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Cine a la última

14 de Enero del 2013 - José Luis Campal

Diez cintas salidas del horno durante el último año, distribuidas en cinco sesiones dobles, dieron cuerpo a «Muestra de cine contemporáneo», ciclo que acaba de concluir en el teatro Filarmónica con rotunda respuesta de un público que incluso aplaudió (tímidamente) algunas proyecciones como si estuviera en una festivalera sección a concurso (¿soterrada competencia al FICX que arrancará en breve?).

Para el recuerdo quedará lo visto en la apertura y clausura. Abrió el festín «Infancia clandestina», de B. Ávila, un potente fresco de la lucha clandestina contra la dictadura argentina, beneficiada por adoptar la mirada entre desconcertada y alerta de un adolescente que aporta proximidad a esta visión humanizadora del compromiso político, cuyas escenas duras se arman, prueba de su originalidad, como viñetas de cómic bien pautadas por la banda sonora. Y lo cerró otra pequeña joya, la sobresaliente elegía de P. Vilà «La lapidation de Saint Étienne», sostenida y amarga introspección en la agonía de un anciano vencido por la soledad y la angustia existencial que se paladea desde la primera secuencia como una asfixiadora y dura autopsia emocional.

Subtítulo: Sobre la muestra de películas contemporáneas del Filarmónica

Destacado: Al comienzo de una de las sesiones, una señora de mi fila de butacas, ante el aforo completo de la sala, comentaba con medida sorpresa e indisimulada euforia que vaya hambre de cultura que tenía el personal

En un escalafón menor se situaron tres propuestas: 1) «Amor y letras», comedia sentimental de tonos almibarados, toques irónicos y diálogos esmerados que posee el irreductible encanto de lo sencillo y en la que J. Radnor narra sin aspavientos la crisis de un barbilampiño enseñante universitario; 2) «Bestias del Sur salvaje», de B. Zeitlin, rezuma verdad y pureza en su arriesgada puesta en escena (dúctil plasticidad) de las vicisitudes de una comunidad de desheredados de la fortuna en el depauperado marco de La Bañera, en el delta del Misisipí, que llevan con orgullosa y febril altanería su miseria y luchan a brazo partido contra la adversidad sin lloriqueos; y 3) «Tabú», apetecible y aplicada reconstrucción, en un improductivo prólogo y dos partes bien diferenciadas y consecutivas, de un adulterio con fatal desenlace acaecido en las antiguas colonias portuguesas de África, y rodada en falso mudo (durante un largo falsh-back no se escuchan los diálogos pero sí los sonidos ambientales más ínfimos) y estilizada planificación por M. Gomes en explícito homenaje al clásico de Murnau y Flaherty que ondea sin ambages en el título.

Sin embargo, me resultaron indigeribles filmes como «Holy motors», «El muerto y ser feliz» o la soporífera y rudimentaria aproximación al fenómeno migratorio mexicano «Aquí y allá». El antaño «enfant terrible» galo L. Carax pretende estérilmente reflejar en «Holy motors», con poca gracia, atmósferas siniestras y trasnochado experimentalismo de «qualité», la degradación moral del hombre contemporáneo a través de la jornada laboral de un extraño actuador. No vuela mejor J. Rebollo con el patetismo seudolírico de «El muerto y ser feliz», que abusa decididamente de una voz en off sin mayor objeto que la de mazcarle al espectador la historia de una fuga de carretera de un enfermo terminal que huye sin rumbo fijo del dolor de sus tumores y de los convencionalismos.

El cine español de buenas hechuras estuvo representado por «Animals», ópera prima de M. Forés, sugerente, aunque desigual, indagación de vena psicologista en las dudas e incertidumbres de unos estudiantes de colegio de pago bilingüe atraídos por el lado oscuro de la realidad; y la descomunal epopeya de aliento antropológico que es «Chaika», dirigida con mano maestra y excelente ritmo por M. Á. Jiménez acerca de unos personajes instalados en un escenario apabullante y gélido que configura sus caracteres de expulsados de la vida.

Al comienzo de una de las sesiones, una señora de mi fila de butacas, ante el aforo completo de la sala, comentaba con medida sorpresa e indisimulada euforia que vaya hambre de cultura que tenía el personal. Me pareció el más acertado diagnóstico que justifica por qué son necesarios ciclos como el que acabamos de disfrutar en la levítica ciudad.

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