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Cornellana, sin picoteo

1 de Junio del 2009 - Antonio Argüelles Sánchez (Pravia)

Me acerco a Salas. Quiero conocer la obra de rehabilitación del río Nonaya. Llegar a la «villa del castillo» tiene, para mí, recuerdos muy especiales. En ella transcurrieron unos años de mi niñez. Recuerdo con dulzura y alegría las correrías infantiles por La Campa, Ondinas, Ponteo o Doñalir en Vicente, Rogelio y algún otro que soportábamos las intransigencias de Moisés «el botero». Pasaron muchos años. Pero quedó en mí el recuerdo de Salas para siempre. ¡Qué tiempos!

Por eso vuelvo a esta coqueta villa de cuando en cuando. En esta ocasión, con especial motivo: observar el Ayuntamiento ampliado y remodelado y esa soberbia obra de recuperación del río. Magnífico todo. El edificio consistorial, ejemplar. Pero la obra del río sobrepasa todo lo imaginable. El Nonaya era un «cuchillo» que partía en dos la villa. Con la rehabilitación ha quedado totalmente integrado en la población. Salas y Nonaya ya son todo uno, sin rompimientos, con un maridaje que obliga a felicitar a los autores del proyecto y la obra.

La he recorrido en su totalidad. Desde Ponteo a las inmediaciones de Danone. No hay palabras para reflejar las virtudes de unos trabajos que han transformado de manera sublime –es mi opinión– las riberas de un río que ha quedado integrado en el entorno de la villa. Merece la pena acercarse a Salas y conocer de qué manera corriente fluvial y urbanismo se han apretado en un abrazo gozoso. Quizás ahora le falte el hermoseamiento de algunos edificios sobre el río. Y todo quedaría de cromo"

De regreso de la villa salense hago, con mi acompañante, una parada en Cornellana; localidad, también, muy mejorada. Pero tengo que hacer una censura al gremio de hostelería. Al menos, a una parte. Llego a «Salmón City» un poco pasadas las 7 de la tarde. Es la hora de tomar un refresco –conduciendo, siempre una copa menos– y un tentempié. No hubo forma. Por lo padecido, en Cornellana no hay picoteo. Visito tres establecimientos. Alguno con gran cartelón en la fachada anunciando una larga lista de especialidades. Ni en un mesón, en una sidrería y una taberna –así se anuncian– tuvimos la suerte de poder saborear una tapa de queso o unos chorizos. «No era hora de cocina», nos explicaron en alguno de los establecimientos, todos atendidos por señoritas. Y abandonamos Cornellana sin la suerte del picoteo. Acaso llegamos en mal momento. O pudiera ocurrir que, por mucho que se pregonen las excelencias de esta localidad salense, algunos profesionales del gremio –que yo no dudo que sean buenos profesionales– todavía no se han puesto a la altura de lo que conviene para el desarrollo de una hostelería actual y competitiva. Quiero más pensar que me acerqué a Cornellana en un mal momento. Porque tengo muy buenas impresiones de este lugar ribereño al que cada año, y en especial en temporada de pesca, llegan muchos turistas y visitantes.

Tomen nota de este fallo para corregirlo y que, en mi próxima visita, pueda disfrutar de algún «manjar» de la localidad sin necesidad de subir a Santaeufemia, donde todo, por cierto, fueron facilidades y amabilidad.

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