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Benedicto XVI, a hombros y por la puerta grande

14 de Febrero del 2013 - Carmen González Casal

El pasado lunes a las doce una noticia, con escasos precedentes históricos, corrió como la pólvora por el mundo entero. Benedicto XVI comunicó que abandona libremente su ministerio. Un gesto insólito, en los tiempos que corren, que me hace aún más grande su persona. «Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza –dice– de que por edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino». Recto, sincero, humilde, desprendido de sí, y con la mirada puesta en el bien de la Iglesia, a la que defendió, como fiel guardián, desde que en 1981 su predecesor le nombrara prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe.

Subtítulo: Ratzinger, con la mirada puesta en el bien de la Iglesia

Ocho años intensos, fructíferos, que nos regaló generosamente aquel 19 de abril de 2005 cuando ya tenía decidido retirarse a su Baviera natal a escribir, leer y tocar cualquiera de las 18 sonatas para piano de W. A. Mozart.

¿Quién a los 78 años es capaz de mantener una agenda tan intensa como la suya, sin la tregua de una siesta, una partida de dominó con los amigos o un viaje de placer con el Imserso…?

Sin embargo, Benedicto XVI, un hombre tímido, de mirada sensible y escrutadora, e inteligencia preclara, realizó durante su pontificado un total de 54 viajes apostólicos, 24 de ellos fuera de Italia; participó en 3 Jornadas Mundiales de la Juventud, la última, en Madrid, ¡inolvidable! Nos legó 3 magníficas encíclicas sobre la caridad, la esperanza y la verdad; 4 exhortaciones apostólicas; 3 libros sobre la vida de Jesús de Nazaret. Promovió 5 consistorios para la creación de nuevos cardenales, y elevó a casi 50 personas a los altares. Además, desde que este Papa saltó al ruedo de la Iglesia, no dudo en coger por los cuernos –con valentía– esos toros sin trapío alguno, pero difíciles de torear. No le fue fácil, pero no le faltó aplomo, temple e inteligencia. Todo un maestro que pasará a la historia. Por eso, su salida de la plaza el próximo 28 de febrero será a hombros y por la puerta grande.

Ahora vienen días de quinielas, de muchas especulaciones. Es normal para muchos, para todos los que ven la Iglesia como una institución puramente humana. Y desde ese lugar elegido para el descanso del guerrero, Joseph Ratzinger seguirá velando para que la barca de Pedro no se hunda por mucho oleaje que la embista. Y el Espíritu Santo, a través de los cardenales que se reúnan en el cónclave, elegirá a un nuevo Papa a la medida de las necesidades del siglo XXI.

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