por los demás

Recuerdo cómo mi madre disfrutó en Italia, en un viaje con sus amigas. Me contaba a su regreso que de noche salía a la terraza del hotel y bailaba la música de una orquestina de Piazza Navona, que tocaba «Arrivederci, Roma». Se mordía los labios y hacía un gesto con la cara como el niño que acaba de comerse un pastel delicioso. Ahora miro a su nieta de 2 años que me ve llorar y me pregunta ¿qué haces, papá?

Mi hija va a crecer sin su abuela de Gijón. Se va a perder un privilegio, un lujo de persona, generosa hasta el agotamiento. En tiempos cínicos y egoístas, alguien que daba todo por los demás. Muchas veces le dije «piensa en ti, mamá, cuídate». No me hacía caso.

Los días de su agonía en Cabueñes, conectada al oxígeno para respirar, todavía me decía: «¿qué haces aquí?, vete pa Madrid». En una habitación compartida del octavo piso le agarraba la mano, lloraba y ella apretaba la mía y me decía: «Tranquilo, hijo, tranquilo». Estos quince últimos días soñaba con que salieras de allí, que alguien te diera una prórroga y repetirte una y mil veces más, fuera del hospital, te quiero, mamá; gracias, mamá. Pero por la mañana los médicos me decían que no. Que la Navidad pasada fue la última. Que el verano no vendrá. Y me rompo. Y odio a las personas que tienen más de 65 años cuando las veo reírse por la calle, y a la gente con madre. Y el día de la Madre.

Pero a mi madre, a Carmen Bulté Laso, no le gustaría que yo terminara escribiendo esto. La última noche se quedó dormida mientras le leía «Memorias de África» (le encantaba la peli de Robert Redford). Y ella querría que diera las gracias a sus amigas, que la ayudaron mucho en los años difíciles, donde yo no quería ver sus problemas. Y que olvide los errores de mi padre y los míos, que fueron muchos. Y que piense, y a ello me agarro como el nadador agotado a una boya de San Lorenzo, que alguna noche, mi hija, su nieta, se asomará a una terraza en algún hotel para escuchar la música que suena en la plaza. Y será feliz mientras suena la música «Arrivederci, Roma» o cualquier otra. Fue un privilegio ser tu hijo. Me enseñaste cosas que no están en los libros, las más importantes. Arrivederci, mamá.

Carmen Bulté Laso murió en el Hospital de Cabueñes aquejada de un cáncer.

Luis Rendueles Bulté (Gijón, 1967) es periodista.

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