Actitud positiva ante la vida
En mis paseos invernales, me encuentro con Rosa, de 86 años, y me siento con ella a tomar un café. En el diálogo de la entrevista, me dice que la vida tiene pocos respiros para levantar la cabeza y que no es fácil ver la estela de su vida o de cualquier persona, de forma positiva. Pero ella, con fuerza, energía y disciplina, lo ha conseguido y, entonces, manifiesta: ¡la vida es maravillosa! A pesar de conocer a tantas personas enfermas, apesadumbradas, tristes y frustradas, a ella la vida le ha sonreído, mantiene intactas unas inacabables ganas de vivir, realiza proyectos y aborda nuevas aventuras. Esa es, sin duda, la clave, pero ello supone un esfuerzo titánico día a día para sobreponerse a los mismos males y preocupaciones que atribuye a sus amigas. El amor a sí misma, su valentía, su fuerza y energía le permiten mirar su futuro con optimismo y, por supuesto, con el apoyo de las personas más queridas que tiene a su alrededor. Su eslogan es amar mucho a todos los que la rodean: amigas, nietos, hijos, compañeros, vecinos, etcétera. Rosa vive intensamente, intentando ser feliz, y prefiere seguir en su vida el camino del optimismo. Ha descubierto que la vida está tejida de cosas pequeñas (dar un caramelo a un niño) que la llenan de felicidad y bienestar. Rosa es como una estrella de cine, es decir, brilla después de haber desaparecido. Como dijo Woody Allen, «no quiero alcanzar la inmortalidad mediante mi trabajo, sino simplemente no muriendo». La vida de Rosa es camino continuo de superación, de disfrute, de ilusión, de risa, de perspectiva siempre positiva. Su existencia es como un oasis de esperanza ante tanto desaliento, injusticia y desesperación. Rosa se levanta contenta, pues sólo ve las cosas buenas de la vida, y eso le genera un estado de ánimo alegre. Ignora los tóxicos mentales de la vida actual que vomitan a diario los medios de comunicación. Mi vida es un privilegio, una maravilla, dice Rosa; por eso manifiesta continuamente su agradecimiento a todo, especialmente a esa persona conocida que la escucha, sin atisbos de interrupción. Tal vez por eso no haya mejor fármaco para prevenir la dejadez y el aturdimiento que un chute de vida (¡actitud positiva!) en nuestro organismo.
Subtítulo: La receta de Rosa, de 86 años; amar mucho
Destacado: Sin saberlo, pero de forma inteligente, Rosa ha sabido «relativizar», dándose cuenta de que la inmensa mayoría de los problemas son insignificantes. Es maestra en el control de las emociones negativas (especialmente de la melancolía y de la tristeza), de salir airosa de su ensimismamiento del pasado
Es cierto que a veces las circunstancias nos dejan noqueados en un rincón y que apenas tenemos energía para dar un paso. Y en ese sentido, hay algunas personas mayores que se conforman simplemente con existir y abandonan la lucha por vivir con plenitud su propia vida. Pero a Rosa no le gusta lamerse las heridas, dice que hay que reforzar la actitud positiva; hay que levantarse de la lona y seguir peleando. Y, ciertamente, hay que aprovechar cada minuto, la esencia de la vida es ser creativo, generar mucha creatividad que, al mismo tiempo, refuerza su sistema inmune. Incluso el reposo es creativo, y el silencio, a veces, música. Me gusta pensar que siempre hay un lugar adonde puedo ir, me expresa mi amiga Rosa. La vida se le antoja fascinante. Y el secreto de su grandeza se encuentra en la valoración que concede a cualquier pequeño detalle, a sabiendas de que la eternidad es la suma de infinitos momentos. Escuchar una vieja canción nos transporta a un momento concreto del pasado, incluso uno muy lejano, dice Rosa. Al mismo tiempo, Rosa trata de controlar las preocupaciones que, a veces, nos obsesionan, nos atrapan y nos inmovilizan en la angustia y en la desesperación. Descartes, al final de su vida, había escrito algo muy ilustrativo con relación a lo que comentamos: «Mi vida estuvo repleta de preocupaciones, muchas de las cuales jamás sucedieron».
Sin saberlo, pero de forma inteligente, Rosa ha sabido «relativizar», dándose cuenta de que la inmensa mayoría de los problemas son insignificantes. Es maestra en el control de las emociones negativas (especialmente de la melancolía y de la tristeza), de salir airosa de su ensimismamiento del pasado. Y, ciertamente, Rosa es capaz de encontrar la felicidad reviviendo momentos mágicos de su infancia que actúan como auténticos fármacos antidepresivos.
Así, pues, los sentidos nos mantienen atados al mundo con raíces profundas. Rosa practica la cultura del esfuerzo y esta actitud positiva es vital para su vida y para su salud. Ella dice que a la vida hay que dedicarle oasis de satisfacción, una mezcla contundente de autoestima y de sutil humildad. Inteligentemente sigue diciendo: muchas personas valen más de lo que ellas creen y otras deberían bajarse los humos. ¿Y en el amor? Dice Rosa: «Amores he tenido unos cuantos, yo diría bastantes, pero amores eternos, apenas media docena, y que duraran más de una semana prácticamente ninguno». Le gusta el amor, pero «estar mucho tiempo enamorada de la misma persona creo que es una falta de respeto a los demás». A pesar de las adversidades de la vida, rezuma sentido del humor de forma constante. Rosa quiere vivir y no le importa cumplir 100 años, o los que sean. Para Rosa, la vejez simplemente es un reto personal de bienestar y felicidad, no un largo y doloroso proceso como antesala del abismo de la muerte. La vejez, según Rosa, no puede ser el epílogo de la vida, sino más bien el prólogo de un nuevo renacer de cada día.
Naturalmente, es consciente del final de la vida y sostiene que sin la muerte la vida humana resultaría un sinsentido o un «sinvivir», porque ese final ineluctable permite perfeccionarse en ese constante devenir de la vida y, sin duda, esa realidad inexcusable permite que cada día sea importante saborear cada instante y abrazar la felicidad. Por eso cada día hay que vivirlo en toda su plenitud. Así, por ejemplo, contempla el otoño como una inmensa obra de arte. Muy cerca de su casa, disfruta del trino de los pájaros y de un hayedo que le proporciona multitud de colores; una paleta de tonos amarillos, rojos y ocres. Plácidamente, Rosa parece sentirse en el interior de un museo impresionista, recibiendo al mismo tiempo una fina lluvia que es todo un gozo para sus sentidos; un torrente explosivo de emociones positivas. Un remanso de paz, un bálsamo de tranquilidad, de bienestar emocional. Y nosotros, ¿qué podemos hacer? Sin duda, aprender de nuestra amiga.
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