La Nueva España » Cartas de los lectores » Tribuna » Sor María, una vida para Cristo

Sor María, una vida para Cristo

9 de Diciembre del 2012 - Agustín Hevia Ballina

Acabo de asistir en el Benedictino Monasterio de San Pelayo al funeral y entierro de una monja cuya vida en su mayor parte discurrió arropada por unos muros donde, a lo largo de más de mil años, en vivencia ininterrumpida las Religiosas Benedictinas han venido dedicando sus vidas a un ideal que supera todos los ideales que imaginarse es posible.

Noventa y seis años de un vida son una trayectoria más que cumplida, desde que un día en su parroquia de Santa María de Valdecuna, en el pueblo de Cenera, vio la luz primera una niña, la primera de once hermanos, siendo cristianada al día siguiente de su nacimiento. Para los hermanos que vendrían después de ella, una hermana mayor, pero en su dedicación a su familia, casi como una madre: una «cristiana», llamada a servir a Cristo como religiosa, pero retrasando el momento de la respuesta, para ayudar a su madre a sacar adelante a sus hermanos, participando en la crianza y en la educación cristiana de los diez que la seguían.

Hasta que un día, hace setenta y dos años, ingresó en el Benedictino Monasterio de San Pelayo de Oviedo, dispuesta a hacer profesión de entrega a Cristo de por vida, respondiendo al Señor con la consagración a la observancia de la caridad, de la pobreza y de la obediencia, los tres pilares que el alma, que hace donación de su vida a Dios, encuentra para apoyatura firme.

Otra hermana seguiría las vías de similar entrega, dando continuidad al espíritu de San Benito, pero tamizado por la «Charta Caritatis», con que el Císter haría vivencia la Reforma que cuajaría con San Bernardo. Podría decirse que las almas de las dos hermanas sentían iguales ideales de santidad, pero en diferente modo de enfocar la entrega en las clausuras: benedictina, la una; cisterciense la otra, que culminó su encuentro definitivo con la gloria del cielo, con anterioridad a sor María.

Participé concelebrando en la eucaristía, con que la comunidad benedictina, con plena serenidad de espíritu, despedía a sor María. No voy a explicitar detalles de su biografía.

Solamente quisiera en estos momentos expresar los sentimientos que me embargaron sobre todo al final de la ceremonia ante la tumba en que fue depositado el cuerpo de sor María, en el muy humilde cementerio de la comunidad benedictina.

Subtítulo: Setenta y dos años en el Benedictino Monasterio de San Pelayo

Destacado: La vida de sor María, como la de cualquier alma que se comprometa en el seguimiento, no estuvo hecha para las alharacas y las vanidades de este mundo; obediencia, pobreza y castidad fueron como tres claves de bóveda en que se asentó el edificio de su búsqueda de la santidad y del compromiso

Nunca había entrado en aquel recoleto rincón de este cementerio. Cuando una religiosa profesa en la clausura tiene la plena convicción de que lo que da comienzo entre cantos de gozo y de entrega cumplirá un proyecto en sus vivencias terrenales y encontrará por término una sepultura, donde sus restos mortales reposarán, como en dormición, cuyo despertar tendrá su culminación definitiva en la eternidad. Unas sepulturas desnudas, cubiertas con pesadas losas, sin ni una letra que las identifique, es la morada, que acogerá, como anticipo de la gloria celeste, los restos mortales de la religiosa.

Dos realizaciones forman como el arranque de una arcatura que sintetiza la vida consagrada: una profesión solemne en el arranque de la consagración y una sepultura, para acogida de lo que sobrevive en la tierra, unos restos mortales que fueron templo del Espíritu Santo, en los que inhabitó la Trinidad Divina.. Y bajo esa arcatura, una vida colmada de gracia de Dios, de entrega a la santidad, de donación a un Esposo, que marcó para ella metas, que aparentemente podrían considerarse inalcanzables a lo humano, pero realizables en parámetros de eternidad.

Un día quedó para sor María rubricado –marcado en rojo– por una palabra del Señor: «tú, ven y sígueme». Con sor María en su Cenera del alma, otras cuatro jóvenes doncellas respondían a la invitación de la llamada, abandonando las glorias terrenas, en búsqueda generosa de caminos de perfección, que culminaran siempre en caminos de eternidad. «¿Por qué a mí?», se preguntaba muchas veces sor María, a lo largo de su dilatada vida de respuestas, de entregas y, en ocasiones, también es preciso reconocerlo, de infidelidades y de fracasos. Cualquiera podríamos hacernos también la misma pregunta: «¿por qué a mí?». Las pautas de la vocación son singulares en cada llamada y en cada respuesta. El Señor es quien marca los caminos y las correspondencias.

La vida de sor María, como la de cualquier alma, que se comprometa en el seguimiento, no estuvo hecha para las alharacas y las vanidades de este mundo. Obediencia, pobreza y castidad fueron como tres claves de bóveda en que se asentó el edificio de su búsqueda de la santidad y del compromiso. En la vida de la religiosa consagrada a Dios no busques palabras grandilocuentes. Ella, su vida de entrega, sólo sabe mostrar palabras trilladas por el mucho uso: mortificación, sacrificio, penitencia, compromiso. Y con ellas, siempre omnipresentes, los parámetros más sólidos de su vivencia: santidad, entrega, generosidad, donación.

El alma de la religiosa consagrada mira siempre reflejada en el pozo de la clausura una y única imagen: es la que le reflejan las aguas de la gracia divina, es la imagen del Esposo, el reflejo de Aquel cuya vida «siempre y sólo fue crucifixión y martirio». Una y única su meta cifrada en una palabra: imitación, expresada en una prescripción del Apóstol: «sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo».

Poco a poco, día a día, minuto a minuto, instante a instante, fue sor María modelando su vida a imitación de la de Cristo. Setenta y dos años de consagración, noventa y seis de una vida, el fruto se deja barruntar copioso, la granazón fecunda, la mies generosa y abundante. Su cuerpo, como el grano de trigo sembrado en el suelo del humilde cementerio de la clausura benedictina, aguarda resurgir para resurrección definitiva.

Cristo te acoja en sus brazos, la Virgen Madre te guíe llevándote en su regazo maternal, entra ya, gozosa, en el reino que el Señor te ha preparado. Él te dé la corona que para los servidores fieles y abnegados tiene dispuesta. A tu llegada recíbante los santos y el coro de los ángeles te dé acogida en la gloria del Señor.

Cartas

Número de cartas: 45213

Número de cartas en Mayo: 55

Tribunas

Número de tribunas: 2040

Número de tribunas en Mayo: 2

Condiciones
Enviar carta por internet

Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.

» Formulario de envío.

Enviar carta por correo convencional

Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:

Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo
Buscador