¿Qué Europa queremos elegir?
Ese conjunto geográfico que se llama Europa se inició a partir del III milenio con la civilización de Creta, se extendió a Grecia hacia el año 1800 a.C. –donde se inauguró el diseño de organización en ciudades y estados que hoy conocemos–, adquirió nuevas técnicas y sobrepasó a los modelos orientales con la aparición de la democracia. Pero no sólo concernía a Grecia: Heródoto (s.V a.C) entendía por Europa el grupo de países amenazados por la expansión de los persas. En época posterior la configuración comprendía diversas regiones geográficas, estados y naciones; numerosas razas, etnias y religiones (principalmente la cristiana) se plasmaron en diferentes elementos antropológicos y culturales, que derivaron en las grandes transformaciones económicas, políticas y sociales.
Subtítulo: La nota más significativa del mundo posmoderno es la indiferencia o frivolidad religiosa
Destacado:En nombre del progresismo se pretende imponer comportamientos contrarios a los genuinos valores que distinguieron a los habitantes de este continente
Tampoco dejaron de existir en su larga historia revoluciones, confrontaciones bélicas y hasta divisiones religiosas que desfiguraron su identidad y unidad. En contraposición, surgieron igualmente períodos esplendorosos de gran expansión artística, literaria y científica que, junto al cultivo del conocimiento y el saber en todos los campos, llevaron a las máximas cotas del progreso económico e industrial a los pueblos que la constituían.
La Europa actual fluctúa en los vaivenes de una posmodernidad que, según importantes teóricos y pensadores, se caracteriza por el pluralismo, la ambivalencia, la globalización, las contradicciones profundas y peligros más amenazantes. La nota más significativa del mundo posmoderno coinciden casi todos en señalarla en la indiferencia o frivolidad religiosa (crisis de valores) y, concretamente, en una actitud hostil, incluso beligerante, hacia el cristianismo, al que se niega el papel preponderante que tuvo en la formación de Europa.
Hoy como nunca, en nombre del progresismo, se pretende imponer, por la dura presión de diversos «lobbies» y grupos de interés, ideologías y comportamientos excluyentes y contrarios a los genuinos valores, creencias y principios que siempre distinguieron a los habitantes de este continente. La raíz del profundo cambio sufrido se halla en que se ha negado la trascendencia, enaltecido la inmanencia, hasta convertir al hombre en ser absoluto y dueño de su vida y la de los demás, sin más referencias morales que el relativismo, la opinión pública y el consenso mayoritario. Éste es en la actualidad el retrato más fiel del hombre y del «stablishment» político social europeo, que se desmarca de las experiencias e historia del humanismo desarrollado sobre la base de la fe cristiana. Esta última referencia no deja de ser una instancia y, al mismo tiempo, una alternativa crítica, para los próximos comicios europeos, para quienes seguimos creyendo en una Europa auténtica, una Europa que fue –y debe continuar siéndolo– faro y guía de los pueblos en la senda del pensamiento, del espíritu y del saber.
La llamada del inolvidable Papa Juan Pablo II: «Europa, sé tú misma» no es sino una ardiente invocación, digna de ser recordada en esta ocasión, a encontrarse con sus propias raíces, muy lejos de esos otros modelos tenebrosos, contrarios a la esencia misma europea, que corifeos osados, verdaderos expertos en los cambios de guión en el escenario ideológico de las sociedades, tratan vehementemente de impulsar.
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