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Felicitación de Navidad

7 de Enero del 2013 - Juan Goti Ordeñana

Cuánta polvareda y crítica ha levantado la felicitación del presidente del Parlamento, don Jesús Posada. Cosa normal en él, al ser una costumbre que ha ejercitado toda su vida, felicitar la Navidad a través de las redes sociales con una reproducción de un hermoso y clásico cuadro flamenco representando la iconografía de la Natividad. No sé cómo esto puede parecer extraño, y menos molestar a nadie, cuando desde que a San Francisco de Asís, en el siglo XIII, se le ocurrió, al celebrar estas fiestas, asemejar aquella escena evangélica del nacimiento de Jesús. Durante siglos se ha ido extendiendo este hecho por muchos países, y ya vemos que en las familias, en los pueblos y ciudades se suele montar normalmente un nacimiento.

Ciertamente, tienen un fondo religioso, que es mayoritario en nuestra sociedad, pero es la más significativa expresión que muestra los mayores valores de la convivencia, porque nos evoca y proporciona nuevo vigor de las ansias de solidaridad, fraternidad y paz que anidan en buena parte de la humanidad, al mismo tiempo que suele ser el mayor motivo para fomentar los encuentros de la familia. Con esa anual construcción de un sencillo belén se vienen a simbolizar, ante la simpatía y delicadeza del nacimiento de un niño, los esfuerzos que debemos hacer de entendimiento, tolerancia y sociabilidad.

Un cuadro que indica estos valores no se comprende que pueda molestar tanto a las izquierdas españolas. ¿Es que su pensamiento discrepa de estos valores que enuncia ese nacimiento? ¿Qué les molesta de la celebración del nacimiento de un niño? ¿Es qué la laicidad que se atribuyen puede impedir admirar los valores que nos enseña esa sencilla escena del nacimiento de un niño? ¿Si estamos en una sociedad democrática, por qué no se respeta lo que piensan los demás, y cómo actúan? Si se reproducen valores en la actuación de cualquier persona o grupo en una concepción democrática, debería respetarse, pues ninguna ideología, por fuerte que sea, debe desechar aquellas prácticas y actuaciones de los demás que muestren bienes sociales, simplemente porque las realizan otros grupos. Ya es hora de advertir y de corregir que la izquierda no tiene un derecho inalienable a dictar lo que está bien y lo que está mal a la hora de dictaminar sobre la conducta individual y colectiva de las gentes.

Y no es desacertado en esta ocasión recordar a Ben Stein, que sobre este motivo dirigiéndose a sus conciudadanos dice en una página web: «Soy judío y todos mis antepasados lo fueron. Y no me molesta en absoluto cuando la gente llama a esos bellos e iluminados arboles “árboles de Navidad”. No me siento amenazado. No me siento discriminado. Porque eso es lo que son, árboles de Navidad. No me molesta cuando la gente me dice “feliz Navidad”. No creo que me estén despreciando o que vayan a enviarme a un gueto. De hecho, me gusta, porque muestra que somos hermanos y hermanas celebrando esta feliz época del año. No me molesta si hay un pesebre en un cruce de carreteras cerca de mi casa. Si la gente quiere un nacimiento, a mí me parece bien, como bien me parece que unos pocos metros más allá esté una menorá. No me gusta que me avasallen por ser judío y no creo que a los cristianos les guste que los avasallen por ser cristianos. Creo que la gente que cree en Dios está harta y cansada de que los avasallen. Punto. No sé de dónde viene la idea de que América es un país explícitamente ateo. No lo puedo encontrar en la Constitución y no me gusta que me lo intenten hacer digerir a la fuerza».

El caso de Oviedo es muy significativo, una ciudad construida alrededor de una catedral, como prueba Ramón Cabiedes en su libro «La catedral de Oviedo», por lo que parece que no debe distinguirse por su laicidad, aunque se atiene a lo «políticamente correcto». La felicitación que hace a los visitantes y a los que llegan a la plaza de la Constitución, donde se encuentra la Casa Consistorial, es con la fórmula de «felices fiestas», en lugar de aquella que veíamos en otro tiempo de «feliz Navidad». Menos mal que los belenistas tienen todavía fuerza en la ciudad y consiguen cada año, saltándose los temores políticos, llenar la plaza de Alfonso II el Castro con unas colecciones de belenes que muestran el sentir de los ovetenses y de cuantos vienen a visitar esta artística demostración. ¿A qué viene esta contradictoria forma de actuar?

Gracias al Ayuntamiento, que aunque debiera superar ese miedo a ser «políticamente incorrecto» felicitando a los que llegan a Oviedo con unas «felices fiestas», al menos respeta el sentir popular, y nos admite el belén en la plaza de la Catedral.

Y felicitación a todos los que celebran la Navidad.

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