Ante un Gobierno a mediasuela
Últimamente se oye hablar algo así como que España anda con un Gobierno a mediasuelas, con clara alusión a nuestro inefable presidente de Gobierno y seguro que a su calzado, por llevar el apellido de Zapatero. Sin embargo, no han faltado otras alusiones, al tener en cuenta la poca entidad que demuestra al enfrentarse con las dificultades políticas normales en toda tarea de su enjundia. Me ha hecho gracia el mote de «ratoncito político», que hay que diferenciar del que en su día pudieron merecer sagaces hombres de Estado como Churchill, De Gaulle, Adenauer... productos de la hecatombe bélica, aunque no tanto nuestro Aznar, que lo pasó mal, hasta el punto de pensar que quizá no sabía para gobernar y lo dejase. Sin embargo, henos que hoy la emprende con nuestro «ratoncito» actual, faro de la Alianza de las Civilizaciones, con el sonrojo que hace arder nuestras entrañas recordando Granada y Lepanto; que ha sabido complacer a gays y lesbianas, regalándoles el aborto sin frontera, el «ayuntamiento» carnal legal sin permiso paterno; la educación social sin exámenes; su exacerbado amor a un proletariado analfabeto que llega a votarle, e incluso su desafío constante al Dios Uno con insultos innecesarios.
Mas he aquí que ahora Aznar, dejando de lucir el tipo ante una derecha, derechona y derechina, cariacontecida, parece dar un toque de queda ante la España que legó al izquierdoso Zapatero, metamorfoseado en una caca sin una Seguridad Social con tal; la deuda mayor de Europa y un déficit cada vez más inadmisible. Nada de lo que supo levantar y dejarnos Aznar ha sabido conservar Zapatero, que nos amenaza con unos cinco milloncejos de parados, una emigración que recibe de paro más que tres veces trabajando en su propia patria y paremos de contar. Posiblemente incluso con Felipe lo pasaríamos mejor. Pero el caso es que Zapatero ha organizado la zapatiesta, mandando al carajo al PP e intentando entenderse, primero, con la ETA y, después, con los partidos anticonstitucionales y separatistas. Y así ocurre lo que pasa y lo que podremos contemplar en los próximos días. Si Zapatero tuviese lo poco que debe tener un hombre, tendría que dimitir noblemente, mucho antes de que, fascinado con la fábula de la lechera, quiera ser presidente de Europa o que en España estalle algo más gordo que otra Guerra Civil. De esta forma pasará a la Historia y no de otra. ¡Quo vadis, Zapatines! Lo proclamo con ochenta y dos años cumplidos.
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