Una máquina de hacer dinero... social
El jueves 7 de mayo el Banco Central Europeo puso en marcha la «máquina de hacer dinero»: 60.000 millones de euros destinados a comprar «activos dudosos» (cédulas hipotecarias) de los bancos.
Hipótesis: en una crisis como la actual la forma más estúpida y más injusta de gastar dinero público –o imprimirlo con la máquina de hacer billetes– es inyectárselo directamente a los bancos y cajas en crisis porque éstos, incluso aunque dispongan de liquidez, y afectando la crisis a todos los sectores, no sabrán a quién prestárselo. No se fiarán de ningún empresario por más limpio que sea su historial, pues la caída de la demanda, brutal y generalizada, no dejará a nadie a salvo.
Podríamos buscar un equivalente si consideramos que diversos órganos de un individuo sufren falta de riego: su cerebro, sus extremidades, su hígado... y decidimos inyectar la sangre no en esos miembros, sino directamente en el corazón. De acuerdo, el corazón bombeará la sangre a todo el cuerpo, pero ¿no sería más sensato inyectar la sangre en los órganos poco regados con la conciencia de que el circuito sanguíneo –un circuito cerrado– hará llegar esa sangre, sin ninguna duda, hasta el órgano de bombeo?
Las comparaciones entre distintos sistemas son peligrosas, pero muy útiles para visualizar el concepto de «circuito cerrado». El dinero, como la sangre, fluye a través de un circuito cerrado del que jamás escapa y, por lo tanto, a la hora de inyectarlo, la forma más sensata, más humana y más eficiente es inyectarlo, precisamente, en aquellas zonas a las que llega más difícilmente, habida cuenta de que, cuanto más lejos estén esas zonas de los órganos de bombeo, mayor será el recorrido que realice ese dinero, y mayor su capacidad de activación ya no sólo económica, sino también social.
Deseamos poner en marcha la «bicicleta económica». Podemos tratar de hacerlo haciendo fuerza sobre el eje de las ruedas, o empujar la espalda del corredor, es decir, apartándonos lo más posible del eje de las ruedas y creando con nuestra fuerza el mayor movimiento posible. Volviendo al primer ejemplo: si un órgano del cuerpo tiene un problema de riego sanguíneo, inyectar la sangre que necesita directamente en el corazón parece una terapia, cuando menos, primitiva, que inflamará algunas zonas sin garantías de éxito a la hora de irrigar otras.
O en otras palabras: merece la pena, desde cualquier punto de vista, estudiar qué sucede si ese dinero se inyecta en el sistema de otras formas. Si en lugar de entregar ese dinero a los bancos directamente se introduce en el sistema, precisamente, a través de salarios que recibirán los más lejanos al acceso a ese dinero (léase parados, amas de casa, cuidadores de ancianos o discapacitados que actualmente no perciban ningún ingreso).
Descartando, dadas las pequeñas cantidades unitarias, la inversión, los receptores sólo podrán hacer dos cosas con ese dinero: ahorrarlo o gastarlo.
Si lo ahorran, ya habrá llegado a los bancos. Si lo gastan, estará activando el circuito productivo y, finalmente, también llegará a los bancos. Pero antes de llegar a ellos habrá recorrido todo el circuito económico. Y de esta manera aseguraremos que ese dinero recorra también todo el circuito social.
Los expertos sabrán qué parte de ese dinero será circulante y qué otra formará parte de los ahorros que los distintos actores ingresen en los bancos.
También sabrán los expertos cuánto dinero generará, a través del multiplicador monetario, el dinero ahorrado y, finalmente, qué parte del dinero entregado en forma de salarios sociales retornará a las arcas públicas a través de los impuestos.
Pero para activar el multiplicador monetario ese dinero deberá activar el crédito. Pensemos en ello un momento: si hablamos no de un salario social, sino de miles, cientos de miles, o millones, entonces se pueden hacer estudios muy precisos de qué harán los receptores con ese dinero y hacer públicos esos estudios. Pongamos por caso que de diez euros entregados, dos se gastarán en alimentación, uno en vestido, uno en viajes y seis se ahorrarán. Las encuestas –los partidos políticos son expertos en recurrir a ellas y muy cualificados para evaluar su validez– pueden precisar esas expectativas de gastos tanto como se desee (si me entregan 950 euros mensuales durante tres años me comparé un Simca 1.000 verde claro). En otras palabras: la banca sabrá, las empresas sabrán –con un alto grado de precisión– en qué se gastará. Las empresas sabrán en qué invertir y la banca sabrá a quién prestar.
El dinero se puede, además, «marcar» de diversas formas, siendo la primera y más evidente entregar esos salarios, precisamente, a través de los bancos o cajas que presenten problemas, creando en ellos nuevas cuentas. Y al argumento de que «el problema de los bancos o cajas con problemas de capitalización es que deben consumir recursos en recapitalizarse; por tanto, si existen problemas, hay que atajarlos cuanto antes», podemos responder: pues pongamos en marcha este proceso cuanto antes.
Imagino que todo lo hasta aquí descrito es inviable. De otro modo se habría hecho porque, ¿hay un modo más seguro que éste, en el que a la vez que se reactiva la economía se reparte dinero «gratis» a cientos de miles de desfavorecidos, de ganar unas elecciones?
alfredo_colunga@telecable.es
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