Olor a pobreza
En las zonas rurales las gentes visten ropas de faena, por lo que cuando era niño no era capaz de diferenciar la verdadera imagen de los pobres que dormían en los pajares y de los que siempre los viejos nos contaban historias y nadie negaba un trozo de pan. Quizá los diferenciaba más por el olor a intemperie y a suciedad.
En las ciudades se viste mejor y, sin embargo, la pobreza es siempre mas sórdida y profunda, pues a la falta de trabajo y las necesidades se añade la de tener que disimular lo que no se tiene, o lo que no se es.
Somos un país que aunque fue dueño de medio mundo, arrastra los males congénitos de haber despilfarrado la gloria y la riqueza por una errática y anacrónica política imperial que nos metió en continuas guerras si salvamos el período de Fernando VI.
Decadencia de la agricultura, falta de industrias y desocupación, Los anuncios del diario de Madrid en el siglo XVIII buscando trabajo eran elocuentes, sirvientes, escribientes, jóvenes que buscaban acomodo en una casa, nodrizas, etcétera (los famosos servicios que ahora nos van a sacar de la crisis, hostelería...); trabajos improductivos porque ya entonces la sociedad había descatalogado por viles los trabajos manuales, mecánicos o tecnológicos). Calco de la realidad de esta crisis.
Ya en los siglos de la Ilustración y el Romanticismo éramos ante los ojos de Europa un país de mendigos que transitaban el Camino de Santiago y nos convertía en el paradigma de la belleza y la decadencia.
Somos un país apetecible para visitar por antiguo, pero no para ganarse el sustento diario porque queremos vivir más de lo que fuimos que de lo que somos. (Aunque hace muy poco tiempo la mayor parte de los políticos, en el colmo de la estupidez, preconizaban el efecto llamada de los inmigrantes).
Ése es el mayor riesgo de Asturias, el de convertirse en un territorio muy hermoso en sus ruinas mineras e industriales decadentes, habitado por sombras mendicantes, cuyos mejores jóvenes emprendedores tienen que seguir la endémica emigración de siempre.
Nuestra identidad huele a viejo y antiguo y arrastra a los dirigentes y a las instituciones a perderse en laberintos en busca de identidades de las que nadie está convencido. Falta músculo para encontrar una identidad cultural que atraiga a los jóvenes y no sólo arrastre lo viejo anclado en el pasado como lastre.
Los medios de comunicación televisivos, lo mismo que los políticos, utilizarán la pobreza con el mismo esnobismo: unos mostrándonosla en su programación como contrapunto de la riqueza más escandalosa del capitalismo con sus mansiones, sus ropajes, su coches, etcétera; y los otros preocupándose de sus subvenciones, financiaciones, resultados electorales o coaliciones que les permitan seguir viviendo o conviviendo con la corrupción generalizada.
Mientras tanto, la clase obrera, aunque sea menos pobre que hace cien años en términos absolutos, siempre será más pobre en términos relativos, porque los extremos de la pobreza aumentan con los extremos de la riqueza.
La angustia del hambre, y las necesidades, que lleva al suicidio a los más débiles está en íntima conexión con la acumulación de millones destinados a la salvación, disipación y corrupción tosca o refinada del sistema capitalista.
Hay quien se empeña en querer salvar el sistema y justifica esta catástrofe en los gestores corruptos. Algunos políticos hasta nos quieren convencer de que la catástrofe es porque tenemos vocación de pobres, cuando no hay Ayuntamiento, autonomía, entidades financieras, etcétera, que esté a salvo de las malas prácticas desarrolladas siempre para ahondar más la diferencia entre ricos y pobres.
A nadie le gusta dejar la tierra donde nació porque lo de comer no vaya bien. A los pobres y asalariados no les afecta que la prima de riesgo o los índices bursátiles o el PIB suban o bajen, porque su salario siempre es escaso e insuficiente y las plusvalías que genera su trabajo les son ajenas.
Ahora, en la ciudad, me pregunto dónde ocultará la globalización los 12 millones de pobres de este país, pero algo se está pudriendo y cada vez huele más a intemperie y soledad.
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