Sentimiento hacia una cocinera
La muerte de un ser querido mueve conciencias y transforma ese momento luctuoso en una sinrazón y en una impotencia muy difícil de superar. Una persona en lo mejor de su existencia, recientemente alejada de su gran pasión, la cocina, y cuando ya había superado una patología que envolvió en tristeza pasajera a toda su familia. Todo iba por buen camino hasta que una súbita complicación le dio el zarpazo mortal ante el estupor de los suyos…
Antetítulo: Obituario
Subtítulo: María Andrea Martínez Mier convirtió sus recetas en la Cafetería Maga de Oviedo en sabores atrayentes
Destacado: Todo lo elaboraba con sumo celo y con rigor, y además limpieza, esfuerzo, ideas y sabor, ¡qué más se puede pedir!
Mari dedicó toda su vida a una pasión que llevaba en sus entrañas. Y esa vocación la transmutó en negocio. La Cafetería Maga, un pequeño reducto en el centro de Oviedo, fue durante bastantes lustros un lugar de encuentro, amistad, tertulia y excelente comida. Y entre fogones Mari se encontraba feliz y animada, sus propuestas sencillas y sabrosas arrastraban a muchos amantes del plato del día bien elaborado, nutritivo y pasional. Al ser una cafetería al uso la sorpresa del plato del día resultaba todo un descubrimiento. Buenos pinchos y cocina de aperitivo suponían lo más frecuente para los clientes que se aproximaban a este afectivo bar. Sin embargo en la reducida cocina estaba lo mejor, lo más atractivo del local, la auténtica alquimia fogonera. Mari, con sus recetas insuperables, ofertaba lo mejor de sí misma y sus propuestas amenizadas por la querencia de su entusiasmo resultaban notables y gustaban al respetable, que hacía de vocero popular ante unos guisos parecidos a los maternales. Durante varios años, los compañeros del Centro Territorial de TVE en Asturias formábamos parte de una pequeña legión de incondicionales ante el tratamiento cocinero de esta convencida trabajadora. Todos coincidíamos –abogados, periodistas, administrativos, fiscales, agentes inmobiliarios, médicos, trabajadores sociales, sindicalistas, empleados de la Sociedad General de Autores de España, peritos agrícolas, concejales…– en que el recetario diario de este establecimiento, distinto y especial, era el más sobresaliente de Oviedo, siempre hablando del plato del día. Todo primor, profesionalidad, amistad, debates y ambiente gastronómico. Mari apenas salía de su reducto, solía hacerlo alguna vez para preguntarnos cómo le había salido el cocido de garbanzos, las lentejas al estilo castellano, el arroz a la asturiana o la insigne fabada. Todo lo elaboraba con sumo celo, con rigor y estilo coquinario. Limpieza, esfuerzo, ideas y sabor, ¡qué más se puede pedir!
Mari se ha ido a ese más allá desconocido, quizá a seguir cocinando con ese trato ameno y práctico hacia esos productos amigos y especiales. Y en medio de todo el universo cocinero estaban de apoyo fundamental su marido, Jesús, y los estupendos camareros, Kiko y Juanjo, para mí el trío profesional hostelero mejor que he conocido. Servicio esmerado, atención, trato, seriedad, discreción, sensatez, mesura y gusto por el trabajo. Y los clientes, felices y satisfechos ante una prestación digna y preñada de oficio…
La gran cocinera que fue Mari sólo queda en el recuerdo de quienes saboreamos sus platos esmerados, cargados de sabiduría y perfecta embocadura. Y sólo por eso, por darnos de comer a la manera de nuestras madres y abuelas, ya merece el homenaje sincero de cuantos nos aproximamos a su forma de cocinar, a esa cocina con toque artesano, sentimental y suculento. ¡No es verdad, Ceferino!
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