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El valor de Santo Tomás de Aquino

16 de Febrero del 2013 - José González González (Navia)

¿En el «año de la fe» los centros de enseñanza homenajearán como se merece a su, por tantos años, eximio patrono Santo Tomás de Aquino?

El gran jurista alemán Ihering (1818-1892), en la 2.ª edición de su obra «El fin en derecho», se reprocha la ignorancia que tenía de la obra de Santo Tomás (1225-1274) diciendo: «Este profundo pensador había reconocido el momento realista práctico y social, así como el histórico, de lo moral con exactitud perfecta... yo quizá no hubiese escrito todo mi libro de haberlo conocido, pues los pensamientos capitales, por los que yo me hube propuesto la obra, se encuentran ya con toda claridad y magníficamente explicados por él. Y me pregunto: ¿Cómo fue posible que tales verdades expuestas cayesen en el más completo olvido para nuestra ciencia protestante? ¡Cuántos errores se hubieran evitado!». Cathrein señala que la censura protestante, sintetizada en la frase: «Catholica sunt, non leguntur» (en vigor aún hoy para muchos), era incomparablemente más severa que el Índice Católico de libros prohibidos.

El Papa Juan Pablo II considera que «Tomás de Aquino es el esclarecedor de toda la riqueza y complejidad de todo ser creado, y especialmente del ser humano, no es justo que su pensamiento se haya arrinconado en este período posconciliar; él no ha dejado de ser el maestro del universalismo filosófico y teológico. En este contexto deben ser leídas sus Cinco Vías que llevan a responder a la pregunta: An Deus sit? (¿Existe Dios?)». Santo Tomás vuelve a ser hoy el gran desconocido fuera de reducidos ámbitos.

Desde ciertas tribunas y amparándose bajo diferentes membretes: «científico», «político», etcétera, se intenta negar a Dios: primero queriendo probar su inexistencia, y, tras el clamoroso fracaso, buscan su sustituto. Hay unanimidad de criterio sobre que el Universo tuvo un comienzo y una causa primera, pero discrepan en la naturaleza de esta causa: simbiogénesis (Margulis), energía (Hack), selección natural (Dawkins), fuerza de la gravedad (Hawking), etcétera, encontrándose al final con un Olimpo a cuyos dioses se ven en la necesidad de reforzar con grandes dosis de azar. Aristóteles, que en su Física admite esta circunstancia como origen de ciertos procesos, la rechazaba ya: «En el cielo no se hace nada fortuito y casualmente». Santo Tomás la rebate rotundamente en la Vía Quinta.

Margherita Hack, célebre astrofísica italiana, nos dice que «la Ciencia se basa en experimentos, observaciones, leyes»; los poderes atribuidos a Dios, en quien no cree, se los otorga a la «Energía, que es tangible y mensurable» y cree en «innumerables universos infinitos». Conjetura que sobrepasa todos los límites de cálculo y demostración científica. Sueña en una Italia libre de la influencia de la Iglesia y dice que «creer en Dios es un acto de fe, como también el no creer, porque no hay modo de demostrar que Dios no existe». Según esto, podríamos establecer dos grupos: los denominados creyentes, que aceptamos a Dios, y por la colosal e inmensa obra que es la Creación, «a partir de los bienes visibles» (Sabiduría 13,1) nuestra razón exige un Ser omnipotente e infinitamente sabio. Y los crédulos, que son los que les basta y se conforman con «instrumentos» (Darwin los llama «modos»), utilizados en el proceso (quid pro quo), que tienen idénticas «facultades» que las que Dawkins admitía para «su creador»: «No tiene ninguna finalidad, ni mente, ni imaginación, no planifica el futuro, ni visión alguna, ni previsión» y por eso lo considera «relojero ciego».

Hawking, astrofísico, premio Nobel, después de aceptar la posibilidad de Dios en varias entrevistas: «Dios puede haber creado las leyes que gobiernan el universo, pero deja que éste evolucione de acuerdo con esas leyes y no las rompe jamás. El hecho de que haya unas leyes universales que se cumplen siempre es la única base sobre la que se puede hacer ciencia». Se radicaliza y niega su existencia por innecesario (según él: «redundancia») desaparece el legislador (¿sobra o molesta?, pero siguen vigentes leyes físicas, químicas, etcétera, hasta llegar a las éticas, que fueron necesarias en las distintas y progresivas fases. (Einstein, sin embargo, opinaba: «Dios está detrás de cada puerta que la ciencia abre... Solamente a partir de la experiencia mística brota la verdadera ciencia»). Para Hawking, la trascendencia es «cuento de hadas». Estimo que, si después del maravilloso proceso de la Creación, que partiendo del big bang, llega al ser humano, capaz de intuir el infinito y de ansiar la inmortalidad, acabara con el aniquilamiento de tan excepcional criatura, sería un verdadero y terrible fracaso. Frustración que nuestro Nobel Ochoa, ya jubilado, apuntaba: «He dedicado mi trabajo científico a investigar sobre la vida y no he sido capaz de definirla y menos aún de saber por qué y para qué existe». Su constante referencia al amor que profesaba a Carmen, y en el que perseveraba después de fallecida, hace pensar que al final se inclinaría por lo que Julián Marías defendía: «Nadie que haya amado de verdad puede negar la trascendencia». Enzo Biagi opina: «Nosotros no estamos destinados a terminar en la nada: yo no sé lo que sobrevivirá de mí, pero a los que me dicen que no han visto el alma suelo responderles lo de aquel célebre cirujano: yo tampoco he visto nunca la inteligencia». Pero Hawking sí cree en la resurrección de la materia. Nos habla de agujeros negros que están devorando galaxias. Desaparecerá el Universo y con él el ser humano que por su intelecto es considerado el rey de la creación (a pesar de la señora Margulis) y «dentro de uno o dos trillones de años, por generación espontánea» (viejo mito del Ave Fénix) se podrá producir otro Big Bang. O sea, la materia habrá pasado a ser inmortal y evolucionando de su cualidad de inerte alcanzará el rango de agente creador en el nuevo proceso. Estas y otras muchas hipótesis, sin más base científica que el renombre de las personas que las emiten, y a las que, en el mejor de los casos, podríamos calificar de ciencia ficción, son presentadas, ante audiencias juveniles e infantiles (y aquí la gravedad), como axiomas y así las viene aceptando una mayoría. Efectivamente, Hawking tiene una extraordinaria mente matemática (él así la define), pero el «sentido común» me dice que «Dios no puede ser el resultado de una ecuación o de una fórmula matemática».

«Cuando se deja de creer en Dios, se termina creyendo en cualquier cosa» (Chesterton).

José González González, Navia

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