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Emilio Fuertes Rodríguez, la delicadeza en el servicio

17 de Noviembre del 2012 - Javier Gómez Cuesta

Necrológica

Han sido ochenta y ocho años de finura y de silencio. Provenía de aquella cantera que fue la zona de Benavente, antes de la configuración de límites diocesanos, en el año 1954. Tierras de «pan llevar«, regadas por el Esla y con nombres de hidalguía o reminiscencia árabe: Toral de los Guzmanes, Valencia de Don Juan, Villaornate, Villaquejida, San Millán de los Caballeros, Villademor de la Vega... Fueron graneros de trigo y de vocaciones en los años posteriores a la Guerra Civil. De todos esos lugares hubo sacerdotes en Asturias. Los chavales de esos pueblos del páramo leonés no vinieron al Seminario por hambre, como algunos de las parroquias asturianas. Eran ellos, con el pan que les mandaban de su casa, los que se la quitaban a sus condiscípulos de aquí. Procedían de familias, muchas de ellas numerosas, de honda raigambre cristiana, que tenían a gracia de Dios el que uno o más de sus hijos se abrieran a la vocación sacerdotal o religiosa. Como esa zona pertenecía a la diócesis de Oviedo, venían a formarse a su Seminario, como se sabe, ubicado en la década de los cuarenta en diversos lugares, hasta que se construyó el del Prau Picón.

En el entorno geográfico de Benavente se encuentra también Algadefe, un pequeño pueblo que no llega a cuatrocientos habitantes, situado en la misma vega del Esla y que tiene sus raíces en los asentamientos de la invasión árabe y la reconquista. Aquí nació el 17 de junio de 1924 Emilio. Con el fin de comenzar la carrera con cierta base y conocimientos, solían acudir a la preceptoría de Valencia de Don Juan, donde los iniciaban en los primeros latines.

Emilio fue un muchacho tímido, fino, de voz suave, piadoso, de inteligencia despierta. Nunca metió ruido. Recibió la ordenación sacerdotal el 22 de agosto de 1948, y su primer destino fue Somiedo, en el valle del Pigüeña, como cura de San Martín, Pigüeces y Villar de Vildas. Hay que retrotraerse a aquellos años de la postguerra para imaginarse las dificultades con que se encontraban estos sacerdotes rurales de zonas apartadas, sin carreteras, en rectorales gélidas, yendo a pie o a caballo en ayunas para poder celebrar la misa, y sin embargo la entrega y el celo pastoral que tenían, fidelísimos cumplidores de su deber. Allí estuvo tres años.

De la montaña, a la mar en el oriente de Asturias. Cue y Andrín, de la zona de Llanes, fueron su segundo destino. Eran años en que aquellos pueblos tenían un gran atractivo, por su vitalidad, colorido y folclore. Tierra de indianos benefactores y entusiastas de sus orígenes. Nueve unos años que él siempre recordaba, donde se había encontrado muy a gusto. Allí le conocí yo, en casa de mis tíos, los dos maestros de Andrín, adonde iba con mucha frecuencia a tomar café. Le gustaba hacer visitas a la escuela, aquella actividad tan importante para los curas como el catecismo. Le querían mucho por su bondad y porque a la hora de las fiestas, en esos pueblos del oriente tan peculiares en sus ritos y tradiciones, no sólo no ponía dificultades, sino que dejaba a la correspondiente comisión dirigir los festejos.

En todo grupo humano hay personas de las que se puede disponer como comodines, en el mejor sentido de esta palabra. En el puzle de los nombramientos siempre se puede acudir a ellos, porque, dotados del mejor espíritu, no sólo no protestan, sino que asienten gustosos a cualquier propuesta. El siguiente nombramiento fue para Puente de los Fierros, entonces nudo importante de ferrocarriles, y Parana, tierra de dominicos misioneros. A parroquias cercanas, en el bajo Pajares, habían destinado también a Isaac Canal, oriundo de mi tierra. Fuimos a visitarlo. Recuerdo la afabilidad y cortesía de Emilio, ofreciéndose para llevar una vida de compañeros y distribuir el trabajo pastoral.

Después de un breve tiempo en Quirós, serán las parroquias de San Sebastián de Morcín y aledaños donde estará el período de tiempo más largo de su vida pastoral, más de veinte años. Muchas veces, la soledad en que se ve un sacerdote, aunque esté en la compañía de sus feligreses, le va llevando a descuidar la salud y a un cierto abandono personal. Como humano necesitas estímulo. Por respeto, nadie se atreve a decirte nada. Emilio fue perdiendo vista y mermando sus facultades. Después de un tiempo de descanso, volvió a Llanes, como adscrito a la basílica de Santa María, con su amigo el párroco D. Luis. De nuevo, en la Casa Sacerdotal, siguió ejerciendo el ministerio, en lo que podía, siempre con gran dignidad y esmero, ayudando al párroco de Llanera. Casi ciego, sin molestar, en silencio, con una llamativa humildad, entregó su vida al Señor el pasado 28 de octubre. Fue como uno de esos muchos árboles del bosque que dan fruto que solo conoce y gusta el que pasa a su lado. Es el propietario de la hacienda el que los valora.

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