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A mi madre, a las madres y los buenos valores

5 de Junio del 2009 - Miguel Cancio (Santiago de Compostela)

Me van a permitir que le haga un homenaje a mi madre, Lydia Álvarez González, que fue muy buena pero, también, a todas las madres buenas y a valores, principios que creo que son fundamentales para defender una calidad humana de vida y que, en buena parte, se están perdiendo con la peor de las contaminaciones la del alimento espiritual y que genera todas las demás y al imponerse la tiranía de lo material, de lo superfluo, de las apariencias, de los placeres, el todo vale, el juego sucio para ganar-no perder, para sacar tajada como sea, para acumular, figurar, alardear, ostentar, dar gato por liebre, etcétera.

Mi madre que nació en Cuba, adonde, a principios del siglo XX, emigraron, como otros muchos asturianos y de otras partes de España (700.000 españoles) sus padres (Antonio Álvarez y Hermitas González), naturales de la aldea-parroquia asturiana de Seares (situada a ocho kilómetros de Castropol y a cuatro de Vegadeo); mi madre murió, como decía, murió en Vegadeo el domingo 19 de abril 2009.

Quiero darle las gracias a los vegadenses y de otras partes que por diversas vías, en Vegadeo y fuera de Vegadeo nos mostraron a mi hermana ((M.! del Carmen Cancio Álvarez) y a mi su pesar por la pérdida de nuestra madre.

Nuestra madre, como nos dijeron los que nos dieron su pésame, fue una gran mujer.

En efecto, nuestra madre fue una gran mujer para nosotros sus hijos, para su familia pero también para todos aquellos que la conocieron.

Parafraseando libremente al gran Justiniano que nos dejó escrito lo siguiente, Honeste vívere, álterum non laédere, suum cuique tribuére (vivir honradamente, no perjudicar al prójimo y dar a cada cual lo suyo); mi madre vivió y trabajó digna, honrada y responsablemente; nos enseñó, con su ejemplo diario, permanente y sin alardes, a ser humildes y generosos, a que debíamos informarnos y formarnos para dar lo mejor de nosotros mismos (nuestros padres hicieron un gran esfuezo para que nosotros, sus hijos, pudiésemos estudiar) a que debíammos preocuparnos no sólo por nosotros sino también por los demás y especialmente por los más necesitados; nunca hizo daño al prójimo, al contrario, siempre que estuvo en sus manos trató de ayudar a los demás y a su pueblo.

Nuestra casa, el café-bar de nuestros pueblos (Lidia Álvarez González y Eladio Cancio Mon que falleció a los 82 años en 1997) fue verdaderamente y en la práctica real una casa del pueblo; fue un café completamente abierto al pueblo de Vegadeo, para apoyarlo en todo lo que estuviese en sus manos.

En el café-bar de nuestros padres, el Café Leandrín (este nombre procede de que el café-bar antes se denominó Hijo de Leandro Cancio, nuestro abuelo y por lo que le pusieron a nuestro padre el hombre de Leandrín), llegaron a vestirse los jugadores del equipo de fútbol de Vegadeo y sus bateleros.

Podríamos poner mil y un ejemplos de las múltiples de las muy numerosas y diversas actividades que se celebraron en el café de nuestros padres (el lugar en el que el que suscribe aprendió en vivo mucha economía y sociología que después estudiaría en Santiago de Compostela y París. El café de mis padres y otros muchos cafés han sido y siguen siendo universidades de la vida, si bien se están perdiendo en muchos lugares) a favor del pueblo de Vegadeo, de su mejora, desarrollo y pontenciación (y qué ¡ay! en la actualidad deja bastante que desear, tiene muchísimo que mejorar y máxime si lo comparamos con los de los alrededores) y que, en parte, se cocinaron en su cocina (donde estaba el obrador de la confitería) nunca mejor dicho.

Mi madre, que fue muy guapa, muy elegante por fuera y por dentro, nos mostró con su buen hacer que la principal riqueza es la humana, la espiritual, la que consiste en tratar de hacer el bien, es decir, en tratar siempre de ser buenas personas, de defender con firmeza en la práctica real y no sólo de boquilla los principios, los valores que lo hacen posible. Y que es lo que hacen las madres y padres buenos, y que hay que defender, reconocer, potenciar y recordar siempre.

Quiero terminar echando mano de las palabras de un gran profesor y músico que conocí en París, se trata de Vladimir Yankelévitch, el autor de Lo imprescriptible y que hizo la siguiente rima: La mort est plus fort que le corp, mais l'amour est plus fort que la mort. La muerte es más fuerte que el cuerpo, empero el amor es más fuerte que la muerte.

En efecto, el amor del que dio testimonio nuestra queridísima madre (del que dan muestra las buenas madres, los buenos padres) hacie nosotros, hacia su familia y los demás, es mucho más fuerte que la muerte y perdurará siempre en nuestros corazones, en nuestras vidas y siempre nos servirá de referencia, del mejor ejemplo.

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