Buzoneo publicitario, ¡basta ya!
Aunque ya se van acumulando multitud de quejas, formuladas por varias personas, a través de varios medios de comunicación, entre los que también figura este periódico, sobre la creciente y molesta práctica de atiborrar los buzones de correos particulares de las comunidades de vecinos con folletos publicitarios de toda índole, dificultando, en no pocas ocasiones, el depósito de la correspondencia ordinaria por parte del Servicio de Correos, la realidad es que este asunto, en lugar de ir a menos, cada vez toma mayor dimensión. Si, en principio, la publicidad que se introducía en los buzones no pasaba de unas pocas hojas, ahora, para mayor inri, ya se permiten la licencia de introducir catálogos completos que, en muchas ocasiones, colman, por sí solos, la capacidad del buzón. A pesar de que, en la mayoría de los portales de las comunidades de vecinos, se han colocado notas de aviso para que los repartidores de publicidad domiciliaria se abstengan de depositarla en los buzones, instalando lugares alternativos para ello, todo el esfuerzo realizado, hasta este momento, ha sido inútil.
Dado que vivimos en una sociedad de consumo, en la que la publicidad está omnipresente, es obvio que debemos admitir y resignarnos a soportar algunos de los inconvenientes que lleva añadidos. No obstante, el bombardeo que recibimos a través de radio, televisión, prensa, vallas publicitarias, etcétera, unido a todo género de folletos que nos ponen en la mano cuando paseamos tranquilamente por las calles, debería ser suficiente. El invadir lugares privados, utilizando los casilleros domiciliarios que la vigente reglamentación regula para la prestación de los servicios postales, exclusivamente a este efecto, parece que ya es traspasar lo razonablemente tolerable.
La única y definitiva forma de acabar con este engorroso problema necesariamente tiene que pasar por actuar sobre la causa. Descartando a los propios repartidores que, aunque también tienen alguna parte en la culpa, en el fondo no son más que humildes trabajadores que tienen que ganarse un mísero salario con esta actividad, único y necesario ingreso en no pocos casos, el verdadero origen está en el emisor mismo de la publicidad, que es quien exige a estas personas que coloquen sus reclamos donde no deben (incluso, en la mayoría de los casos, bajo la amenaza de no percibir la remuneración pactada si no proceden como se les indica). Si por parte de estos emisores, que prácticamente son siempre los mismos y de todos conocidos, no hay un cambio de actitud, poniendo fin a esta ilógica e incómoda situación, acatando y respetando las normas establecidas, no quedará más remedio que proceder a cursar las oportunas denuncias por la vía reglamentaria. Si las comunidades se unen para ello, como la unión hace la fuerza, seguro que se conseguirá el objetivo, aunque lo deseable, por sentido común, es que no hubiera que llegar a este extremo.
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