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Agua de Carabaña

5 de Junio del 2009 - José Manuel Gómez Tuñon (Oviedo)

Palabras del Papa reintepretadas; Ley del Aborto, toro de mil pitones, en la plaza; espectáculo porno gratuito en el cercado de Proaza... en fin, por fas o por nefas, la sexualidad deshumanizada nos acorrala sin pudor. ¡De mingán sería la manzana para tanto revuelo! Y a pesar de la aversión al tema, aporto una nota colorista a esta estridente sinfonía. A lo mejor hace pensar.

Al desmadre de nuestra II República, (vamos hacia la convergencia) sucedió la disciplina monacal de posguerra. El sexo era tabú. Guardia Civil y Clero vigilaban a su modo. El sacerdote del pueblo de esta historia explicaba en el catecismo que el niño Jesús le circuncidaron cortándole un poquito de piel del dorso de la mano. Y si el aprisco resquebrajaba, acudía a repararlo la Santa Misión, cátedra de hábiles predicadores que dejaban a los vecinos casi, casi, a la puerta del capador.

El temor había hecho pacata a la sociedad pero a la naturaleza no se la aherroja. El boca-oreja funcionaba y por los caminos de Strauss y Perlowitz (estraperlo) llegaba material «inflamable». Y había anticonceptivos; violaciones, abortos e inclusa, pero en vergonzante secreto. Ahora nos hemos pasado y una floreciente industria del sexo vocea y deja al alcance de cualquier mano todo lo imaginable.

Hace unos cincuenta y tantos años un viejo conocido pulsó esa nota colorista. Simpático, tartaja y obeso sexual, su fantasía aportó al erotismo la naranja menstruada y otras barbaridades ruborizantes. Vivía a seis kilómetros de la ciudad donde trabajaba en uno de los almacenes de paquetería. Se juntaba a comer con otros colegas en el furgón estacionado en vía muerta del tren mixto que traía las cestas de mimbre con la tartera. Se desconocía la fiambrera.

Y casi como en las fábricas de tabacos cubanas donde un lector de penetrante voz lograba el silencio en naves de hasta 500 personas, así permanecían los comensales escuchando la verborrea incontenible del convecino. Con el defecto del tartamudo entretenía la hora de refectorio pregonando sus conquistas entre las «marmotas» en saraos de tardes de domingos. En aquel caladero, con fragancias de «Maderas de Oriente» y sudores, hacía la leva. La tarea la finalizaba en la obscuridad de los jueves, generalmente, al resguardo de la tapia del cementerio pequeño de la ciudad.

Cuando su locuacidad lo permitía escuchaba y respondía a los compañeros de refectorio, serio y pícaro: «hoy dos afaires (sic), ¿qué, eeeeen-vidia?». con la palabreja misteriosa, tomada de un viajante catalán, ducho en francés el muy tunante por ver cine en Perpiñán, presumía el hombre.

Un buen día, autoconvencido de sus potentes facultades, se propuso no influir en el aumento de la población inclusa, ni en el empobrecimiento genético. a su modo, era honesto, responsable, noble, solidario... De no ser por el «cilindrín», palabra de Tricicle, sería modélico. Y a la memoria le vino la curandera del pueblo, especialista en cuerdas cabalgadas y huesos rotos, pero confesa ignorante en casquería. Un atracón de castañas y tortos de matiz le tuvo a la muerte. Probados otros, solo quedaba el remedios de escoriador o del bisturí, cuando la señora apareció por su casa y recomendó, sin responsabilizarse, Agua de Carabaña, como pudo haber dicho aguarrás. Y santo remedio. Actuó de pesa de deshollinador, con un ¡plaf! de Guinnes. Y al décimo día descansó.

Y al agua de Carabaña acudió razonadamente. Si destacó su tripa, destruiría la pella que se albergase en cualquier sitio de la barriga de hombre o mujer. A partir de este convencimiento acudía al trabajo extra de los jueves con la o las botellas, según agenda, que regalaba a la prójima con un consejo fundamental: «mañana, en ayunas, la bebes mientras das saltos durante diez minutos». Había inventado una artesanal píldora para el día después contra el infanticidio, aberración suprema de la sexualidad. Práctica, rápida, deportiva, indolora, ¿eficaz? Al cabo de un tiempo desapareció de aquí.

En aquel entonces todavía hacían carrera las amas de cría. Es posible que mozas de estas, queriendo subir en su imaginada escala social, prefiriesen el torno de la inclusa que el anticonceptivo de marras. Un nuevo Tigre Juan las recomendaría.

El Agua de Carabaña, una anécdota, un símbolo, no tiene otro sentid oque pararse a meditar. La promiscuidad sexual, en general, el aborto voluntario, infanticidio legal, en particular, el «aquí vale todo», son indicadores de descomposición moral. ¿Cómo se puede vivir con el peso de una infame, cobarde, muerte encima? Es necesario un movimiento envolvente, inmenso como ola deseada pro surfistas, para entronizar los Diez Mandamientos, el gran patrimonio de la Humanidad, en absoluto privativo de religión alguna.

Sobre esta idea finalizo pensando que, si cada ciudad o pueblo tiene dedicada a la Constitución una plaza o calle, a los Diez Mandamientos, rango superior, se debe de consagrar espacio público, resaltando letra a letra. Podrían actuar de calcar y bridas del desbocado caballo y el faro de la familia, de muchas familias, volvería a ser guía y norte. La sexualidad regresaría a la intimidad, a la vergüenza y el abordo, el infaticidio, sería residual.

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