La anécdota
Me encuentro con Ángel, un amigo al que hace tiempo que no veía y al que, como a mí, le gusta el fútbol. Es el día del partido Chelsea-Barcelona (semifinal de la Copa de Europa) y a los dos nos une nuestro afecto por el FC Barcelona, por lo que decidimos verlo juntos.
En los prolegómenos, me asegura que "este partido lo vamos a ganar", pero yo le planteo mis dudas.
Después de tanto sufrimiento y cuando la eliminatorio parecía perdida, él decidió marcharse a su casa, no sin antes decirme que "si Dios existiese, esta eliminatoria el Barça merecía pasarla, pero no existe", apostilló. Fue entonces cuando recordé a mi hijo, Antonio Gil Marcos Díaz, que, con tan sólo 9 años, dos días antes me despertó a las 4.00 de la madrugada para, entre sueños, anticiparme la alineación que para este partido iba a decidir Guardiola.
También recordé la cara que pone cuando canta las canciones que le enseñan para recibir la que será su primera comunión, el día 24 de mayo, y todas las oraciones que le hacen ilusionarse en algo que, a mí, y me temo que a muchos, ya no nos ponen. El Barça marcó y ganó la eliminatoria. Fue entonces cuando volví a creer y me dije: Dios tiene que existir. Al final, eso de que la fe mueve montañas no sé si tendrá algo de cierto, desde luego la ilusión sí. Gracias hijo.
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