Comentarios tóxicos
Las patatas son agua que van a dar a «la mar» –de Alberti–, al mar que es el vivir insaciable de los desalmados y el «tentempié» de los cultivadores; los unos se forran al son de la usura, los otros dejan la piel en los campos: arado, siembra, binado, aporcado, riego, alteraciones de la naturaleza y todo mirando al cielo en cada amanecida por si un trastorno atmosférico echa al cuerno el auténtico sudor de su frente. No así los groseros intermediarios que disfrutan siempre del descampado de sus tretas fraudulentas quedando rotúndamente definidos como tales.
Un reportaje televisivo y espléndido nos puso al corriente del juego y el porqué las patatas van al agua, y, resumiendo, las argucias con las que juegan los mayoristas de alimentación siempre «a la limón» con sus congéneres de no pocas instancias europeas demandantes exigentes condicionando que el abastecimiento proceda únicamente de Asturias y Álava.
Pues bien, allá van cientos de toneladas por todos los medios de transporte. Luego, los receptores atienden sus mercados sin límite, de patatas españolas conservadas en enormes congeladores con todo su sabor alimenticio.
Pasados meses en esta reserva y avistando próxima nueva cosecha, vacían sus depósitos, descongelan el producto restante, y ¡zas! retorno a procedencia, que bien se ocuparán de la reventa en nuestra pícara España, silenciando que nuestras patatas vuelven «marineras» con un «empaque» de golferío y atraco mercantiles.
Finalmente, la estafa publicitaria: patatas nuevas... que van a dar a la mar que es el vivir sin escrúpulos junto a la complicidad de las grandes y menores superficies del mercado. Todo es mentira, nada es amor... IRA, IRA, aunque te cueste la vida.
Manuel Menéndez Baquero
Turón
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