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Hablar de fe en el año de la fe

16 de Febrero del 2013 - Pedro Bengoechea Garin

Subtítulo: El postrer acto del Papa antes de su renuncia

Destacado: La sociedad está en constante movimiento por procesos de secularización y una mentalidad relativista. En este contexto, la vida se torna superficial, sin ideales claros donde asirse

No me resulta precisamente una tarea baladí hablar de lo que malamente se entiende o no se acepta con suficiente convencimiento. Por todo lo que supone reconocer y aceptar las verdades sobre Dios y sobre nosotros, que es la fe cristiana, a veces nos cohíbe, pero las más de las veces nos suscita indiferencia. Algunas razones de esta actitud creemos que son: nuestra indisposición espiritual, lo abstracto y misterioso del contenido, lo incomprensible y lejano que resulta todo aquello que está frente a lo que es tangible y de inmediata comprobación sensible para el hombre contemporáneo. Aun así, hay quien nos da razón de nuestra fe, con esa difícil facilidad de lenguaje que posee, evitando disquisiciones complejas. Ha compendiado y resumido en una sesión catequética el Papa Benedicto XVI lo que es la fe y lo que significa. Debo confesar que nunca he conocido una explicación tan completa y sintetizada acerca del lado amoroso de la fe. Tener fe, creer, desde la dimensión del amor cobra todo su sentido y aleja las sospechas de un falso concepto de esta virtud teologal. Subrayo algunas ideas de la catequesis del Papa sobre la esencia de la fe: «La fe es algo más que un asentimiento intelectual a las verdades acerca de Dios. Es un acto de confianza en Dios Padre que nos ama. Es la adhesión a un “Tú” que me da esperanza, confianza y apoyo. Es creer en el amor de Dios».

«La fe acoge la revelación de Dios que nos hace saber quién es Él, cómo actúa, cuáles son sus planes para nosotros». Tener fe, continúa diciendo el Papa, es: «Confiar con la actitud de un niño en su madre, abandonarse confiadamente en Aquél que me sostiene». Frente a los que creen que la fe está al alcance de la mano de cualquiera, el Papa advierte: «La fe es un don sobrenatural, un don de Dios. Creemos porque Dios se acerca a nosotros y nos toca. El Espíritu Santo nos hace capaces de acoger el Dios vivo»..., «el cual (Espíritu) mueve el corazón y lo convierte a Dios, abre los ojos de la mente y da suavidad en aceptar y creer la verdad» (Concilio Vaticano II). No podían faltar en esta exposición alusiones a la verdadera humanidad del hombre animado por el amor de Dios… «que se manifiesta en relaciones llenas de amor, de compasión, de atención y de servicio desinteresado a los demás». Por eso, «donde hay dominación, posesión, explotación egoísta, la arrogancia del yo… el hombre termina empobrecido, desfigurado, degradado». La fe cristiana, como agrega el Pontífice, tiene que ser un acuerdo o compromiso de amor «por el cual nuestra mente y nuestro corazón dicen su propio “sí” a Dios». No es fácil en un mundo cambiante por las grandes transformaciones culturales.

La sociedad está en constante movimiento por procesos de secularización y una mentalidad relativista. En este contexto, la vida se torna superficial, sin ideales claros donde asirse. El individualismo y el relativismo son notas dominantes de nuestra sociedad. Frente a estas amenazas hay que retomar las verdades centrales de la fe sobre Dios, la Iglesia y la Humanidad de una manera nueva de creer, que es la del amor. Es el legado de un Papa que termina su misión creyendo y amando a Dios y al hombre hasta el fin, hasta la extenuación de sus fuerzas.

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