La luz al final del túnel
Tiempos oscuros se ciernen sobre España. Corrupción y un lastre económico sin precedentes, ahogan la economía de miles de familias que apenas pueden subsistir diariamente. Falta de comida, impagos de alquiler de viviendas, falta de trabajo, destrucción de nuestros tres mayores tesoros: Educación, Sanidad y Justicia en definitiva, un sinfín de despropósitos que lo único que conseguirán es elevar, aún más si cabe, la desesperación en los ciudadanos.
Atrás han quedado los políticos honrados. Sé que no es justo tratar a todos los sirvientes del Estado y del Ciudadano por igual, pero en las actuales circunstancias vemos que hasta nuestro Gobierno (elegido democráticamente) está metido hasta el cuello en un asunto bastante turbio.
Ayuntamientos, diputaciones, juntas de gobierno autonómico todos están entrometidos en numerosos casos de malversación de fondos públicos, pago de regalos con el dinero del contribuyente, despilfarro en infraestructuras innecesarias y la lista continua creciendo día tras día, tras caso de corrupción nuevo.
Crece, igual que aumenta el número de parados y de empresas que desaparecen lastrando la tecnología y el esfuerzo de un país que debería ser bandera de la innovación. Crece, como la desesperación del sector educativo y sanitario que han contribuido a la mejora de nuestro país, o la alerta permanente por parte de los jueces y letrados de nuestro país por la destrucción de la Justicia. Y todo esto, al tiempo que decrecen los derechos, las inversiones y la ilusión por salir de esta situación.
No hemos aprendido de nuestros errores, eso es evidente. La actual crisis ya no es sólo económica, sino que es un problema serio, estructural y social, que mermará el futuro de nuestra nación. Nos invitan a soñar con un futuro próximo mejor, pero la realidad es que nada de eso parece estar cerca.
Es un problema de mentalidad, de ideología, de involucración, de solidaridad nacional, de bajada de confianza en nuestra clase política, de nuestro pasotismo absoluto hacia lo que a todos nos concierne. La seriedad parece haber fallecido y el despropósito y la reina mentira comanda nuestras instituciones.
Es tiempo de dejar a un lado nuestras diferencias y nuestras rencillas particulares para involucrarnos en una empresa común que nos permita salir adelante de esta horrorosa situación y no lastre el futuro de nuestras nuevas generaciones que serán los encargados de pagar todos los platos rotos.
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