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La primera comunión

15 de Mayo del 2009 - José Alberto Concha González (Llanes)

Mayo, flores y Primeras Comuniones.

Las iglesias abarrotadas. Los niños acuden al altar a celebrar el sacramento con esa solemnidad auténtica de la que sólo la Iglesia es capaz.

Ahora bien, ¿es este hecho reflejo de un cristianismo pujante en la vieja Europa del 2009?; ¿significa qué a pesar del acoso al que se ven sometidos los cristianos consiguen sobrevivir a un entorno hostil?; ¿o será más bien que esa historia de la comunión no es sino el reflejo de una costumbre que más por inercia que por convencimiento se resiste a desaparecer?

La comunión, la eucaristía, comparte con lo más significativo del cristianismo esa capacidad tan suya de “escandalizar”. Las palabras que los cristianos repetimos en el Credo - sólo la manera en que las repetimos mecánicamente pueden hacerlas pasar desapercibidas- chocan violentamente con esa forma de razón (y digo forma porque no se trata de la Razón, sino de la forma peculiar que ésta ha adoptado en un tiempo determinado) “cientista” y arrogante, cerrada al Misterio, característica de las sociedades postmodernas del tercer milenio. Una razón autónoma que no puede reconocer aquello que no entiende, y que se cierra a Dios -sin que importe que, y paradójicamente, para ello tenga que adoptar actitudes (prejuicios) claramente irracionales (negar lo que no se entiende)- ¡sencillamente porque ella misma se ha situado en el lugar de Dios!

Esta y no otra es la principal dificultad con que se enfrenta el hombre del siglo XXI: la incapacidad de reconocer a Cristo. Lo grave es que el único programa político, el único plan de acción que salvará al hombre, es Cristo. Todo lo demás es Babel. Nuestra gran crisis es de naturaleza antropológica, nace de una visión equivocada del hombre y de lo humano. Lo que Europa y el mundo necesitan es un nuevo San Benito: en los monasterios la civilización se mantuvo a salvo de la barbarie de los tiempos; los santos son más necesarios que los políticos.

Esta reflexión está en el centro del relato de San Juan que introduce el misterio de la comunión y que Guissiani –con su providencial clarividencia- nos descubre como poderosa catequesis eucarística.

Efectivamente la muchedumbre que había asistido al milagro de la multiplicación de los panes y los peces se había convencido con aquella forma precursora del Estado Providencia. El gratis total. Es exactamente lo que queremos. Ni siquiera el Estado del Bienestar pudo ofrecer algo así más de dos mil años después. Pero Jesús se escabulló. No quiso ser ni su rey ni su presidente. Su milagro fue fruto de la compasión y en ningún caso un programa político. Marchó a Cafarnaúm, a la otra orilla del lago. Pero la multitud estaba tan interesada en un gobernante así que no se dio por vencida y rodeó el lago persiguiendo al rey o al presidente que habría que librarles de las dificultades de la vida. La búsqueda dio su fruto y encontraron a Jesús en la sinagoga comentando, tal vez intencionadamente, el conocido episodio del maná, del pan del cielo con el que el Dios de Israel había socorrido a Moisés y a su pueblo en el desierto. La metáfora inicial es todavía aceptable para la razón autónoma, arrogante, desvinculada de Dios, de la que venimos hablando. Vuestros padres comieron el maná y murieron. “Yo soy el pan vivo que bajó del cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre”. Podría entenderse que se refiere a su palabra como “pan”.Vale. Pero más adelante se advierte que lo que Jesús dice va más allá de una metáfora atrevida o una comparación ingeniosa. Está hablando en sentido literal de comer su carne y beber su sangre (“mi carne es verdadera comida, mi sangre es verdadera bebida”)

No hay duda. Los periodistas, los políticos, los intelectuales lo tienen claro. Es la prueba que necesitaban. Está loco. Los que hace sólo unos instantes querían hacerle rey le dan la espalda y se van. Jesús, que también ¡y de que forma tan humana! era un hombre (capaz de la tristeza, de la desilusión, de la soledad) pregunta al reducido grupo de incondicionales que se quedan con él: ¿también vosotros queréis marcharos?

Giussani nos encamina a la comprensión del dramatismo de la escena: “Pedro, entonces –y este punto sintetiza todo el dramático manifestarse de Cristo y el surgimiento de la fe en el mundo- dice: “Maestro, tampoco nosotros comprendemos lo que dices, pero si nos alejamos de ti ¿adónde iremos? Sólo tú tienes palabras que explican la vida. Es imposible encontrar a otro como tú. Si no creo en ti, ya no puedo creer a mis ojos. Ya no puedo creer en nada” Aquí está la verdadera, la única alternativa del hombre en el mundo: “o todo termina en nada –nada de lo que amas, nada de lo que estimas, nada de ti mismo y de tus amigos, nada del cielo y de la tierra, nada, todo es nada porque todo termina en cenizas- o bien ese hombre tiene razón y es lo que dice ser. Por eso Pedro dice: tú solo lo explicas todo, y eso significa que eres quien vuelve a poner en pie todo, quien hace ver las conexiones en todas las cosas, quien hace que la vida sea grande, intensa, útil y deje entrever su eternidad”

Ya que no tenemos suficiente fe, tengamos por lo menos la razonabilidad de Pedro para exclamar: ¿Señor, si Tú no eres quien dices ser adónde iremos?

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