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El cine en el punto de mira

14 de Marzo del 2013 - M. G. Santa Eulalia

La especie de turbulencia frenética que se está produciendo en el área de la contabilidad terráquea contemporánea, entre: deudas, préstamos, impuestos, despidos, descuentos, recortes salariales, quiebras, desahucios, paraísos fiscales, patrimonios, legados, cuentas pendientes, ingresos, donaciones, blanqueo de dinero y pagos al contado no reconocidos, ha suscitado una caza generalizada de culpables. En primer término, por sentido lógico –parece– localizada en los sectores más afines al ordenamiento monetarios: los bancarios, los mercantiles, los comerciales.

Sin embargo, hay un campo al que no se ha hecho referencia; que quizá no se haya considerado, ni someramente, pero con capacidad indudable para haber desencadenado esta intranquilizante tormenta financiera.

Lo que no se puede saber es si su actuación o intervención tuvo un efecto fulminante, pero sí se han venido registrando datos precisos, bastantes, para admitir que pudo ser eficaz, con dimensiones globales, y quién sabe si con consecuencias irreversibles o carácter de permanente hecho consumado.

Subtítulo: Se buscan implicados en la crisis económica planetaria actual

Se trata de Woody Allen. En 1969 realizó una comedia, cuarta en su carrera como director, en cuyo título consiguió plasmar, en forma de recomendación, la que está resultando la más universidad aspiración humana.

El resultado lo revelan las crónicas de nuestros días.

En el plazo de un tiempo, que comprende buena parte del siglo XX hasta los deprimidos comienzos del XXI, no hace más que difundirse por las ondas, en el planeta Tierra, una relación interminable de noticias donde se van imprimiendo nombres reales, de individuos auténticos –algunos incluso, ilustres, ligados ora de dólares, ora de euros o de otras denominaciones monetarias– que desaparecen. A los ciudadanos de todas las razas, sorprendidos por esta situación, no nos queda más que montar una película con esos materiales nuevos, dispersos, patrimonio de la humanidad.

El guión lo tenemos en la memoria de cinéfilos impenitentes. Imaginamos personajes en penumbra que vagan apresuradamente, a pie, a caballo, o en «La diligencia», de John Ford (1939), por tortuosos caminos, de territorios perdidos, apretando entre los brazos, celosamente, un anticuado, pesado y oscuro maletín, como si se tratase de un tesoro.

Esas secuencias tan fantásticas, como insensatas, no son originales. Se han ido solapadamente exhibiendo en la gran pantalla –desde hace muchas décadas– y nos permiten preguntarnos si no están libres de culpa, respecto de lo que ahora acontece en la vida ordinaria y pública, porque, si alguna de las artes es capaz de invadir la mente de las multitudes y seducirlas, ésa es la séptima. De ella partió, hace poco más de cuarenta años, la incitante propuesta del único director del mundo que tiene una estatua en España, en Oviedo exactamente, Woody Allen. Su tentadora y escueta frase fue: «Toma el dinero y corre».

¿En qué medida pueden rescatar el cine y Woody Allen la presunción de su inocencia o declarar que no están implicados en esa pavorosa crisis económica mundial que padecemos?

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