Se dejaba morir

9 de Junio del 2009 - Fernando Silvestre Sánchez (Oviedo)

Siempre interpreté la canción «Se dejaba llevar», de Antonio Vega, como una clara apología de la heroína. No sé o quizá no quiera explicar los motivos. Así la escucho yo. También entiendo que se puede interpretar de un millón de maneras diferentes. Una por cada oyente. Las acepto todas de igual forma. Esto hace que no me sorprenda cuando escucho tararear esta canción a las adolescentes de un instituto, de la misma dulce forma que lo hacen en un «tu, turu, turu, turu» melódico con el tema «Take a walk on the wild side», de Lou Reed, que evoca un oscuro mundo de proxenetas, chaperos, buscavidas y droga en antiguas estaciones de la Gran Manzana. Ésta es la paradoja que mejor explica la grandeza de Antonio: esa innata sensibilidad para narrar las más crudas y sucias historias de un mundo de dolor y desesperación de la forma más bella posible. Esto está al alcance de muy pocos y lo emparenta directamente a través de un lazo aún más robusto que el común galope del caballo por su sangre con el citado Lou Reed y con el inimitable Keith Richards.

Antonio es esa flor que crece sola justo en el centro del vertedero; el bardo callejero al que le engordaba la musa en baños sucios de after-hours, en pasillos enmoquetados y polvorientos de hoteles baratos, sobre los descansillos de portales abandonados –o en la noche más oscura–, en hediondos parques de barrios periféricos. Pero esa musa lo llevaba de la mano hacia amaneceres en pueblos blancos, al mar, a la silueta de una montaña, a las flores silvestres, al fluir cristalino de un arroyo, a la pálida Luna, a una galaxia lejana o al Sol más brillante de un tiempo –no tiempo– de ida y vuelta que él amaba y odiaba con la misma fuerza e intensidad con la que un salmón remonta un río para desovar.

La primera vez que vi a Antonio fue en al año 1991, durante otra crisis ahora lejana, en la sala Sol de Madrid, que con él retomaba la antigua tradición de música en directo, abandonada durante años. Aún recuerdo aquel concierto en la piel. Solo, sobre un taburete de barra y agarrando una guitarra acústica, con el miedo propio de un debutante, fue desgranando las sólidas canciones de su primer álbum en solitario; agachando la cabeza tímidamente para leer las letras de las canciones o para evitar los focos que le daban ese protagonismo al que él tímidamente renunciaba. Noté, entonces, que le hubiera gustado ser invisible, y que en ningún momento alzó la cabeza para reconocer a la heterodoxa audiencia de aquella noche de primavera (estudiantes, camioneros, parados sin subsidio, amigos del cantante, noctámbulos, bohemios de tarjeta de crédito, músicos sin banda, aspirantes a actor y turistas despistados), todos unidos bajo la luz rojiza de la sala en un crapulismo lacerante que con el transcurrir del concierto se convirtió en el mejor homenaje al artista. Y supe, con la certeza con la que se sienten las cosas que no se pueden explicar, que aquel chorreo de canciones se quedarían dentro de mí al igual que las gotas de agua del orbayu que te empapan sin darte cuenta y que el día siguiente también lloverá. Puedo decir que llegué a ver sombras en color.

A pesar de su aparente fragilidad era un hombre duro y resistente, a la manera de los héroes románticos. Un superviviente nato. Ninguno dábamos un duro por él en aquellos años y yo pensaba en todo lo que nos perderíamos si nos dejaba. Y aún lo pienso ahora. Pasados los años me encontré, sin darme cuenta, tarareando algunas de sus canciones a mis hijos, a la hora de dormir y la manera de las estudiantes del instituto.

El otro día, después de su muerte y de la misma forma, con una sobrina aún bebé. Y se durmió.

Si como decía Borges, «vivir es morir mucho muchas veces», Antonio sin duda vivió. Fue un gran tipo, un cazador de ángeles o demonios, humilde, consecuente, tremendo observador, sutil narrador de historias intimistas (cuáles no lo son), intérprete sensible, guitarrista racial, poeta maldito y un genial compositor cuyo legado creo está aún por valorar. Alguien dijo una vez: sólo aspiro a dejar este mundo sin haberlo empeorado mucho. Parece fácil. A algunos nos cuesta y otros, sin embargo, no se conforman y lo mejoran. A los demás nos toca disfrutar con sus canciones. Gracias, Antonio.

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